Clara Roquet, Carol Rodríguez Colás y Júlia de Paz Solvas, tres catalanas en los Goya, hablan sobre la importancia de reconocer los privilegios y de retratar desigualdades para romper con un cine históricamente masculino, machista y en manos de las clases acomodados
BarcelonaUna madre soltera se queda sin trabajo y se ve abocada a buscarse la vida en la calle con su hija pequeña. Una adolescente de clase acomodada descubre sus privilegios cuando conoce en la casa de verano de la Costa Brava a la hija de la mujer colombiana que cuida a su abuela y que llega para pasar unos meses. Una fotógrafa de Cornellà vuelve a casa de sus padres cuando se queda sin trabajo y redescubre la autenticidad y lealtad de unos orígenes de los que renegaba. Las tres -Ama, Libertad y Chavalas- son historias explicadas por mujeres catalanas que debutan en la dirección, con mujeres protagonistas y con la mirada de clase social en el eje de las narraciones. Y las tres estarán en los Goya.
La directora de Chavalas, Carol Rodríguez Colás, nominada a mejor directora novel, y la de Libertad, Clara Roquet, también candidata al mismo galardón y a mejor película, entre otros, se encuentran en el bar Carpanta de Cornellà de Llobregat para tomar café y charlar sobre la importancia de que el cine explique historias también desde el privilegio. El bar sale en el film de Chavalas, y un hombre que hizo de extra interrumpe la conversación para saludar y reconoce que todavía no ha visto el film. “Siempre está en el bar y le dije si quería salir de extra”, dice Carol. Júlia de Paz, con covid, no ha podido venir, pero la entrevistamos días después y nos explica cómo el éxito de crítica de Ama no ha conseguido liberarla de la precariedad laboral.
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El cruce de las miradas de Carol y Clara es bastante alentador. Carol se ha criado en Cornellà y su película retrata la vuelta al barrio con las amigas de toda la vida y la reconciliación con los orígenes después de esconderlos cuando se movía en ambientes modernos del centro de Barcelona. La casa de la Costa Brava donde tiene lugar Libertad le recuerda a las que tenían algunas compañeras suyas de comunicación audiovisual en la Ramon Llull, donde era casi la única de origen periférico.
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“Para tener tiempo hacen falta dinero”
“Las historias de barrio normalmente están narradas por gente que no es del barrio, y yo siempre he intentado enseñar sus bellezas, porque he vivido una vida muy tranquila y en los medios siempre sale en las páginas de sucesos”, dice Carol, que elogia la “honestidad” de explicar -y criticar- el privilegio en el film de Roquet. “Hay mucha más gente de clase media y alta haciendo cine que de clase baja, porque para hacer cine y arte hay que tener tiempo y para tener tiempo hace falta dinero. Yo, que tengo estos privilegios, creo que tiene más sentido explicar una realidad que conozco”, reconoce Roquet.
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Ella, hija de una abogada y de un ingeniero, se crio en el pequeño municipio de Malla, en Osona, donde solo viven 276 habitantes y de donde también es, curiosamente, la escritora Irene Solà. Una compañera de clase hija de migrantes y las cuidadoras de sus abuelas le hicieron tomar conciencia de sus privilegios. Desde pequeña le interesó el cine social, y ver Los 400 golpes, de François Truffaut, con 14 años le hizo “estallar la cabeza”. “La relación de proximidad de las cuidadoras con mis abuelos siempre me chocó”, explica, y es una de las relaciones que se retratan en Libertad, donde una adolescente, Nora, se hace amiga de la hija de la cuidadora, la colombiana Libertad, y se da cuenta de que, a pesar de que las unen las ganas de descubrir los placeres de la vida en plena adolescencia, parten desde situaciones muy diferentes. “En un momento, Nora intenta retener a Libertad a través del privilegio cuando ve que no lo puede hacer a través de la amistad, que aun así muchas veces pasa por encima de las diferencias de clase”, relata.
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Después de unos años dedicándose al guion, y de tener “la suerte” y el acierto de participar en la película 10.000 km, se marchó a los Estados Unidos con una beca para estudiar cine antes de dar el salto a la dirección con una película que, con seis categorías, es de las más nominadas a los Goya del próximo 12 de febrero: además de las mencionadas, dirección de fotografía, guion original, mejor actriz secundaria y mejor actriz revelación, estas dos últimas nominaciones para Nicolle García (Libertad en la obra).
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Carol, hija de un transportista y de una administrativa, vivió el proceso a la inversa. Hasta que llegó a la universidad no se dio cuenta de que había “pisos más grandes de los de 60 metros cuadrados” que había visto en Cornellà y que en barrios como Pedralbes había piscinas y padres con títulos universitarios. Las bromas por su procedencia eran recurrentes, vinculadas al estigma asociado a los barrios periféricos.
Rompiendo la hegemonía masculina en la academia
De las diez mujeres que han ganado en alguna ocasión el Goya a mejor película, mejor dirección o mejor dirección novel, cuatro corresponden a los últimos años. Esto equivale a decir que de 1986 a 2017 seis mujeres ganaron un total de ocho galardones sobre un total de 93 posibles, es decir, un 8,6% del total de los premios contando los de dirección, dirección novel y mejor película. Clara Roquet, Júlia de Paz Solvas -de la mano de Núria Dunjó López en el guion de Ama- y Carol Rodríguez Colàs se suman en la edición de 2022 a Icíar Bollaín -una de las pocas que ya cuentan con varios premios, que compite con Maixabel - para romper esta dinámica masculinizada dentro del mundo de la dirección cinematográfica.
En 2021 Pilar Palomero se llevó el galardón a mejor film y también a mejor dirección novel por Las niñas, que explica los misterios y descubrimientos de un grupo de niñas en una escuela religiosa. En la edición anterior fue la catalana Belén Funes, también con una mirada de clase muy marcada en La hija del ladrón, quien se llevó la mejor dirección novel, que Arantxa Echevarría había conseguido en 2018 por el drama sobre una relación de amor lésbico dentro del mundo gitano Carmen y Lola.
La catalana Carla Simón, que en 2017 se llevó también el galardón a mejor dirección novel por Verano 1993 según la academia, lo consiguió el mismo año que Isabel Coixet hizo doblete (mejor dirección y mejor película) por La librería. Antes de este lustro, solo Coixet, Pilar Miró e Icíar Bollaín habían sido premiadas. La nueva generación de directoras catalanas y la manera en la que el feminismo está rompiendo o reduciendo discriminaciones prometen un futuro más plural y, como mínimo, con menos hegemonía masculina.
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Las películas comerciales de los 80 del cine y del videoclub, y los coleccionables de Hitchcock, la hicieron apasionarse por el cine. “Mi sentimiento era: «¿Cómo se puede hacer esto? Yo quiero hacerlo». No lo explicaba porque pensaba que me dirían que era tan irreal como si quisiera ser astronauta”, explica. Alternar cortometrajes vocacionales con la ayuda de la furgoneta de su padre, vídeos corporativos como freelance y algún otro trabajo eventual la ha ido ayudando a ganarse la vida sin perder de vista su sueño de dirigir un largometraje que ahora se ha hecho realidad. Trabaja, con su hermana Marina, que también fue guionista en Chavalas, en una segunda película en la que se explica la realidad de los jóvenes hijos de migrantes africanos y latinoamericanos. “Los nuevos charnegos”, dice, que se encuentran con una realidad parecida pero más dura que la que se encontraron los recién llegados a Catalunya durante los años 60 y 70 de otros puntos de España.
La dificultad de vivir del cine
La directora más joven entre las nominadas, Júlia de Paz, tiene 26 años. Con el éxito de crítica de Ama, que ganó el premio de la crítica en el último Festival de Málaga, no ha bastado para poder vivir del cine. Comparte piso con dos amigas, pero se plantea volver al piso de sus padres y a trabajos temporales en la hostelería, sector al cual, por cierto, también se dedica desde hace veinte años Tamara Caselles, protagonista principal de la película y ganadora en Málaga del reconocimiento a mejor actriz. “Esperaba la nominación de Tamara en los Goya y, como no la recibió, pensaba que no tendríamos nada”, explica Júlia, que al final recibió por sorpresa la única nominación de su película, a mejor guion adaptado. Con una distribución escasa, no tuvo la misma visibilidad que muchas de las competidoras.
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La mirada de clase de Júlia, hija de un médico y de una educadora social de Sant Cugat, parte en parte de vivir la precariedad en propia piel y, sobre todo, de estar muy implicada políticamente en el activismo feminista y de izquierdas y concebir el cine como “una herramienta de transformación social”. El cine social la apasionó desde pequeña, y recuerda el momento de ver Los lunes al sol en el cine con solo seis años y quedar muy marcada. Fernando León de Aranoa, que con El buen patrón es, de lejos, el director más nominado en los próximos Goya, sigue siendo el principal referente y casi único del cine español con mirada de clase, o al menos capaz de llegar al gran público.
Ama, el film de De Paz, parte de un trabajo de investigación intensa, de conocer a madres en situaciones complicadas, gente que había sido abandonada, educadoras sociales, y en que también Tamara Caselles, originaria de un barrio humilde de Sevilla, participó. Lejos de la autoficción, Júlia decidió hacer una película que habla de la presión social cuando eres madre y “de la maternidad también desde un punto de vista de clase, cuando tienes que vender flyers de discoteca o lo que sea para ganarte la vida” o bien te quedas sin piso y tu vida se convierte en una odisea para encontrar un techo.
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El film sacude conciencias, es un retrato crudo y, en algunos coloquios en los que ha participado, Júlia ha podido comprobar que conecta con espectadoras que son madres. “Una madre dijo que era la primera vez que reconocía en voz alta que había sufrido las dificultades de ser madre”, explica.
Una mirada “heteropatriarcal” sobre el modelo materno, comenta Júlia, está en la raíz del hecho de que las madres sean representadas habitualmente desde el juicio moral de los directores hombres, y cita a la teórica de cine Laura Mulvey para defender que “el cine comercial clásico trabaja desde el fetichismo y desde el voyeurismo, desde el placer del hombre al mirar y cosificar a la mujer”, y que, ante esto, muchas espectadoras “acababan pensando que es así como tienen que ser ellas”.
A pesar de que películas como la suya consigan romper con esta hegemonía, “todavía falta mucho”, reflexiona De Paz. “Soy una chica blanca y cis. Feminista, sí, pero por más que pueda luchar por temas de clase o raza tengo un privilegio. Con la compañera Sara Fantova, también directora, hablábamos de esta problemática, y decía: «Utiliza tus privilegios y recursos para explicar cosas que ellos no pueden explicar porque no tienen acceso a ello»”. Todavía hay que recorrer mucho camino para que mujeres migradas y pobres empiecen a explicar sus historias en el cine. “El cine es una industria de ricos”, dice resignada, y recuerda que ni siquiera ella misma tiene dinero para comprar la ropa de las galas y que le acaba dejando su madre, por más que ella se niegue a ponerse vestido. En los Goya, también, se pondrá la ropa que le dejen mientras intenta buscarse la vida hasta poder vivir del cine.
De lumière a ‘Succession’
El calificativo cine social hace pensar en cineastas como Ken Loach o Fernando León de Aranoa, principal referente en España. Pero la mirada de clase está en el cine desde sus orígenes, cuando los hermanos Lumière grabaron el corto documental mudo La salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon en 1895. Charles Chaplin también aplicó una clara mirada de clase cuando estrenó en 1931 Luces de la ciudad.
El neorrealismo italiano de los años 50 fue un multiplicador de miradas artísticas hacia la pobreza de posguerra, en obras como Ladrona de bicicletas o El limpiabotas(de Vittorio de Sica), La tierra tiembla (de Luchino Visconti), La strada (de Federico Fellini) o Alemania, año cero (de Roberto Rosellini). Más tarde, también la mirada de Martin Scorsese, Francis Ford Coppola o Sergio Leone al surgimiento de las mafias norteamericanas se fijaba en un contexto de pobreza en el que el crimen se erigía como alternativa más factible, como también lo han explicado grandes series como The wire y obras brasileñas como Cidade de Manantiales.
El cine francés de periferias (banlieues) vive con La Haine (Kassovitz, 1996), Entre les mures (Laurent Cantet, 2008) y Les miserábles (Ladj Ly, 2019) tres momentos culminantes. La mirada de clase, cada vez con más carga interseccional de raza y género, está viva en grandes producciones recientes como El juego del calamar, Succession -serie con una durísima crítica al privilegio y al poder de una alcurnia de multimillonarios-, El marginal -retrato de las prisiones argentinas-, La asistenta, The Florida project o las recientemente oscarizadas Nomadland, Moonlight y Parásitos.