Historia

Los pacientes "desaparecidos" del psiquiátrico de la Santa Creu

La historia de las 381 personas a las que la institución perdió el rastro durante la Guerra Civil

BarcelonaEn el archivo histórico del Hospital de la Santa Cruz-Sant Pau hay muchas carpetas donde se lee "varones no existentes" y "hembras no existentesAparentemente, son 381 (199 mujeres y 182 hombres) que constaba que estaban ingresados ​​en 1936 en el Instituto Mental de la Santa Cruz, pero que en 1939, cuando entraron las tropas franquistas en Barcelona, ​​ya no estaban. ¿los había sucedido?

El Instituto Mental de la Santa Cruz era un manicomio privado que el Hospital de la Santa Cruz construyó entre 1885 y 1915 cerca de la masía de Ca n'Amell Gran, situada donde ahora barrio de la Guineueta, en el actual distrito de Nou Barris. El 30 de septiembre de 1987, después de un siglo de existencia, el mental cerró sus puertas antes, durante y después de la Guerra Civil. ser lo mismo: Òscar Torras Buxeda (1890-1974), que entró a trabajar en el Instituto Mental de la Santa Cruz en 1915 y lo dirigió desde 1934 hasta su jubilación en 1960.

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En un informe de 1939, después de la victoria franquista y, por tanto, hecho en plena dictadura, Torras describe en qué condiciones se encuentra la institución que durante la Guerra Civil pasó a llamarse Instituto Mental de Sant Andreu: "La población enferma, que el 18 de julio era de 335 hombres y 445 mujeres, disminuyendo hasta 200 hombres y 450 mujeres; de éstas se han de restar 130 mujeres que habían ingresado procedentes del Pere Mata de Reus [pasó a ser un hospital militar en octubre de 1938 para atender a los heridos de la batalla del Ebro]. La causa única de esta extraordinaria mortandad, que supera mensualmente el anual de los años anteriores, la ha producido la carencia alimentaria, una progresiva desnutrición y, en último término, un síndrome de hambre y muerte. Para salvar a un gran número de enfermos que han entrado en un período grave de depauperación, debemos resolver el problema de abastecimiento de manera urgente".

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Es difícil saber cómo era la vida en la institución mental durante los años que duró la guerra, aunque la Generalitat republicana no dejó de lado a los enfermos psiquiátricos. "En 1936 había diez hospitales psiquiátricos en toda Cataluña, con más de 5.500 pacientes. Además, había más de 4.000 en lista de espera", explica el historiador y antropólogo de la Universidad Rovira i Virgili, Josep M .Comelles, que ha publicado numerosos estudios sobre salud mental en Cataluña. Durante la guerra, sobre todo en los últimos meses, se vivirían momentos de mucha angustia. El centro acogió a más enfermos provenientes del psiquiátrico de Huesca y del Pere Mata de Reus. Había pacientes que llevaban más de veinte y treinta años encerrados allí, porque muchos de los ingresos anteriores a 1931 estaban a perpetuidad. Hay muchas cartas de familiares explicando que no podían seguir pagando sus pensiones.

La escasez y el hambre

A una enfermera la despidieron por robar pan, y se conserva la carta de un enfermo que cuenta que había días que apenas comían. "Después de darnos alimento mal condimentado, no nos llenamos el estómago. Por la mañana, nos dan un vaso de aluminio con 200 mililitros de leche en polvo muy aguada, comemos 50 gramos de legumbres y un plato de sopa con agua. El pan apenas lo vemos y los paquetes de comida se ven con frecuencia entre el personal de la cocina y se intercambian por tabaco sin saber de dónde salen”. Había médicos y enfermeras que se desvivían por los pacientes, pero también hay cartas de responsables que lamentan que no encuentran personal preparado y que existen "subalternos" que no trataban bien a los pacientes. No difiere demasiado de la situación vivida en otros psiquiátricos. Tal y como publicó el ARA el pasado diciembre, en los psiquiátricos de Sant Boi murieron entre 1936 y 1939 más de 2.500 personas.

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"Entre agosto de 1936 y enero de 1939, no he encontrado ingresos ni salidas ni defunciones en los archivos de Sant Pau", explica el historiador Marcos Robles, quien, para Dirección General de Memoria Democrática, está realizando una investigación en todos los psiquiátricos de Cataluña para saber qué ocurrió durante la Guerra Civil. Robles ha tenido que ir a los juzgados y mirar a los registros de defunciones para saber qué sucedió. Silvia Martínez tuvo que hacer un largo periplo por archivos y juzgados para saber qué le había ocurrido a su bisabuela, Josepa Puig Rull. Finalmente, encontró una pista en el Archivo Municipal Contemporáneo de Barcelona. Se había colgado en el Instituto Mental de Sant Andreu el 6 de diciembre de 1936. El 10 de diciembre de 1937 fue enterrada en la fosa común de Montjuïc, donde este julio, más de 87 años después, Silvia ha querido ir con su hijo, Arnau, de 13 años, para rendirle homenaje. Como en ninguna parte se indica dónde están enterradas las personas muertas en los psiquiátricos, dejaron un ramo de flores en un espacio vacío.

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Josepa tenía 49 años cuando murió. "Mi bisabuela fue una víctima de la guerra. Era una mujer fuerte, con brío, que sabía leer y escribir. Le dieron una medalla por los 25 años que había trabajado en Pirelli". Es muy difícil saber qué le ocurrió. Cuando empezó la guerra, hacía poco que se había quedado viuda. Sus dos hijos mayores fueron al frente directamente después de realizar el servicio militar. Ambos terminaron en campos de concentración franquistas en 1939. Josepa tenía un tercer hijo de sólo 11 años. "Debió de pasar muchas penurias y hambre, quizás no podía mantener a su hijo y debía coger una depresión", explica Martínez.

Sin pistas de Josepa

Su rastro habría desaparecido para siempre de no ser porque Martínez empezó a investigar a raíz de un trabajo que realizó en la universidad. "Hice una historia de vida con el hijo pequeño de Josepa. Él me dijo que su madre, cuando era pequeño, desapareció y que nadie supo qué le había pasado. Él nunca hablaba de su madre. En casa no había ninguna foto, ningún papel, nada sobre ella", dice Martínez. "25 años después de ese trabajo, a raíz de la muerte de una tía, nos encontramos a unos familiares y me dijeron que por qué no retomaba el hilo de la investigación", añade. Haciendo preguntas, unos familiares le dijeron que había muerto en un psiquiátrico: "Ni las limpias ni las bisnietas lo sabíamos", detalla. "Mi madre murió en octubre y al menos le pude contar a ella ya mi tía qué le había sucedido a Josepa. Hemos encerrado un capítulo, ahora sabemos qué pasó, y ella no se merecía caer en olvido", explica Martínez. A Arnau le ha gustado mucho poder conocer quién fue su tatarabuelo: "Para mí era una heroína, sobre todo porque en aquella época las mujeres tenían pocos derechos y ella tenía un trabajo e hizo frente a muchas cosas. M' ha gustado mucho poder recordarla".

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Los expedientes de admisiones que se conservan en el Archivo Histórico del Hospital de la Santa Cruz y San Pablo, que realiza un gran trabajo calificando y guardando la documentación, esconden muchas historias. A Leopoldo RP le ingresaron el 2 de febrero de 1930. Sus problemas mentales se remontaban a los 28 años. Tenía una sordera persistente, el padre hospitalizado y no trabajaba. A menudo gritaba desesperado porque nadie le daba trabajo. A Juan RS le ingresaron en marzo de 1932. "Es pobre de solemnidad, pero su mujer suplica que se le siga atendiendo porque si no se agravaría la situación y pondría en peligro su vida y la de sus hijos", dice la ficha. A Carmen D. la ingresaron en diciembre de 1906: "Tuvo la inmensa desgracia de volverse loca y, para mayor pena de la alienada, es huérfana y no tiene hermanos, todos han muerto, ni bienes y medios de subsistencia, está condenada a la mayor miseria", se lee en su carpeta.

Todo el mundo se olvidó del Ada

A Madrona GP la ingresó su hija el 5 de enero de 1927. Tenía 54 años. Según los médicos, era "una perturbada que llevaba el sello de incurabilidad". A Bernarda Gazo del Río la ingresaron el 29 de noviembre de 1923. Tenía 64 años, era monja y sufría demencia senil. Comelles recuperó también la historia de Ada (nombre ficticio), que llegó al instituto mental procedente del Pere Mata de Reus durante la Guerra Civil. Era huérfana y se casó con un hombre que tuvo un puesto de responsabilidad política durante la Segunda República. Cuando nació su único hijo tuvo crisis hipomaníacas y paranoides que hicieron que le ingresaran. "Su marido pagaba la pensión rigurosamente, pero cuando los franquistas ganaron la guerra, se exilió y encargó a sus familiares que pagaran la pensión. Nunca regresó a Catalunya. Rehizo su vida en Panamá, hizo bastante dinero y se casó de nuevo. Nadie se hizo responsable de Ada ni de su pensión. Franco, y la enterraron en la fosa común de Montjuïc. Treinta años más tarde, su nieto panameño supo que su abuela había sido ingresada después de leer el dietario de su abuelo cuando éste murió. Ada tiene una lápida en el Fossar de la Pedrera", relata Comelles.

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Robles ha encontrado lo que sucedió en la mayoría de enfermos en los juzgados. "En agosto de 1936 constaban ingresados ​​332 hombres y 440 mujeres, en mayo de 1939, constan ingresados ​​178 hombres y 351 mujeres. No sabemos si los que había eran los mismos o había habido fluctuaciones durante la Guerra Civil. Sabemos, pero , que entre 1936 y 1939 murieron 322 hombres y 461 mujeres. De la carpeta de desaparecidos sabemos que en realidad 171 mujeres murieron y de 28 no hemos encontrado ningún rastro. 37 desaparecieron", detalla el historiador. "En general, a todos los psiquiátricos siempre hay más mujeres que hombres ingresados ​​ya menudo se les atribuyen actitudes violentas, creo que a menudo se forzaban las cosas para que en el caso de establecimientos públicos la Generalitat se hiciera cargo. por otro lado, he ido observando que se ingresan personas que seguramente no tenían enfermedades mentales sino que eran grandes o enfermos terminales, porque en Salt, que era público y conserva toda la documentación, muchos morían dos o tres días después de haber ingresado" . De los que no ha encontrado rastro alguno, Robles cree que seguramente se fugaron o les dieron el alta.

Las mujeres, más vulnerables

Muchos ingresos eran muy largos. "Por un lado por la existencia hasta 1931 del internamiento a perpetuidad y porque, en muchos casos, no había nadie que pudiera hacerse cargo. No era infrecuente que las personas mayores acabaran en el manicomio, aunque la única patología que tenían era la edad", dice Comelles. No existían tratamientos más allá de los paliativos y ocasionalmente la contención. "La idea de curación no es aplicable en los términos actuales, pese a la retórica de ese tiempo para justificar el objetivo sanitario de los establecimientos", afirma Comelles. El ingreso debía ser firmado por un facultativo y ratificado, desde 1931, por el director de la institución, que no hacía falta que tuviera la formación reglada como psiquiatra en los términos actuales.

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"La desproporción entre hombres y mujeres responde a variables mal conocidas. Mi hipótesis es que las mujeres vivían más años y podían desarrollar más demencia y eran más vulnerables. En el caso de las mujeres más jóvenes, sus conductas eran calificadas como histéricas con episodios de agitación psicomotriz (la pretendida violencia) Las estadísticas de diagnósticos desde los años veinte ponen de relieve que junto a los esquizofrénicos o los maníacodepresivos, según los criterios clínicos de su tiempo, convivían en los manicomios demencias de orígenes muy diversos, trastornos psicopáticos y lo que se calificaba oficialmente como "oligofrénicos". En el caso de los hombres, a menudo la violencia venía asociada con la alcoholización", resumen Comelles.