La barbaridad gramatical del "todos y todas"

BarcelonaEl feminismo es una causa justa, que ha llevado a muchos países a promover leyes a favor de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, al tiempo que ha elevado el sentido de respeto que las mujeres merecen, al igual que lo merecen los hombres: humanos, lo somos todos.
Esta palabra, humanos, todavía no molesta mucho el movimiento que hemos dicho, pero hay muchas que han parecido arbitrarias y machistas —sin haber pensado que las lenguas han sido forjadas durante siglos por todos los hablantes, hombres y mujeres. Por ejemplo, el sustantivo todo el mundo -que en catalán del siglo XIII se había escrito "todo el mundo", fórmula que ahora podría resultar ligeramente machista- está desapareciendo a favor de una barbaridad gramatical: "Todos y todas". Estas dos palabras son adjetivos y, por sí solas, no quieren decir nada, salvo pocas excepciones. Si tenemos que agradecer a un grupo que nos han hecho un regalo de cumpleaños, por suerte todavía no decimos: "Gracias a todos y todas" -¿todos los qué y todas las que?-, sino "Gracias a todos". Políticos políticamente correctos caen en la incorrección cada vez que, por amor de una pulidez completamente agramatical, utilizan este famoso "todos y todas". Pero, por suerte, hemos visto recientemente en TV3 algo correcto: "El Gobierno de todos".
Si por una manía se llegara a pensar que todo el mundo no se refiere a la suma de hombres y mujeres, entonces podría empezar a divulgarse la distinción "todo el mundo" y "totadon". O caer en el ridículo de decir siempre ambos adjetivos con el sustantivo de rigor: "Todos los hombres y todas las mujeres". En este caso, debido a la extrema puntualización, habría que añadir: "Y todos los niños y niñas, y todos los viejos y todas las viejas", etc. Entonces los discursos nunca acabarían. Los franceses utilizan el pronombre indefinido donde —"Dónde dicho, dónde hablo, dónde mango"— y en castellano tienen dificultades en traducirlo —"Se dice, unos dicen", etc.—, pero en catalán la fórmula nostrada todavía está viva (ya veremos cuánto tiempo durará): "Se dice...", que, dado el origen tardomedieval de la palabra homo, equivale a la suma de hombres y mujeres: ser humano.
Dichosos los griegos, que tenían la palabra anthropos, que es literalmente la suma de macho y hembra. Y felices los alemanes, que todavía hoy tienen tres palabras distintas para la ocasión que convenga: Mann (hombre), Weib (mujer) y Mensch (masculino y femenino juntos, como anthropos).
¿Será posible que una causa justa, legítima, necesaria y razonable lleve como consecuencia la perversión de la gramática? Una mujer fue justamente quien más luchó contra esto: Carme Junyent, añorada.