Minucias

¿Por qué los catalanes ya no bromeamos de casi nada?

Cataluña es un país muy agradable para vivir, pero hay un elemento que se está perdiendo: la sátira y la ironía

BarcelonaCataluña es un país muy agradable para vivir, con un paisaje muy variado, una lengua extraordinaria, una bonhomía bastante general, buena gastronomía y una serie muy larga de virtudes. Pero existe un elemento que era de enorme importancia para el buen entendimiento entre los ciudadanos, que está desapareciendo: la sátira y la ironía. Sin que se sepa cómo ni por qué, ahora la gente se ha vuelto ceñida, y ciertas discusiones se vuelven agrias cuando años atrás se resolvían siempre con una gran cordialidad.

Debe devolver esa sátira que había estado tan presente en nuestra casa. Es un invento sobre todo romano, y, pues, aquí quedaban las dejas, como nos quedan de Roma tantas cosas. La habían practicado muchos poetas medievales y posteriores, como Guillem de Cervera, Francesc Eiximenis, Bernat Metge, Anselm Turmeda, Jaume Roig (¡ay, muy misógino!), Joanot Martorell y el Rector de Vallfogona.

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También en la Renaixença fueron satíricos, irónicos o humoristas Albert Llanas (Un pedazo de papel, 1865), y las revistas El Embustero, El asno, El maestro Titas y La Chanfaina. No faltaron durante la Primera República, cuando nacieron clásicos tan importantes como La Campana de Gracia, La esquella de la Torratxa, el Papitu y el Cu-Cut, esta última asaltada y prohibida por los militares. Pero heredaron aquel espíritu muchos escritores y dibujantes del Modernismo (Santiago Rusiñol, el mayor).

El novecentismo es todo él un movimiento cargado de ironía. Basta con leer Josep Carner, Guerau de Liost o Espriu, y, de humor más desgarrado, los epigramas de Fages de Climent (véase éste, relativo a las tumbas vecinas de un cura y su amante: “Aquí yace una bailarina, / más abajo un sacerdote ; / él enseñaba doctrina, / ella lo enseñaba todo.”) y de Josep Maria de Sagarra, que no soportaba la prosa de Pere Coromines, padre del enorme Juan, lexicógrafo: “Eres fresca como una rosa, / más puta que las gallinas, / y pesada como la prosa / de don Pere Coromines.”

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La Segunda República vio nacer El Cordero Negro, y Pere Quart sobresalió en el arte de satirizarlo casi todo: desde la pintura de Tàpies –como Carner había ridiculizado la arquitectura de Gaudí–, hasta el poema de Maragall La vaca ciega: “Tiempo era tiempo hubo una vaca ciega: / yo soy la vaca de la mala leche.”

¿Por qué hoy no se bromea, sátira, ironía y befa de casi nada? Queda el Polonia.