Literatura

Condenados y elegidos a orillas del Misisipi

Flannery O'Connor escribió algunos de los cuentos más secos, descarnados e inolvidables que ha dado el sur de EEUU, y L'Otra recoge una selección en 'Un hombre bueno cuesta encontrar'

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Una embarcación de vapor en el río Misisipi a finales del siglo XIX
  • Flannery O'Connor
  • La Otra Editorial
  • Traducción de Marta Pera Cucurell
  • 224 páginas / 19,90 euros

Hombres con un solo brazo, chicos alabeos, niñas feísimas, chicas con piernas de madera y discos solares que arden sobre el cielo: todo son o podrían ser representaciones de lo sagrado, puntos donde confluyen la naturaleza y la gracia divina, pero sobre todo son personajes o elementos de algunos de los cuentos más secos, descarnados e inolvidables que ha dado el sur de EE.UU., los cuentos de la gran Flannery O'Connor (1925-1964). Fue una escritora católica del estado de Georgia, que significa una persona de confesión minoritaria rodeada de fervientes protestantes. Ella se lamentaba de que no sabía para quien escribía, o si sólo lo hacía para alguien. ¡Suerte que no desfalleció! Estaba convencida de que escribía para identificar el misterio de la Gracia: "He descubierto, leyendo mi propia obra, que mi tema principal es la acción de la Gracia en un territorio dominado en gran parte por el Demonio." Podemos hablar del demonio o del crimen que supuso la esclavitud y después la prolongada discriminación racial como el pecado original de una tierra que quedó teñida de sangre y poblada de fantasmas para siempre, unos fantasmas que seguro que habitaron las mentes de algunos de los mayores genios de la literatura en inglés nacida a orillas del Misisipi: Faulkner, Carson McCullers, Eudora Welty o Truman Capote, además de Flannery O'Connor.

Las historias de Flannery O'Connor son cruentas, inesperadas, bruscas y, de repente, deslumbrantes. Retratan de forma implacable la naturaleza humana más profunda y la realidad de un país miserable y criminal, con personajes que siempre están mal sentados, torcidos, incómodos o puestos al revés, a punto de cometer algún delito, como si no pudieran estar bien asentados sobre la Tierra, en parte porque son cojos, viejos, ciegos o todo esto a la vez, y en parte porque están condenados a ser ángeles o demonios. Con una fe inquebrantable en la escritura, en la bondad del hecho de contar historias, la escritora enferma que fue siempre O'Connor (se le diagnosticó lupus, la misma enfermedad que al padre, que había muerto joven) escribía seguramente enfebrada, iluminada, y por eso conseguía estos momentos de auténtica revelación místico-religiosa –o literaria– como pueden ser el final archiconocido del cuento que titula la recopilación, en la que un delincuente famoso no duda ni un instante en reventar el hacia disparos a una abuela, o la escalada de tensión en una granja a la que llegan tres chicos despalillados. Un círculo en el fuego es un cuento sin esperanza, en el que el Mal triunfa sobre el Bien, pero con instantes de luminosidad –como cuando “el sol destelló en sus cuerpos largos y muelles” antes de que los cuerpos de los tres chicos se dispongan a incendiarlo todo– que justifican cada minuto de lectura que se le dedica.

Es un auténtico lujo disponer de una nueva traducción de estos cuentos: existía una edición más amplia, pero ya estaba descatalogada, y lo que ha hecho Marta Pera con la lengua, que es intentar reproducir el habla llena de incorrecciones de la mayoría de los personajes, es encomiable, y ayuda a trasladarnos a la tierra inhóspita que debió de ser el sur de Estados Unidos a mediados del siglo XX. Alfombra roja para este libro!

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