BarcelonaUna de mis lecturas del verano ha sido la recopilación de artículos de Nora Ephron No me acuerdo de nada, publicado por La Otra Editorial, con traducción de la Carlota Gurt. Como me ha hecho reír, sonreír y, en definitiva, lo he disfrutado, lo recomendé en un chat de amigas del ámbito de las letras. Una de ellas opinaba que Ephron es un ejemplo de mujer que desperdicia el talento escribiendo sobre banalidades. Debo decir que me sorprendió la afirmación, porque a mí no me parece que hablar sobre los inconvenientes o el miedo a envejecer, qué supone vivir en un mundo que cambia a una velocidad vertiginosa o cómo la vida se te revuelve como un calcetín cuando te divorcias, sean temas en absoluto superficiales.
Es verdad que Ephron aborda la reflexión desde el humor, y con un estilo ágil y ameno que puede confundirse con desafección, o quizás con la ligereza que podemos atribuir a las clases acomodadas neoyorquinas. Pero cuando un hombre se acerca a temas trascendentes como el amor, la política, el envejecimiento o la muerte a través del humor no se le cataloga de superficial, sino de humorista inteligente o de genio, directamente . Pienso en Groucho Marx o Woody Allen, por ejemplo, ya que ambos compartían con Ephron, aparte de los orígenes judíos y la ciudad de nacimiento, una carrera cinematográfica. ¿Por qué entonces cuando una mujer lo hace el juicio es tan diferente? Y aún más allá de eso, ¿no es hacer la garra-gara al patriarcado aceptar que las mujeres debemos mostrarnos siempre profundas, cuidadosas y responsables y, por tanto, debemos escribir y acercarnos a la trascendencia – forzosamente– de forma solemne? ¿No es nuestra propia inseguridad y el miedo a que no se nos tome en serio (porque todavía cuesta mucho que se nos tome en serio) lo que nos limita y hace que tengamos prejuicios o, incluso, que no entremos en determinados ámbitos , ¿cómo el humor?
Recuerdo que, cuando me llamaron del ARA para ofrecerme la colaboración en Leemos, la propuesta era una columna humorística porque "queremos reír cómo reímos con tu primera novela". Yo ya les avisé de que el mundo de las letras no hace reír como lo hacen las desventuras amorosas (de hecho, hace llorar más que reír), pero que adelante las gachas. La misma amiga –que considera que Ephron desperdicia el talento– me advirtió sobre el riesgo de quedarme estancada y desconectar mi pensamiento crítico si mi único objetivo era hacer reír y no utilizar el humor como un medio más de expresión , entre otros muchos a mi alcance. Esto me hizo reflexionar (porque esa es la suerte de tener amigas honestas e inteligentes, aunque a veces no estés de acuerdo en todo). Finalmente, las dos primeras columnas que escribí quizá arrancaron, con un poco de suerte y poniéndome muchas medallas, alguna sonrisa tímida, porque quien avisa no es traidor, pero también porque acabé entrando en una época creativa más sobria (hasta al momento, dos años después, no me han tocado la cresta, así que yo sigo entregando columnas sin hacer mucho ruido). El caso es que, aunque me haya apartado, para el momento, de la carcajada como herramienta de expresión creativa, creo que la lucha feminista pasa por batallar y ganar un espacio propio en todos los frentes.
Hace unos días, el padre de una buena amiga mía murió. Antes de acercarme al tanatorio para darle un abrazo, me detuve en la librería de confianza para cogerle el Tengo un cuello que da pena, la segunda recopilación de Ephron que la Otra ha publicado en catalán (traducido también por Carlota Gurt). Pensé que quizás es en estos momentos cruciales de la vida cuando más necesitamos la visión lúcida y desacomplejada de una mujer inteligente que no tenía miedo a reír y hacernos reír.