El día que el president Pujol me llamó a su despacho

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Inicio de las pruebas de selectividad en Barcelona

BarcelonaDurante la semana, cerca de 50.000 estudiantes del país se han examinado de lo que tradicionalmente se llamaba selectividad. Como el sistema educativo público de Catalunya acude a la catástrofe sin paliativos –no por ser catalanistas haremos ver que todo va de maravilla–, hace años que los resultados de estas pruebas son muy delgados.

Si el lector permite por una vez que el columnista hable en primera persona, diré que, habiendo yo publicado un libro sobre el eclipse de las humanidades y la crisis universitaria, el presidente Pujol, que ya se había retirado, me llamó al despacho que tenía en el paseo de Gràcia para hablar de ello. Estuvo muy de acuerdo con todo lo que decía, y conversamos animadamente.

Sabiendo que el presidente todavía era muy escuchado por los cargos y consejeros de su partido, le pedí que me facilitara una entrevista con Irene Rigau, entonces consejera de Educación. La secretaria de Pujol no tardó ni dos días en concertar una cita con ella.

Fui y abordamos el problema de la "comprensión lectora" de los estudiantes catalanes de secundaria y bachillerato, e insistí en algo en lo que no he dejado de creer: las lecturas obligatorias en los institutos no eran adecuadas. (Ahora las decidirá cada centro, y ya veremos qué ocurre.) La prueba de que no lo eran fue que los estudiantes lograron, con el tiempo, uno de los peores resultados en materia literaria de todo el continente. La consejera me dijo que se lo iba a estudiar. (Me parece que le hice a manos una lista de lecturas que me parecía que podían dar mejores resultados.) Nunca más me dijo nada.

Han pasado los años, y los resultados son los que son. Como la universidad debe recibir estudiantes si quiere sobrevivir, la selectividad la aprueba casi todo el mundo. Otra cosa es que los aprobados tengan nota suficiente para cursar la carrera que les gustaría. Dado que los examinados son incapaces de discurrir sobre los temas abstractos de la filosofía o la literatura, cuando pueden esquivar estas materias en el examen. Y como los baremos de corrección se han vuelto muy laxos, ni siquiera futuros estudiantes de humanidades son capaces de forjar una frase larga, con una o dos subordinadas, ni conocen la ortografía. Éste es el panorama, y ​​por eso hemos dicho al principio que la educación pública catalana va a la catástrofe: sólo personas capaces derazonar, además de saber, dan el tono a la competencia y la democracia de un país. Y esto sólo lo enseñan la historia, la filosofía y la literatura.

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