- La Otra Editorial
- Barcelona, 2024
- 193 páginas
- 19 euros
En literatura, en televisión y cine, en el arte en general, una cosa es la mezcla de géneros y otra cosa muy distinta es la indefinición. Lost, una de las series que marcaron el boom televisivo de principios de siglo –apenas se acaba de conmemorar el vigésimo aniversario de la emisión del primer episodio–, es un ejemplo paradigmático de mezcla de géneros. Quiere hibridar a muchos y lo hace sin reparos. El resultado es una obra en la que la ciencia ficción, el misterio de terror, la aventura de supervivencia, el drama sentimental, el thriller trepidante y la poesía filosófica, conviven y se entrelazan y se alimentan a partir de la yuxtaposición y el contraste.
En cambio, Las pequeñas vampiras, de Maria Guasch, licenciada en Comunicación Audiovisual y en Estudios Literarios, autora de la muy celebrada Los hijos de Laguna Park (2017, también en L'Altra), se mueve por unas coordenadas más difusas, como si quisiera tantear varios géneros –el drama adolescente, el terror, la intriga–, o como si quisiera ser diferentes tipos de historias –una novela la de formación, un cuento gótico, una radiografía inquietante de un mundo pequeño y claustrofóbico, una investigación de resonancias simbólicas de la presión violenta que los males de la historia ejercen sobre el presente–, pero, al fin, no se decantara del todo por uno solo en ningún momento. El resultado es una novela triplemente extraña: primero, porque relata un mundo atravesado por la extrañeza; segundo, porque la mayoría de los personajes están imbuidos de perplejidad; y tercero, porque se nos narra todo desde una indefinición (de tono y de géneros literarios) estructural que en ciertos pasajes resulta muy sugerente y en otros provoca confusión.
Referencias al vampirismo
El argumento de Las pequeñas vampiras de entrada parece bastante sencillo, pero se va ramificando y expandiendo con varios personajes secundarios y con toda una galería de subtramas que le envuelven considerablemente. Como cada verano, Natalia vuelve a su pueblo natal para pasar sus vacaciones. Es un pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce y donde también todo el mundo conoce las historias familiares de cada uno. En el pueblo, Natalia reencuentra a su amiga de infancia, Emma, que ha tenido que crecer entre los miedos, los prejuicios y los recelos de los vecinos porque tiene “la sangre enferma”. Es la expresión que se usa continuamente, pero el lector comprende pronto qué le pasa: su madre era heroinómana y se infectó con el virus del sida. Por un momento, entre las referencias al vampirismo (lecturas infantiles de las protagonistas) y la presencia del submundo de la heroína, el lector piensa que Guasch nos llevará por caminos similares a los de películas como Arrebato, de Iván Zulueta, The addiction, de Abel Ferrara, o Sólo los amantes sobreviven, de Jim Jarmusch, pero no es el caso.
Además del afecto inmenso que siente por su amiga peculiar y vulnerable, Natalia, que tiene quince años y está en pleno florecimiento de la pubertad, siente una fascinación vivísima por su prima grande, Candela, que trabaja en el bar del pueblo y es una mujer carismática y una seductora natural: “Los chicos seguían a Candela como si alguien les estirara los ojos”. Y, aparte de todo esto, y de la vida esclusa y rutinaria del pueblo, está Martín, un joven recién llegado y enfermizo; y están las dos familias que viven en Les Agulles, una antigua masía con un pasado manchado de querellas y sangre, relacionado con la Guerra Civil. Ambas familias, dos matrimonios no convencionales con sus hijos, generan en Natalia y Emma una animadversión atávica, y una atmósfera de misterios peligrosos y de accidentes incomprensibles les rodea. Por un momento, entre las referencias implícitas en la Guerra Civil y la textura sutilmente terrorífica del relato, el lector piensa que Guasch nos llevará por caminos similares a los de las películas El espinazo del diablo o El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, pero tampoco es el caso.
Esta indefinición estructural quita fuerza dramática y precisión expresiva a la novela, y eso que Maria Guasch –lo ha demostrado en novelas anteriores y lo demuestra en varios pasajes de la presente novela– es una escritora intelectual. inteligente y tiene una prosa meticulosa y rica.