Literatura

Escribir el deseo en un mundo en el que vuelve la censura

En 'Una cerilla a la lengua', doce poetas abordan el erotismo sin decorados: estalla y se contiene, se estruja y se afina

Un chico pensante
2 min
  • Varios autores
  • Ela Geminada
  • 100 páginas / 15,90 euros

Leer Una cerilla a la lengua, recopilación de poesía erótica al cuidado de Nina Busquet y Anna Noguer, es un territorio donde el deseo no se articula como metáfora, sino como materia. Cada palabra es un riesgo en un mundo donde parece que la censura esclusa vuelve a hacer acto de presencia. El erotismo aparece desnudo de decorados: estalla y se contiene, se estruja y se afina, con ese temblor sutil que precede a la combustión.

Tanto la editora, Laia Regincós —ganadora en la categoría de trayectoria profesional de los Premios Rosa Maria Garriga de este año— como las curadoras dejan claro que priorizan autores de lengua afilada que proclaman la voluntad de acercarse al otro como quien pasa la punta del dedo por la orilla de la rompa pero también puede hacer que cante. Los poemas avanzan con un equilibrio óptimo entre la ternura y el arrebato, entre la piel y el pensamiento, y juegan con imágenes que no buscan agradar, sino encender. El erotismo no se plantea como exposición: es una exploración de los límites —el lugar donde el cuerpo deja de ser materia física y se convierte en lenguaje, promesa y espina.

Carnalidad, intimidad y sutileza

En muchos poemas, el uso de la primera persona es una gran apuesta. No hay distancia ni cortina: la voz poética se muestra con la misma insolencia que un rayo. Pero, al mismo tiempo, la vulnerabilidad que filtra esta voz evita que el erotismo caiga en la impostura o en la vulgaridad. Es un deseo que se ofrece desnudo, pero nunca ingenuo. El título, Una cerilla a la lengua, funciona como un símbolo perfecto de todo lo que se cuece: el riesgo de encenderse, la imposibilidad de pronunciar nada sin ver cómo se consume un poco de la propia existencia, la necesidad de lamer la herida después del fuego. El libro no quiere enseñar nada, no predica, sólo enciende el espacio y nos deja mirar cómo quema. Tampoco pide permiso: se infiltra, porque la poesía, cuando se suelta, puede ser tan explosiva como una cerilla a punto de estallar.

Una cerilla a la lengua es una recopilación coral que se enciende porque cada poeta aporta un tipo diferente de combustión. Idillis ha reunido voces que trabajan el deseo desde registros complementarios: la carnalidad explícita, el erotismo sugerido, la intimidad emocional y la corporalidad simbólica. El resultado es un mapa del deseo hecho de hogueras pequeñas, chispas repentinas y braseros que queman lentamente: Adriana Bàrcia, Raquel Casas, Rosa Font Massot, Lidia Gázquez, Toni R. Juncosa, Cecilia Navarro, Laura G. Ortensi, Jaume C. Pons Alorda, Laura Adrià Targa. Para elegir cuatro, Casas escribe el erotismo como fragilidad que tiembla: un labio que duda, un gesto que se contrae antes de atreverse. Pons Alorda es la exuberancia del deseo desatado, del exceso y el delirio lúdico. Targa presenta su deseo como arquitectura y pensamiento, como quien busca el mecanismo interno. Un erotismo intelectual que revela, bajo cada plano, una calidez subterránea. La piel hecha paisaje es mérito de Rosa Font, que trabaja el deseo como parte de la naturaleza que habita.

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