¿Quién fue el escritor más profético del siglo XX?

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Una imagen de juventud de Franz Kafka

BarcelonaEl lunes, día 3 de junio, se celebra el primer centenario de la muerte de Kafka; posiblemente todavía será celebrado en doscientos o trescientos años. Es el autor más profético de todo el siglo XX, y lo que diagnosticó en sus novelas, de edición póstuma, será realidad mientras no cambien, cosa difícil, las determinaciones del sistema político, jurídico y económico de las sociedades avanzadas.

Con la literatura de Kafka, sin embargo, esta diagnosis de los problemas que afectan a todo sujeto de nuestras sociedades, la nuestra como la suya, no ha sido evaluada como era necesario. Por culpa de una mala traducción del título de su narración más leída, La transformación, los lectores han pensado, habitualmente, que Kafka es un autor de literatura fantástica. Nada más alejado del contenido de sus tres novelas, como hemos dicho. Fue la Revista de Occidente, por una decisión malograda quizás de Ortega y Gasset, quizás de Fernando Vela, quizás del traductor o traductora de esta narración, quien fundó una tradición errada al traducir la palabra alemana Verwandlung por metamorfosis, en vez de la más sencilla transformación. Así dijeron que habría tenido que hacerse Jorge Luis Borges, el nuestro Gabriel Ferrater, y uno de los editores de la más completa y satisfactoria de las ediciones de Kafka, Malcolm Pasley, cuando intituló una edición inglesa del libro de Kafka con el nombre The transformation (Penguin). Pero la denominación correcta no ha cogido por completo: a la gente, sobre todo a los editores, les parece más eficaz la denominación de origen griego que la de origen latino. Aunque ambas palabras quieren decir exactamente lo mismo, la que viene del griego tira a misterio y algo fantástico, y la que viene del latín echa a una situación absolutamente doméstica.

Kafka poseía una vena profética, es verdad, pero no era un aficionado a la literatura de ciencia ficción. Se había criado en la literatura de los realistas alemanes, ingleses y franceses, como Heinrich von Kleist, Charles Dickens y Gustave Flaubert, y lo único que hizo es crear unas alegorías muy potentes, de verdad desconcertantes, para sacudir las conciencias y la opinión de los lectores. En realidad, la parte novelística de su obra se aboca más a la política ya la sociología del conocimiento que a la descripción neutra de la realidad. Basta con entender que los códigos propiamente realistas estaban desgastados, y que era necesario abrir un camino suficientemente eficaz para provocar la perplejidad del lector: una actitud receptora que, hoy, hay muy pocas literaturas que generen.

El hecho de que su obra no haya perdido ni una brizna de modernidad, y que sus libros siempre se hayan vendido con casi entera independencia de los cumpleaños, demuestra que sus profecías no eran del ámbito de la ciencia ficción.

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