Guadalajara o el escaparate cultural

BarcelonaEn el ensayo Crítica de la víctima, publicado por Herder, el profesor de la Universidad de Bérgamo Daniele Giglioli describe cómo la víctima se ha convertido en "el héroe de nuestro tiempo". Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete reconocimiento, genera identidad e inmuniza contra la crítica. La víctima, dice, no actúa: sufre; no responde: es irresponsable. Y, por eso mismo, es "el sueño de cualquier tipo de poder". No es de extrañar, concluye, que hoy se libren batallas para establecer quién es más víctima, quién lo ha sido antes y quién durante más tiempo.

Leyéndolo estos días he pensado en la polémica generada a raíz de la participación de Barcelona como invitada de honor en la Feria del Libro de Guadalajara y del anuncio del Ayuntamiento de Barcelona sobre la creación de una beca de 80.000€ para escritores latinoamericanos que vengan a pasar tres meses a la ciudad para escribir en español sobre la capital de Cataluña. La elevada dotación ha generado una fuerte reacción en los escritores en lengua catalana: las becas Montserrat Roig de creación literaria, también otorgadas por el consistorio, son de 6.000€, no incluyen publicación ni traducción, y se conceden igualmente a autores que escriben en castellano.

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El catalán es una lengua objetivamente minorizada, con déficits estructurales de presencia, inversión y proyección. El agravio es evidente y medible. Y, sin embargo, todavía hay quien dice no entender el porqué de estas quejas o quien blanquea el conflicto lingüístico presentándolo como una cuestión de afinidades personales. El problema no va de simpatías, amistades o buenas relaciones entre autores que escriben en diferentes lenguas: va de poder, de recursos y de qué voces ocupan el espacio central.

En este sentido, que de los sesenta autores invitados, el escogido para abrir la feria haya sido Eduardo Mendoza no es una decisión neutra. Mendoza es conocido por leer el conflicto lingüístico en clave de victimismos cruzados banalizando el bilingüismo como si fuera la solución natural y no un estadio más del proceso de sustitución lingüística que se intenta imponer desde las instituciones, a menudo disfrazado de cosmopolitismo y apertura.

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Proyectar una imagen despolitizada de Barcelona

Esta operación simbólica no es menor porque se produce bajo una inversión pública considerable: el Ayuntamiento de Barcelona ha destinado 3,5 millones de euros procedentes del impuesto turístico, y este punto no es banal. El dinero que se genera con un modelo económico que está expulsando a los vecinos, tensionando barrios y erosionando la vida cotidiana de la ciudad se ha destinado, paradójicamente, a una operación de escaparate cultural que acaba reforzando la misma maquinaria que hace Barcelona cada vez más invivible para los barceloneses. La literatura, al final, ha sido instrumentalizada para proyectar una imagen despolitizada de la ciudad (esto es, del país), aparentemente cosmopolita y amable, esto es, pacificada para el consumo.

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Si la internacionalización de la literatura catalana fuera realmente la prioridad, estos recursos habrían servido para traducir, proyectar y consolidar a autores. Sin embargo, el riesgo que tenemos los escritores en lengua catalana es el de quedarnos atrapados en el daño y la denuncia del agravio. Tal y como advierte Giglioli, cuando la víctima se convierte en identidad, deja de ser sujeto político. Y como éste es uno de los males que atraviesa Catalunya, debemos poder pensar en clave de futuro: el catalán no vivirá del daño que acumule, sino del futuro que nos atrevemos a disputar.