Hay que leer esta obra inmensa con los ojos admirados de un niño
Adesiara recoge todos los cuentos de Hans Christian Andersen en dos volúmenes imprescindibles
- Hans Christian Andersen
- Traducción del danés de Henrik Brockdorff y Miquel-Àngel Sànchez Fèrriz
- Epílogo de Jordi Nopca
- 1.500 páginas (2 volúmenes) / 88 euros
Una de las 160 narraciones reunidas en estos dos volúmenes imprescindibles, que recogen toda la obra corta de Hans Christian Andersen —autor que practicó también otros géneros, pero que se hizo famoso por sus relatos—, lleva por título Pluma y tintero. Dice el tintero, jacándose de su capacidad de creación en potencia: "¡Es extraño todo lo que puede venir de mi parte! ¡Sí, es casi increíble! Y yo mismo, realmente, no sé qué será la próxima vez, cuando esa persona empiece a pouarme la tinta". Un tintero, en efecto, encierra toda ley de posibilidades literarias, y sólo hace falta que el escritor sume la pluma y vaya desarrollando su genio sobre la hoja de papel.
Hans Christian Andersen (1805-1875) aprovechó todo relatos que formaban parte del folclore escandinavo y les dio una forma perdurable. Y inventó muchos más. Historias que integran el rico bagaje de la memoria popular internacional como La sirenita, El vestido nuevo del emperador, La Pulgarita, La Reina de las Nieves o La chica de las cerillas son obra suya. Que esto ocurra con estos relatos que cito y con algunos otros más, pero, ¿no es la aspiración máxima que debería tener un ver escritor? Lo que él ha escrito o fijado en papel se ha convertido en patrimonio del pueblo, del mundo, como si hubiera existido desde la noche del tiempo, anónimamente. Y es que todas estas composiciones literarias gozan, desde hace muchas generaciones, del favor unánime de los lectores (y de los oyentes, porque a menudo se han transmitido oralmente, en familia, de padres a hijos), que las han bendecido.
Jordi Nopca, en su magnífico epílogo, se refiere a la adulteración que han sufrido muchas de las historias recogidas en esta magna edición (la edulcoración operada por la factoría Disney, por ejemplo, en beneficio del mercado), a menudo para adecuarlas a una perversa corrección política. Y también señala, con acierto, la diferencia entre las eventyr ('cuentos de hadas') y las historiero ('relatos'). La Reina de las Nieves, pongamos por caso, forma parte del primer grupo: la fantasía corre a relucir, y el leedor (o el oyente) debe aceptar el pacto de la suspensión de la credibilidad. Hay un pasaje en el que Gerda, la niña protagonista, confunde a dos soldados de madera con sendos chicos reales: "Les gritó, pensándose que eran de verdad, pero naturalmente no le respondieron". Este hecho, sin embargo, no impide que al cabo de un rato, llegada a la casa de una bruja buena, Gerda mantenga largas conversaciones con las flores del jardín de la mujer. Un cuento de hadas, pues, en toda regla. En cambio, el relato que mencionaba ahora, el del tintero y la pluma, formaría parte del segundo grupo.
Cuentos llanos, didácticos y filosóficos
En éste de los relatos, existe una constante compositiva: la de las dicotomías de personajes. El lector lo advertirá en varias narraciones: la que enfrenta la vela de cera con la vela de sede, o la del rosal y el caracol, o la del gallo de corral y el gallo de una veleta... También la del tintero y la pluma, claro. O, en otro sentido, la que opone un abuelo a su nieto, que acaba teniendo una feliz resolución: el viejo, finalmente, aplaude los avances de unos tiempos modernos que él no está capacitado para entender, a diferencia del joven.
Algunos de estos cuentos, en su formulación tan sencilla, tan didáctica, no esconden una dimensión filosófica. El gasterópodo protagonista deEl caracol y el rosal "tenía mucho en su interior: se tenía a sí mismo". El rosal, en cambio, se expande y celebra el mundo, ofreciéndole sus bellísimas flores (un producto, éste de la rosa, autosuficiente como la rosa de Silesius: no necesita más). Son historias que se desarrollan en unos paisajes gélidos ("Todos los árboles y arbustos estaban cubiertos de escarcha, era como un bosque entero de corales blancos, como si todas las ramas estuvieran colmadas de flores de un blanco radiante"), y que tienen, sin excepción, una cordura pronto tendrá que cantar", leemos en una conmovedora narración dedicada al poeta Friedrich von Schiller, La vieja campana de iglesia, en la que el cobre de una campana será fundido para afeionar la estatua del poeta. Seguro que, si la conocía, Martin Heidegger, tan amante de las campanas como portadoras de la voz del genio del lugar, debió de ser devoto.
En una de estas historias se manifiesta la necesidad perentoria de la continuidad narrativa (la del rey de Turquía): el joven protagonista debe enlazar una historia con la otra no para salvar la piel, sino para poder casarse con la princesa. Otra, exquisita, nos demuestra que la felicidad puede encontrarse en un sencillo pedazo de madera. Yo diría que es necesario leer esta obra inmensa con los ojos admirados de un niño. Y también con su sabiduría discreta, porque debemos recordar que sólo el niño reveló la impostura de los adultos, al ser capaz de reconocer que el emperador iba bien conejo. ¡Pura sustancia de relato!