Literatura

Emili Manzano: "A partir de los 60 años, todo el mundo tiene la cara que merece, pero no la cuenta corriente"

Escritor, periodista y traductor

BarcelonaTras una fructífera etapa como periodista cultural en Barcelona, Emili Manzano (Palma, 1964) regresó a Mallorca. Instalado en la Colonia Sant Pere, un pequeño pueblo que pertenece al término municipal de Artà, el antiguo presentador de Salón de lectura y La hora del lector se ha logrado reinventar como traductor (Céline, Simenon, Modiano) y editor (Libros del Zorro Rojo). También ha seguido escribiendo, guiado por la memoria –como ya hizo en Huesos de aubercoc (L'Avenç, 2007)– y acaba de dar a conocer Me acuerdo (Anagrama, 2024), en el que reconstruye recortes de su pasado íntimo y familiar pero al mismo tiempo ofrece un retrato divertido, ingenioso ya ratos emotivo del mundo en el que creció.

Recuerdas libros que dejaste y nunca te han vuelto, haber ido a ver ovnis un verano de 1980, que no tuviste móvil hasta que tuviste 40 años... Y también tienes presente que, de pequeño, creías que The Beatles y Los Bítels eran dos grupos distintos.

— En unas memorias habría avanzado cronológicamente, con la aspiración de ser coherente con lo que recordaba como verdad. Yo he optado por otra vía mucho más libre y juguetona: he hecho un libro de recuerdos dispersos.

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Se inscribe en una pequeña tradición de libros que comienzan con la fórmula "me acuerdo", que fundó Joe Brainard en 1970 y al que se han sumado Georges Perec y Margo Glantz.

— Joe Brainard escribió el libro más democrático del mundo, porque cualquier lector podría escribir uno basándose en su propia vida. No conozco a nadie que no tenga recuerdos y que no sea capaz de escribirlos. no requiere una imaginación literaria ni una capacidad para estructurar un relato, para imaginar una trama... ni siquiera para desarrollar la psicología de los personajes.

Su libro y el tuyo se parecen más bien poco.

— Me gusta conocer las tradiciones para pervertirlas un poco. Brainard es muy escueto, escribe fragmentos esqueléticos, flashes. Perec, además, excluye lo íntimo. Su Je me souviens quiere representar a su generación. Yo no he hecho ni lo uno ni lo otro. Hay momentos en los que mi memoria se derrama y el recuerdo se convierte en cuento. Me permito describir, y también reconstruir diálogos.

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Empiezas recordando "las uñas sucias, afiladas y relucientes, como mejillones de roca, de la mujercita que venía a vender golosinas a la salida del colegio".

— Aquella señora era un buen contraste con nosotros, que íbamos a un colegio bastante pijo. Empiezo así, recordando la madona del carrito, porque es una forma de rehuir el narcisismo. Uno de los grandes peligros de un libro como el mío es creer que todo lo que te ha pasado es interesante porque tiene que ver contigo y puedes contarlo más o menos con gracia.

Consigues encapsular todo un mundo, desde la infancia mallorquina hasta anécdotas vividas con amigos como Francisco Casavella, enumeraciones de helados o de los programas de radio preferidos, aquella vez que conociste a Leni Riefenstahl y recuerdas que Hitler había estado enamorado. .

— Podía caber cualquier cosa, incluso unas cuantas contraseñas de Mortadelo y Filemón: "Ciertos tipos con bigote tienen cara de hotentote", "Los tipos que fuman puro tienen cara de canguro"... No todo debía ser citar a Montaigne y Ramon Llull. Somos hijos de la alta cultura y de la cultura popular.

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Homenajes fórmulas periodísticas antiguas como "macabro hallazgo".

— Son expresiones que hemos terminado utilizando mucho en mi casa. Los hay de este tipo, pero también más singulares, como: "Hoy comeremos un precioso polloEsto viene de un programa de las fiestas patronales de Es Pla de na Tesa. El redactor de aquellas notas quiso dejar su huella personal, aunque lo hizo de forma anónima.

La familia de tu padre estaba más presente en Huesos de aubercoc. Aquí predomina la de la madre, que leía poemas y cuentos de Rubén Darío antes de acostarse.

— La banda paterna era campesina, muy tradicional, con un lenguaje arraigado en la tierra, costumbres, herramientas y gestos. Cuando entrabas en la casa familiar debías aprender un vocabulario muy concreto. En lugar de cerrar, decían cerrar. La boca, en vez deabrirse, se descuidaba. La familia paterna no habían viajado ni hablaban lenguas extranjeras. La de la madre era cosmopolita, hablaban alemán, tenían negocios hoteleros. Mi abuelo materno se había comprado uno de los primeros coches de la isla, y era tan mallorquín como el abuelo paterno.

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En Me acuerdo explicas la muerte de la abuela materna cuando era bastante joven.

— Fue un drama. Y me ha costado mucho creer que tenía derecho a hablar de ello. Murió después de años de enfermedad y era joven, sí... Cuando esto ocurrió, mi madre tenía 26 años y yo sólo cinco. Durante mucho tiempo he pensado que era indelicado abordarlo.

En su casa este tema no se sacaba. Tampoco se hablaba de la Guerra Civil.

— No se hablaba demasiado, pero tampoco se esquivaba. Tanto los que la ganaron como los que perdieron salieron muy tocados de la Guerra Civil. Unos y otros vivieron cosas terribles. Cuando yo nací, en 1964, se celebraban lo que le decían "veinticinco años de paz", imagínate tú qué broma tan siniestra. Eran los años que en las noticias oías palabras como Matesa y opus... pero en Mallorca vivíamos un ambiente muy distinto al del resto de España.

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Ya había mucho turismo...

— Sí. Quería hacerse creer a los turistas que venían que lo de aquí no era una dictadura. Se autorizaba el bikini, la fiesta y la diversión.

La primera vez que viniste a Barcelona fue en 1977, y te causó impresión.

— Había leído El grupo de los diez, del amado Joaquim Carbó, y El zoo de Pitus, de Sebastià Sorribas, que construían una imagen de la ciudad popular y menestral. También alguna novela de Juan Marsé, poemas de Jaime Gil de Biedma... y esa especie de Manhattan Transfer que escribió Luis Romero, La noria. Lo que me encontré era distinto a lo que había leído.

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Cuentas que, subiendo la Rambla, te fijaste en "los travestis que había en las esquinas de la parte baja del paseo", en "los hombres que exhibían impúdicamente la perdiz en los urinarios públicos" y también en "los rótulos de La Vanguardia que coronaban los quioscos de prensa".

— Otra cosa que me impresionó fue que en los bares el sobrecito de azúcar llevaba la palabra escrita en catalán. La lengua no era algo reivindicativo, sino industrial. Pensé que el catalán aquí era otra cosa.

Me acuerdo reivindica también multitud de palabras poco utilizadas como burotacho, patatilla, colflori, pomoto...

— Aparecen algunas palabras desaparecidas o en peligro de extinción. Cuando me viene una en la cabeza, la apunto en un archivo que tengo: Litrio, frescas, esquijama. Las hay mallorquinas y otras que hemos adaptado del castellano. Mi próximo libro será un diccionario íntimo, una mezcla de trabajo de campo psicológico y autobiografía. La memoria se pierde pero los recuerdos no.

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Hay una frase de George Orwell que citas en las que dice: "A partir de los 50 todo el mundo tiene la cara que se merece". Ahora que tienes 60, ¿te atreverías a añadir algo a esta frase?

— Déjame pensar un poco... A ver qué te parece esto: a partir de los 60 todo el mundo tiene la cara que merece, pero no la cuenta corriente.