Las primeras veces

¿Tenemos un problema con la sexualidad, las mujeres?

El sexo después de ser padre
08/03/2024
3 min

BarcelonaUno de los libros más divertidos que he leído es Cómo no escribir una novela, de Howard Mittelmark y Sandra Newman (publicado en castellano por Seix Barral), un manual que te cuenta, a través de ejemplos que hacen mear de risa, lo que un escritor no debe hacer si quiere que su manuscrito llegue a publicarse. Hay textos, sin embargo, que, pese a no caer en los errores que los autores detectan, no acaban de funcionar, o no acabamos de conectar con ellos, y no sabemos muy bien su porqué.

En alguna ocasión he hablado de lo que es mentalizar, la capacidad humana de comprender la mente de los demás, y la propia, a través de los estados mentales intencionales de la persona (sus emociones, pensamientos, deseos, necesidades, valores, etc.). Cuando la capacidad de mentalizar se desconecta y entramos en modo no mentalizador, éste puede expresarse de tres formas:

a) Perdemos la perspectiva de las mentes de los demás y tenemos la certeza de que lo que nosotros sentimos o pensamos es la realidad para todos; b) No conectamos con un conflicto, o con los verdaderos sentimientos que nos provoca una situación, y entonces disimulamos y llenamos el espacio de palabras vacías -o de silencios, para evitar "el elefante dentro de la habitación"-; c) Actuamos impulsivamente para evitar un malestar, sin comprender los motivos de esa conducta.

La literatura es un reflejo de la vida. Por este motivo, al igual que en el mundo social la mentalización es una habilidad esencial para relacionarnos, porque nos ayuda a comunicarnos ya conectar con los demás de forma significativa, en el mundo literario también lo es. Cuando los autores nos desconectamos y dejamos de tener en mente la mente de los demás, podemos acabar reproduciendo en nuestros textos alguno de estos modos no mentalizadores.

Hace pocos días leí un artículo de la Esperanza Sierra, publicado en Catorce y titulado "Tenemos un problema". La autora afirma que son comunes las parejas heterosexuales en las que las mujeres se quieren "profundamente al hombre" y "están soberbio" y "todo va perfecto", pero no tienen ganas de follar y, por este motivo , a ellos, pobres almas en pena, no les queda más remedio que buscarse una amante (a ser posible, más joven y soltera). Reconozco que, en un principio, no sabía si estaba leyendo un informe financiado por la antigua CiU para justificar las amistades de los miembros masculinos del partido. Pero con una lectura más profunda, descubrí que lo que me irritaba, más que esta garganta patriarcal, era el intento de generalizar una situación particular; y hacerlo a través de un discurso que, además, acaba resultando vacío porque no conecta con ninguno de los posibles conflictos de fondo que una situación como ésta puede contener (la soledad de una pareja que hace aguas y que no sabe comunicarse, el agotamiento del deseo, no haber salido del armario, disfunciones sexuales, haber sufrido abusos, tener el cerebro colonizado por el patriarcado, etc.).

Hay un fragmento deLa calle de las Camelias en qué Mercè Rodoreda escribe: "Dijo que estaba segura de que todas las chicas eran como ella, que se deleía por los hombres, pero no para bromear: para dormir". Aunque aquí el personaje también hace una generalización de su mundo interno (por suerte, no todas las mujeres se deleitan por los hombres), se agradece que en 1966 Rodoreda escribiera sobre el secreto femenino mejor guardado: que, aparte de las mujeres que Sierra describe (y quizás, incluso, ellas también), hay otras muchas que se sienten libres y con ganas de disfrutar de su sexualidad.

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