William Faulkner, el Homero veterotestamentario del Sur
'Intruso en el polvo' es una historia de un dramatismo esencial y expresivo, entre la fábula sudista, el relato policial y la tragedia griega clásica
- Traducción: Manuel de Pedrolo (revisada por Miró y Bendicho)
- La Aguja Dorada
- 278 páginas. 20,90 euros
William Faulkner (Mississippí, EE.UU., 1897-1962), uno de los cuatro o cinco novelistas más influyentes del siglo XX, quizá sólo comparable a Proust, Joyce y Kafka, goza de una merecidísima fama como prosista musculoso y magmático, como creador de estructuras y estructuras vivos y muertos conviven, y como constructor de personajes primarios y brutales que, a su vez, son de una complejidad y profundidad shakespearianas.
La lectura deIntruso en el polvo, una de sus novelas tardías, publicada en 1948, justo un año antes de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura, nos recuerda que Faulkner también podía ser un excepcional inventor de argumentos. La historia de la presente novela, que la editorial La Aguja Dorada ha recuperado en la traducción que hizo Manuel de Pedrolo (revisada y puesta al día por Carles Miró y Núria Bendicho), es de un dramatismo esencial y expresivo, entre la fábula sudista, el relato policial y la tragedia griega clásica.
El protagonista, Lucas Beauchamp, es un campesino viejo, pobre y negro que ha vivido siempre con una falta de miedo y una exhibición de orgullo impropios de los de su raza, una falta de miedo y un orgullo que son percibidos como inconcebibles e intolerables dentro del pequeño mundo encerrado, clasista y racista del condado los fantasmas y heridas de la guerra civil de un siglo atrás todavía pesan y supuran. Un día Beauchamp es detenido y acusado de haber asesinado de un disparo por la espalda a un hombre blanco, miembro de una familia tentacular, con pedigrí y peligrosa, que vive al margen de todo y según sus propias normas. A partir de este incidente, y sin renunciar a los trucos (suspenso, giros, golpes de efecto) para crear intriga propios del género negro, Faulkner despliega el hueso del argumento: Beauchamp, esposado en la cama de un policía que tiene el deber complicadísimo y desagradecido de impedir que sea desentierre el cadáver de su presunta víctima, así podrá demostrar que él no es el culpable.
Un escritor lúcido y magnánimo
Más allá de su caóticamente colosal virtuosismo estilístico, que le hace ser capaz de escribir largos párrafos torrenciales en los que la escoria del realismo sucio se revolca con todo tipo de relámpagos líricos y de reflexiones existenciales llenas de ecos homéricos y veterotestamentarios, una de las grandezas del más lúcido que el Faulkner hombre. La inteligencia literaria, en la que lo que prevalece son las leyes y las verdades de la imaginación y del lenguaje, poco tiene que ver con la inteligencia mundana y con las razones de la moral y de la política. En este sentido, el talento inconmensurable del Faulkner fabulador de ficciones le permite deshacerse del obtuso corsé de prejuicios –raciales, sociales, ideológicos– que tenía como hombre, como hijo de su tiempo y de su tierra, y le hace escribir con una libertad, una complejidad y una perspicacia inauditas.
Aunque quizás ocupa un escalón más bajo que sus novelas más incontestables –Mientras me moría, Luz de agosto, El ruido y la furia, ¡Absalón, Absalón!...–, Intruso en el polvo es Faulkner en estado puro.