Misión: salvar el arte en tiempo de guerra (1936-2022)
Los trabajadores de los museos catalanes y ucranianos, con más de 80 años de diferencia, han salvaguardado su patrimonio cultural
BarcelonaPasan las décadas y, por qué no señalarlo, los siglos, y las guerras van desfilando ante nuestros ojos, unas detrás de otras, heredadas de generación en generación. No hay que ir siglos atrás; solo hay que tener una mínima memoria del siglo XX (y ahora, desgraciadamente, del siglo XXI; no hemos aprendido casi nada, en la provocación y resolución de conflictos), para hacernos presentes las imágenes de las guerras, las destrucciones humanas (las primeras y más importantes) y, detrás suyo, las destrucciones de los patrimonios de la humanidad: libros, arte, monumentos, paisajes, instrumentos culturales. Todo aquello que constituye una sociedad organizada y mínimamente civilizada (culturizada): la gente y su riqueza, material e inmaterial.
Tenemos a mano las imágenes de la Gran Guerra en Europa: Reims arrasada, bibliotecas quemadas, arte perdido. Pero después habría que sumar las guerras y violencias en casi todos los continentes del mundo. ¿Hemos hecho balance de las destrucciones de las guerras coloniales europeas? ¿Qué se destruyó en la guerra previa a la Segunda Guerra Mundial en Asia, cuando Japón empezó a construir la llamada Esfera de Prosperidad Asiática a precio de conquistar a sangre y fuego buena parte de China continental? Conocemos bastante bien el catálogo de destrucciones, robos y saqueos de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Tendríamos que repasar y ver la destrucción de patrimonio en otros lugares del mundo. La hubo, y mucha. El patrimonio, bajo cualquier forma, se ha convertido en otro instrumento de castigo, un rehén en manos del enemigo.
Cuando la gente de la Generalitat republicana, y los centenares de voluntarios que se sumaron a ellos, corrieron a salvaguardar el patrimonio del país en el verano de 1936, lo hacían para protegerlo de la violencia revolucionaria que estalló provocada por una sublevación militar y civil contra la República. Cuando este primer fuego se pudo extinguir, llegó la amenaza de la guerra fascista: bombardeos sobre cascos urbanos, habitados y sin otros objetivos que destruir la moral de la retaguardia y, si fuera necesaria, vidas humanas y patrimonio.
La exposición ¡El Museo en peligro! Salvaguarda y orden del arte catalán durante la guerra civil quiso explicar una parte de esta historia, con imágenes y obras, y, por encima de todo, hacer una reflexión que también vale por Ucrania estos días: salvaguardar vidas y patrimonio es una operación de estado, que va más allá de poner a cobijo unas obras de arte, unos edificios, junto con proteger los ciudadanos agredidos. Es un signo de una cierta civilidad, de una mínima sensibilidad cultural y colectiva.
Ver las imágenes de la protección y evacuación de obras de todo tipo y condición de los museos ucranianos es trasladarnos a Barcelona a finales del 1936; al Louvre en otoño de 1939; a la National Gallery, en Londres, en 1940, en plena Blitz; a San Petersbrugo, donde se vació el Hermitage, en pleno asedio del ejército alemán.
Los trabajos de salvaguarda no evitaron las pérdidas de obras y patrimonio. La maquinaria bélica siempre ha sido capaz de imponerse a la razón y la civilidad. Lo hemos visto en todas partes: en Palmira, en Afganistán, en Irak, en los conflictos caucásicos, en la Biblioteca de Sarajevo. Y si no se podía utilizar la excusa de los daños colaterales en un acto bélico, siempre está la motivación ideológica: los nazis, fascistas y franquistas quemando libros (los franquistas, más prácticos, no los quemaban, o quemaban pocos; hacían pasta de papel); los islamistas radicales destrozando colecciones de museos. Y la relación sería bastante larga.
En Catalunya, entre 1936 y 1939, la Generalitat invirtió una cantidad ingente de esfuerzos y recursos para preservar el patrimonio artístico del país. Lo hizo de varias maneras y con estrategias complementarias: desde la creación de grandes depósitos en lugares seguros de la retaguardia, hasta las dos exposiciones de arte medieval catalán en París (Jeu de Paume y Maisons-Laffitte). Se salvaguardó, ordenó, clasificó, registró, restauró, explicó y descubrió. Toda una política de gestión del patrimonio cultural colectivo de primerísima categoría. Los monuments men pioneros estuvieron en Barcelona, Lleida, Manresa, Tortosa, Vic, Tarragona, Girona o Castelló d'Empúries. Después, pocos años después, llegarían a Francia los monuments men norteamericanos.
En Ucrania, sobre todo en Kiev, funcionarios y ciudadanos, académicos y profesionales, embalan, guardan, protegen retablos y cuadros, esculturas y piezas de orfebrería; meten libros y tallas en cajas. Las imágenes que nos llegan nos llevan directamente en Barcelona, Olot o Darnius. Su historia y la nuestra es la misma.
Cuando las tropas franquistas llegaron a la Jonquera, el 10 de febrero de 1939, los responsables del Servicio de Defensa del Patrimonio Nacional (José M. Muguruza, Luis Monreal, etc.) se limitaron a recoger todo aquel patrimonio que la Generalitat había recogido, ordenado y preservado. No tuvieron que hacer nada. Después, gente como Muguruza y Monreal mentirían continuamente sobre el hecho de que los rojos habían robado, saqueado, destruido, etc. Era el privilegio de los vencedores. Hay que esperar que los ucranianos no tengan que pasar por esta amarga experiencia. Que cuando puedan desembalar de nuevo sus obras y devolverlas a sus lugares en los museos, lo puedan hacer con la satisfacción de no haber perdido la guerra, ni siquiera su libertad personal. No se puede repetir en Ucrania la experiencia del 1939 en Catalunya. Sería un regreso a la barbarie de los fascismos europeos del siglo XX. Porque la barbarie, la destrucción, los fanatismos políticos e ideológicos, también son parte de esto que se ha denominado la civilización europea.
* Mireia Capdevila y Francesc Vilanova fueron los comisarios de la exposición ¡El Museo en peligro! Salvaguarda y orden del arte catalán durante la guerra civil, en el MNAC (julio 2021 - febrero 2022)
[El fotógrafo Bernat Armangué ha documentado estos días cómo los trabajadores del Museo de Lviv trasladaban y protegían el rico patrimonio que guarda]