Primera Guerra Mundial

La cirugía plástica moderna empezó en las trincheras de la Gran Guerra

Lindsey Fitzharris cuenta la historia de Harold Gillies, el cirujano que reconstruyó los rostros deformados de los soldados

Un grupo de pacientes y enfermeras en el Hospital Queen
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BarcelonaTerminar en una trinchera con el rostro deshecho durante la sanguinaria Primera Guerra Mundial podía ser un destino peor que la muerte. Aún estaba presente el recuerdo de las guerras napoleónicas (1803-1815), cuando los soldados con el rostro desfigurado eran rematados por sus compañeros, porque creían que así les salvaban de una vida miserable. A principios del siglo XX las armas eran mucho más potentes que en el siglo XIX y las heridas, mucho peores. Se calcula que durante la Primera Guerra Mundial, 280.000 hombres de Francia, Alemania e Inglaterra acabaron con el rostro desfigurado. "Si un soldado perdía una pierna, recibía simpatía y respeto, pero los que volvían con el rostro desfigurado eran rechazados y se les condenaba al aislamiento", dice la historiadora Lindsey Fitzharris, que explica la odisea de algunos de estos soldados y de Harold Gillies, el cirujano que les reconstruyó los rostros, en El reconstructor de caras (Capitán Swing).

"Los soldados desfigurados debían sentarse en un lugar especial en el hospital para que el resto de pacientes y sus familiares no tuvieran que mirarles. Las vidas les quedaban tan destrozadas como las caras", asegura Fitzharris. Las promesas los abandonaban y los hijos se iban corriendo cuando los veían. En Francia se les llamaba gueules rotas (rostros destrozados), en Alemania recibieron el nombre de Menschen ohne Gesicht (caras torcidas) y en Gran Bretaña se les conocía como los loneliest of Tommies (los más solos de los soldados). Al principio de la guerra poco podía hacerse e, incluso, como se les consideraba los menos recuperables, eran los últimos a los que se rescataba de las trincheras. La llegada del cirujano Harold Gillies cambió bastante las cosas.

Acompañando a Charles Valadier, que había adaptado su Rolls-Royce para albergar una silla de dentista y todos los utensilios necesarios para atender a los soldados, Gillies conoció cómo de mortíferas y destructivas podían ser las nuevas armas. "Trabajaron juntos y, en primera línea de frente, Gillies fue consciente de la desesperación de estos soldados y cómo necesitaban que se les reconstruyera el rostro", señala Fitzharris. Sin embargo, ésta no era una prioridad de los gobiernos. Cuando Gillies dejó Francia y llegó a Gran Bretaña, lo primero que hizo fue ir al ministerio de Guerra y sugerir que a los soldados con lesiones en el rostro se les indicara que podían ir a la unidad que había logrado crear en Hospital Militar de Cambridge. En las oficinas del ministerio no le hicieron mucho caso. "No habían presenciado de primera mano los horrores del frente y Gillies lo resolvió yendo a una papelería, comprando él mismo las etiquetas, escribiendo la dirección a todas y dejándolo todo en las oficinas. En poco tiempo, y sorprendentemente, empezaron a llegar hombres heridos con sus etiquetas manuscritas enganchadas a Cambridge", explica Fitzharris.

Reconstrucción de almas

Pronto había tantos hombres pidiendo que les ayudara, que la unidad quedó pequeña, y Gillies pidió abrir el Hospital Queen en Sidcup, el primero sólo dedicado a la cirugía plástica. El proceso para reconstruir el rostro de un soldado podía ser muy largo; algunos requerían quince o más intervenciones y el cirujano y los pacientes llegaron a establecer relaciones muy profundas. Incluso algunos de los soldados más tarde trabajaron con él. "Harold Gillies no sólo les reconstruyó los rostros desfigurados, sino también las almas. Y creo que esto es lo que le motivaba a seguir trabajando", reflexiona Fitzharris.

Hubo otros intentos de ayuda a estos soldados que no tenían que ver con la cirugía. Artistas como la estadounidense Anna Coleman Ladd se dedicaron a construir máscaras para ocultar las terribles heridas faciales. "Aunque parezcan muy realistas en las fotografías, no eran como una cara, eran incómodas, no envejecían, eran frágiles… y no eran para ellos mismos sino para los demás, para que no vieran cómo era su cara real", afirma la historiadora. Para Gillies, las máscaras eran un recordatorio de las limitaciones de la cirugía plástica. "Cuando llegaba un soldado, Gillies les mostraba distintas posibilidades para que eligieran qué rostro querían tener. Les devolvió la dignidad, y eso no se puede menospreciar", concluye Fitzharris.

La cirugía plástica ya había hecho un recorrido importante antes de la Primera Guerra Mundial. De hecho, el concepto de cirugía plástica se utilizó por primera vez en 1798, pero sólo se había logrado reconstruir pequeñas partes del rostro como la nariz. Tras la Primera Guerra Mundial, la cirugía plástica entró en una nueva era. La gran cantidad de rostros desfigurados de soldados permitió probar nuevos métodos en una escala hasta entonces inimaginable y avanzar a pasos de gigante.

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