Música

Rubén Blades: "Me han censurado en La Habana y en Miami, y cuando te censuran los extremos significa que vas bien"

Músico. Actúa en el Festival Cruïlla de Barcelona el 9 de julio

12 min
El músico Rubén Blades

BarcelonaRubén Blades (Panamá, 1948), leyenda de la salsa e influencia decisiva en el desarrollo de las músicas latinas, actúa el 9 de julio en el Festival Cruïlla de Barcelona. Llega unos meses después de recibir el Grammy a la personalidad del año y de publicar los discos Salswing!, con la Orquesta de Roberto Delgado, y Pasieros, adaptación de temas propios a la brasileña con el grupo Boca Livre. El autor de Pedro Navaja y Buscando América, el hombre que revolucionó la salsa con Willie Colón (con quien después tuvo conflictos de todo tipo), el "cronista que canta", que decía Gabriel García Márquez, atiende al ARA en videoconferencia.

¿Cómo se ve Rubén Blades vestido de swing y de música brasileña?

— Bien. Las conexiones musicales que tengo son muy profundas. Yo estoy oyendo swing desde que tengo 12 años y música brasileña desde los 14 o 15. No siento ninguna diferencia entre participar en un álbum con canciones de swing, en uno hecho con números de una forma brasileña o en uno de salsa. Me siento igual de cómodo.

¿El concierto del Cruïlla se va a parecer al que hizo en 2017 en el Poble Espanyol?

— Espero que sea mejor. Tenemos mucho material y pedimos permiso a los promotores, que nos extendieron la posibilidad de tocar más tiempo, dos horas y quince minutos. Tocaremos los clásicos que la gente va a pedir y que va a querer escuchar y otras cosas nuevas que hemos estado haciendo. Así que yo creo que este concierto va a ser mucho más completo que el otro.

Aquel concierto ya me pareció impresionante.

— Sí, fue muy bueno, porque la banda suena muy bien. Ahora podemos ir desde un formato de sexteto a uno de conjunto, de orquesta o de big band. No hay ninguna banda que pueda hacer eso ahora mismo, que yo sepa.

Hace más de 50 años de Juan González. Esa canción y el disco con Pete Rodríguez fue un poco agridulce. Fue su primer álbum, pero no tuvo la repercusión esperada.

— Fíjate que yo estaba tan entusiasmado por la idea de hacer un disco completo que nunca le asigné una expectativa comercial grande. Fue casi un milagro que pudiera hacer un álbum. Pancho Cristal, que era productor en Nueva York, por pura casualidad me encontró, me escuchó y me dijo que, si alguna vez iba a Nueva York, lo llamara. Mi mamá, que tenía pánico de que yo fuera a meterme en problemas porque acababa de empezar la dictadura en Panamá, intentó sacarme del país. No teníamos plata para ir a Nueva York y pude ir porque mi hermano Luis, el mayor, que en paz descanse, trabajaba en la aerolínea Panamerican y me dieron el pasaje casi regalado. Ese fue el álbum que hice, que para mí fue una sorpresa y un gusto tremendo. Pero no pasó nada con el álbum y eso no me sorprendió en absoluto. No esperaba gran cosa. Uno siempre tiene la expectativa de que a lo mejor a alguien le va a gustar lo que uno hace, pero no fue un desencanto total. Aunque, sí, fue una mierda: el disco no se vendió.

¿El primero que se vendió fue ¡Metiendo mano! (1977) o Siembra (1978)?

— El primer disco donde participé que tuvo algún reconocimiento fue Barretto (1975), el álbum que hice con Ray Barretto, pero por Barretto, no por mí.

¿Cómo era su vida en Nueva York en los años 70?

— Interesantísima. Me sentía como Pinocho en el sitio ese donde lo llevó el lobo, era una maravilla. Musicalmente era extraordinario porque te encontrabas con todo tipo de músicos. Pero también era una ciudad peligrosa. Había bastante violencia, problemas de drogas en la calle y problemas económicos serios, pero dentro de toda la ciudad tenía algo que ayudaba mucho. Por ejemplo, con el sueldo magro que ganaba podía vivir decorosamente y por el estudio donde vivía pagaba 100 dólares al mes. Si yo hubiese llegado a Nueva York con las condiciones económicas que existen hoy, primero no habría llegado a Nueva York, hubiera tenido que irme a otro lugar porque aquí todo ha cambiado, pero en esos días era maravilloso. John Lennon vivía a ocho cuadras de donde yo vivía y me lo encontraba por la calle caminando. También a Miles Davis, a Christopher Walken…

¿Vivía en Harlem?

— No, en la 86 y después en la 82 y Columbus Avenue, pero en realidad el barrio comenzaba en la 90. Caminando llegabas.

¿Este sueldo magro lo ganaba en la llamada Oficina de Correos de la discográfica Fania?

— Correcto.

¿Qué fue lo mejor y lo peor de su relación con Fania?

— Lo mejor de Fania fue que brindó una posibilidad a los músicos de género salsa de ser escuchados no solo localmente, sino internacionalmente. Jerry Masucci y Johnny Pacheco crearon una compañía que se convirtió en el centro de la producción de música de salsa a nivel mundial. Eso fue extraordinario porque les dio la oportunidad a músicos de dar a conocer sus creaciones y a la vez de viajar y de cobrar un dinero por sus actuaciones que era superior a lo que se pagaba en la ciudad de Nueva York, que se pagaba muy mal. La parte mala de Fania fue no reconocer las regalías de los músicos, no pagarles a los músicos el dinero que merecían. Ese fue el problema básico de Fania, no atender y no respetar los derechos de los músicos.

¿Qué cantantes tenía como referentes en esa época? ¿Ismael Rivera? ¿Cheo Feliciano?

— Tuve esos dos impactos, pero el estilo de Ismael Rivera era demasiado agresivo para mí. El de Cheo era más urbano, más suave, y nuestras voces se parecían mucho. Así que Cheo Feliciano fue mi modelo. Después tuve el honor de ser amigo de él; raras veces uno se hace amigo de sus ídolos y yo tuve esa oportunidad, cosa que agradezco mucho. La primera vez que conversé con él le dije, emocionado: "Mire, yo quisiera ser tan bueno como usted, quisiera ser como usted". Y él me miró, me puso la mano en los hombros y me dijo muy suavemente: "No, Rubén, no seas como yo, sé mejor que yo". Eso te da una idea del carácter y de la humanidad de Cheo Feliciano.

¿Y la relación con Héctor Lavoe cómo era?

— Fue buena cuando se presentaba. Amigos de andar arriba y abajo no fuimos porque yo no usaba drogas y era muy crítico con la droga. Así que la gente que usa droga no se siente cómoda con gente que no usa droga alrededor de ellos; ya sea porque sienten que los están juzgando o sienten que uno cree que es mejor que ellos. Pero a mí tampoco me gustaba el círculo de las personas que rodean a los que usan drogas porque es un círculo oscuro. Me daba siempre la sensación de peligro. Pero en términos profesionales siempre nos llevamos bien y participamos juntos en muchas experiencias. Yo le di la canción El cantante, que se convirtió en su especie de signo musical. Héctor era un tipo muy especial, con un sentido del humor extraordinario y muy buenos sentimientos. Una lástima, que haya muerto tan joven, a los 46 años, por el problema de la droga.

¿Lo que explica en ‘El cantante’ sobre lo que se ve del oficio musical lo ha sentido como una experiencia propia?

— En ciertas partes, pero en realidad quien vivía en ese momento el peso de la fama era Héctor, no yo. Yo estaba comenzando. Héctor estaba metido en el problema y, a parte, tenía sus propios problemas de salud, con la droga, familiares. Él estaba atravesando un momento en su interpretación, le daba mucha más sinceridad. Me alegro de no haber sido yo quien la grabó primero porque yo no le habría dado el tono de sinceridad que le dio Héctor.

Jorge Drexler explica que usted es el artista más completo de la canción en el sentido de que no deja nada fuera de la experiencia, que lo tiene todo: idea, emoción y baile. ¿Ese fue su propósito, llegarnos a través de la cabeza, el corazón y los pies?

— Bueno, no puedo decir que fue una elección tan premeditada. Lo que noté inmediatamente del género salsa es que estaba dirigido exclusivamente al escape, a la diversión. No hay nada malo en eso, pero era exclusivamente usado en ese contexto. Yo pensaba que, como manifestación del arte urbano, el material para la composición debía ir mucho más allá de lo que es orientado hacia el baile solamente. Lo hice porque sabía que a nosotros, me refiero a todos nosotros, nos encantan las historias, los cuentos y, en este particular caso, historias que reflejan realidades que se viven. De eso al argumento político hay un paso porque en la ciudad todo el mundo de una forma u otra está afectado por las consecuencias políticas de la acción de la administración. Quien lo tuvo claro siempre fue Gabo [Gabriel García Márquez]. Yo conocí a Gabo antes del Nobel y eso es importante decirlo porque mucha gente lo conoció después. Roberto Pombo, que fue el editor del diario El tiempo de Bogotá, estaba un día con Gabo caminando por la calle y llevaba en la mano un libro sobre cómo redactar crónicas. Y Gabo le dijo: "Bota eso, oye a Rubén". Gabo lo tenía claro. “Tú eres un cronista que canta, un escritor que canta”, me decía.

Un escritor que canta y que puso voz al pensamiento de Eduardo Galeano.

— Galeano fue alguien muy especial, un tipo extraordinario. La manera como describe América nos hizo aprender cosas que habíamos olvidado. Ojalá yo tuviera ese nivel.

¿Es optimista respecto al futuro de América?

— Sí, porque todo son procesos. Una vez estaba sentado con un señor en Madrid y el hombre despotricaba: que si en Latinoamérica éramos desordenados, que no hacíamos esto, no hacíamos lo otro. Yo le dije. “Cuando los egipcios estaban haciendo los cálculos del paso del sol por el firmamento, los que vivían en ese tiempo en lo que hoy es España estaban comiendo cosas que todavía se movían en el plato". Es todo un proceso y en ese sentido en Latinoamérica estamos apenas creciendo, pasamos un colonizaje brutal, después fuimos controlados por criollos que adoptaron las formas de ser, de conducta y de administración que antes repudiaban... Todo ese proceso lleva mucho tiempo. Al presidente panameño Demetrio Porras, en la década de 1920 un periodista le preguntó qué necesitaba Panamá para ser como Suiza y Porras le dijo: “Los suizos”. Va a ser un proceso difícil, como todos, pero estoy seguro, y creo eso en términos mundiales, que hay demasiado amor y demasiada belleza en este mundo para que quede en manos del mal y del odio. Yo no veo el mal controlando al universo, no tiene sentido. El mal no fue el que creó una flor. No creo que el destino nuestro, a pesar de nuestros actos contrarios, sea un destino de odio y de mal.

En los años setenta y ochenta usted estaba haciendo crónica del presente en canciones como El padre Antonio y el monaguillo Andrés, sobre el asesinato de monseñor Romero en El Salvador, y Desapariciones. ¿Con el paso del tiempo cuesta más ser cronista del presente?

— No, lo que pasa es que uno se da cuenta de que es la misma historia. La historia se repite en espiral, como el ADN. Por ejemplo, lo que ocurrió en las décadas de los setenta y ochenta en Argentina, Chile y El Salvador con las desapariciones... En 2014, en Ayotzinapa, en México, desaparecieron 43 estudiantes y lo más horroroso es que no desaparecieron bajo un régimen militar, sino bajo un régimen de derecho. Mucha gente ha olvidado ese asunto, pero yo no. Tengo una canción que se llama Ayotzinapa que la voy a sacar pronto con Luis Enrique Becerra, con quien hice el álbum Paraiso Road Gang. Las historias son las mismas, repetidas por otras generaciones. Por esa razón quizás las canciones que yo escribo no han tenido fecha de expiración. Desafortunadamente, canciones como Pablo Pueblo todavía siguen vigentes.

Y otras que explican situaciones más cotidianas como Decisiones también siguen vigentes.

— ¡Claro! Decisiones me la prohibió la dictadura en Panamá. Querían prohibir el disco Buscando América (1984), pero para simular que la dictadura militar no prohibía discos, la junta de censura nacional prohibió la canción Decisiones alegando que yo estaba fomentando la infidelidad marital y el aborto. Muy originales…

¿Qué censura le ha sabido peor?

— Fíjate que me han sabido bien, porque a mí me han censurado en La Habana y en Miami, y eso es muy bueno porque, cuando te censuran los extremos, de izquierda y de derecha, quiere decir que vas bien.

¿En Miami qué pasó?

— Fue por Tiburón, que me sacaron de la radio por quince años [Tiburón, de 1981, es una canción sobre el intervencionismo de Estados Unidos en Latinoamérica]. Y en Cuba primero por la canción El apagón, del disco Amor y control (1991), porque cantaba que “entre un Fidel y un Somoza no se arregla la cosa”. Y la otra vez por mi defensa de la poetisa María Elena Cruz Varela, que fue humillada, golpeada, vejada y arrestada simplemente porque firmó una solicitud muy respetuosa pidiendo más libertad y fue condenada a dos años de prisión en 1992. Hasta allí llegó y me declaré enemigo de ese régimen marxista-leninista. Como no voy a Cuba, no he sentido las consecuencias personalmente, pero sí sé que hubo reacción porque una maestra de francés que conocí en Puerto Rico en casa de Tite Curet Alonso me dijo que en Cuba ella enseñaba francés traduciendo canciones en español, algunas de las cuales eran mías. Cada año las presentaba y se las aprobaban, pero un año le dijeron que las mías no. Ellos son muy misteriosos en sus cosas.

Cuba y Puerto Rico han sido los grandes alimentos rítmicos de la salsa. ¿El disco La rosa de los vientos (1996) era una manera de hacer justicia a las músicas panameñas?

— A los músicos y a la gente de nuestro país. A pesar de la corrupción administrativa y política, Panamá es un buen pueblo y tiene gente buena. Y hay muchísimo talento en todas las áreas. Para mí La rosa de los vientos fue una oportunidad de que ese talento se hiciera internacional. Hicimos el disco con músicos, compositores, arreglista, estudios y diseñadores panameños, y se ganó el Grammy ese año. Demostró nuestra capacidad de competir con quien fuera y donde fuera.

Hace unos meses, cuando le dieron a usted el Grammy a la personalidad del año, René Residente, en una polémica con J Balvin, hizo un gran elogio de lo que representa Rubén Blades. ¿Se siente conectado con la generación de Residente?

— René me recuerda mucho a mí cuando empecé, solo que él está en otro género. Le pregunté una vez por qué inicialmente se había dedicado al reggaetón y no a la salsa, y me dijo muy honestamente, como es él: “Rubén, yo no sé cantar”. Pero lo que está haciendo René es muy interesante y muy importante. René se va convirtiendo en una especie de guía, va influyendo en otros músicos también en sus despertares cívicos. Estoy seguro de que tiene una conexión con Bad Bunny que lo ayuda a Bad Bunny a pensar las cosas mejor. Lo que ocurrió es que algunos de esta generación me tenían a mí como un punto de referencia. René toma un álbum mío como Mundo (2002) y hace una versión conectando a través de su ADN con lugares de todo el mundo que visita, hace música en esos lugares y realiza un documental. Es muy inteligente y tiene la capacidad de comunicar esa inteligencia a una gran cantidad de personas. Con René y Eduardo Cabra, cuando tenían Calle 13, hicimos La perla y esa conexión de repente me lleva a mí a una audiencia que quizás no estaba familiarizada con mi trabajo, también como lo han hecho Maná, Los Fabulosos Cadillacs, Los Lobos… De repente una generación más joven se entera de lo que estamos haciendo.

Residente actuará en el Cruïlla y, el mismo día que usted, también lo hará Juan Luis Guerra, otro artista conectado con su legado.

— Juan Luis Guerra ha hecho canciones que tienen un profundo contenido social y ha sido de los pocos que ha hecho ese trabajo. Sigue concentrado en los aspectos románticos, pero cuando hace énfasis en asuntos sociales tiene una capacidad extraordinaria. Es una excelente persona, un excelente músico con una gran sensibilidad.

Casi siempre se incide en el contenido social y político de sus canciones, y se habla poco de sus canciones de amor, algunas enormes como Paula C.

— Correcto, pero es más interesante hablar de cosas que los demás no hacen y también tienen cierto tono de escándalo. A mí me llaman cantante de protesta, pero nunca me han llamado cantante de propuesta, que es lo que uno plantea. [Alertado porque le avisan que queda poco tiempo de entrevista, de repente cambia de tema] Sobre Stay Homas, ellos son una muestra de los muchachos que uno encuentra por ahí en las redes que tienen un talento especial y son muy buenos en lo que hacen. A esta gente siempre trato de ayudarlos porque el problema que tienen artistas de calidad como ellos es que no tienen cómo hacerse notar. Lo que yo he dicho a compañeros míos que somos famosos es que utilicemos nuestras redes para dar a conocer a estos talentos que vale la pena que la gente los conozca y que no tienen manera de proyectarse internacionalmente porque aún no han sido descubiertos.

En este sentido usted siempre ha sido muy generoso. Siempre que actúa en Catalunya agradece a la Orquesta Plateria las versiones que hizo de temas de usted como Pedro Navaja y Ligia Elena.

— Sí, siempre es así. El éxito nunca es de una sola persona, el éxito siempre tiene muchos componentes. Yo no soy exitoso por mí solo. A mí me ha ayudado mucha gente y ese principio de ayudar a otros tiene que continuar.

¿Algún día llegará la paz con Willie Colón o eso es imposible?

— Yo tengo paz con Willie Colón, lo que no voy es a compartir tarima con él porque no lo merece. Pero el reconocimiento a su talento siempre existirá. Lo peor que tú puedes hacer con la gente que te odia es odiarla de vuelta, porque eso hace que el odio gane. Yo no odio a nadie. Yo ayudo al que puedo. Eso sí, hay cosas que yo creo que no deben ser premiadas. Cuando ocurren cosas hechas de mala fe uno perdona, no olvida, pero tampoco premia. Y yo no voy a premiar a nadie que me haya ofendido de la manera que me ofendió él.

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