Crítica de música

Paul Lewis, magistral una vez más en el Palau de la Música

El músico inglés continúa el interesantísimo periplo pianístico por la obra de Schubert

2 min
Paul Lewis en una imagen de archivo.
  • Palacio de la Música
  • 11 de diciembre de 2023

En noviembre del año pasado Paul Lewis inició en el Palau de la Música un periplo pianístico interesantísimo y de gran valor por la originalidad y potencialidad de la propuesta: la integral de las sonatas para piano solo de Franz Schubert en cuatro conciertos, distribuidos en dos temporadas. Hablamos, claro, de las once que el compositor llegó a terminar.

Estamos ya más allá del ecuador –el 24 de abril del 2024 será la última sesión– y aunque ahora hacía bastantes meses (desde el 27 de abril para ser más exactos) que no oíamos al músico inglés abordando el repertorio schubertiano, el recital del lunes fue como volver a casa, como si hubiera sido el día antes de que habíamos dejado en el escenario del Palau los últimos efluvios de la Sonata D. 845. Aquel la menor de la obra con la que terminaba el concierto de Lewis enlazaba a la perfección con la sonata que abría la sesión de esta semana, la D. 537. Una vez más, estamos ante una concepción coherente del corpus schubertiano. La cuarta sonata de Schubert, de resonancias cinematográficas –aparece acertadamente en Una habitación con vistas, de James Ivory–, contó con la exquisita sensibilidad de Lewis, acariciando el piano pero logrando un sonido impregnado del espíritu Sturm und Drang que preside la pieza.

La Sonata nº. 9 en sí mayor D. 575 contó con un muestrario técnico incontestable, con sentido cantabile de la mano derecha y robustez a la izquierda, sin olvidar el erudito uso del pedal. A lo largo de los cuatro movimientos, Lewis supo mostrar las diversas caras de la pieza, que se balancean entre la alegría y la tristeza, sin olvidar el humor delscherzo.

El recital culminaba en la segunda parte con la inmensa Sonata nº. 8 en sol mayor D. 894. Fue aquí donde, irónicamente, nos reencontramos con el Lewis de las dos anteriores sesiones en el Palau: esa flema británica en un pianista que, lejos de despeinarse, mantiene firme el rumbo del discurso. Implicado, pero manteniendo una prudente distancia (Schubert nunca deja de ser un hijo del clasicismo), el músico inglés supo llevar con aplomo e implicación emocional medida la riqueza inmensa de la página schubertiana. Magistralmente, no hace falta ni decirlo.

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