Un Sant Jordi con cara de Sant Jordi

La prohibición de hacerse 'selfies' con los autores revela que la fiesta es menos normal de lo que aparenta

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Eva Piquer y Eva Armisen firmando libros Barcelona

Barcelona“Hace día de Sant Jordi”, exclama una lectora de buena mañana, y es que es verdad: este viernes de sol espléndido lleva la esperanza incorporada. Parece que nos quiera decir que volverán pronto los Sant Jordis como los de antes, los abrazos como los de antes, la vida como la de antes. (Algunos defienden que el modelo de orden y restricciones tendría que perdurar, pero a mí dadme el caos de siempre. Ya es suficientemente civilizada la idea de la diada, el hecho de regalarnos libros y rosas en señal de amor. Es la fiesta que envidiaríamos si se la hubieran inventado en cualquiera otro rincón del mundo)

La pintora Eva Armisén y yo misma -hemos hecho un libro ilustrado a cuatro manos- nos plantamos en el passeig de Gràcia, donde se reúnen las paradas de libros. Nos toca Byron, ahora. Para entrar en los recintos habilitados se tiene que hacer cola, un requisito que ya no viene de nuevo a estas alturas de la pandemia. Sorprende más el cartel colocado junto a cada autor: “No se permiten selfies”, advierte con letras rojas. Mientras Eva se entretiene con una dedicatoria de las suyas (hace un retrato de cada persona que le pide una firma), la rebelde que llevo dentro esconde el cartel en cuestión. Estamos saturados de prohibiciones: que si toque de queda, que si burbujas, que si confinamientos. No sé o no quiero ver qué peligro real comportan las selfies al aire libre.

Llega a nuestro tramo del passeig una comitiva encabezada por Pere Aragonès. Lo acompañan representantes del sector como Joan Sala, presidente de Editors.cat, y Martí Romaní, presidente del gremio de distribuidores. El candidato a president del país pasea por las paradas entre una nube de cámaras: él sí que tiene carta blanca para hacerse fotos con escritores.

A las doce tengo que ceder la silla a todo un Javier Cercas. El autor de la novela Independencia está acostumbrado a firmar sin tregua y hoy no es el caso: los nombres de los autores no están muy bien anunciados y llegar es complicado, con el control de aforo y todo lo demás. Pero no, Javier, esto no es culpa de los independentistas. Pasa que este Sant Jordi se ha tenido que improvisar un poco porque hasta hace pocos días ni siquiera sabíamos si sería posible.

En Consell de Cent, me encuentro con una manifestación curiosa contra el Ayuntamiento barcelonés. Los concentrados levantan pancartas de color amarillo con nombres de escritores catalanes vivos y muertos. Reivindican la literatura en lengua catalana, pero me temo que algún despistado los confundirá con los organizadores de los estands y les preguntará dónde firman libros Salvador Espriu o Víctor Català.

“Es el único día del año en que el aire de Barcelona es respirable”, me dice el escritor Joan-Lluís Lluís. En 2018, él volaba de parada en parada y su premio Sant Jordi subió al podio de los más vendidos. Hoy es Víctor García Tur quien no tiene tiempo ni de respirar el aire contaminado de la capital.

“Somos la resistencia -afirma Care Santos, con una alegría que ni la mascarilla puede disimular-. Estamos firmando poco, pero no pasa nada, el año que viene ya se hará todo mejor. Aunque Sant Jordi se tuviera que celebrar bajo un puente, allá me tendrían”.

El Grup Enciclopèdia ha osado convocar una comida en el jardín interior del hotel Casa Mimosa. Nos repartimos en mesas como si fuera una boda, pero cada dos por tres nos levantamos a saludar a conocidos. Jordi Cuixart me explica que se ha cogido un permiso penitenciario de doce horas y creo que el espejismo de hoy también tiene fecha de caducidad: llegará la medianoche, se deshará el hechizo y la carroza volverá a ser calabaza. Pero este Sant Jordi con bastante cara de Sant Jordi ya no nos lo quita nadie.

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