Sant Jordi en la Casa Asil, un año después: "Me han vuelto a abrazar"

La residencia de Sant Andreu no renuncia a vivir una Diada especial

BarcelonaEl día de Sant Jordi, Maria Rosa siempre recibía tres rosas. Una de su padre, una de su marido y una de su hijo. Hace poco tiempo que su marido se fue y este viernes hace de tripas corazón para que los pensamientos tristes huyan rápido de su cabeza. Por la tarde no faltará la rosa de su hijo, la única que se mantiene, irreducible. Maria Rosa vive en la residencia Casa Asil de Santo Andreu, en Barcelona, donde Sant Jordi siempre es especial, también este año por muchos palos en las ruedas que ponga la pandemia. A su lado, Rosa me explica que salió a dar una vuelta con su hijo y que querían comprar un libro pero que las colas eran tan largas que desistieron. De hoy no pasa. Sí tiene libro Antonieta, País íntim,de Maria Barbal. Es una gran lectora. Las tres están mirando en la tele los vídeos con mensajes de felicitación, lecturas de textos y poesías que han preparado los residentes, los voluntarios y las familias para suplir el recital que cada año el 23 de abril se hacía en el auditorio de la residencia.

“Tratad bien a todo el mundo, con respeto y amor”, pide el cartel que está colgado en la entrada. Bonita manera de resumir el espíritu de un lugar que justo hace un año vivía una situación terrible. En dos meses, entre mediados de marzo y principios de mayo, murieron más de sesenta residentes. El covid tuvo un impacto devastador en la Casa Asil. De las ciento cincuenta y una plazas de las que disponen, hoy tienen ciento treinta y dos ocupadas, poco a poco va volviendo la normalidad, ya se pueden recibir visitas de familiares y han vuelto, discretamente y con todas las prevenciones del mundo, los abrazos. De esto último es de lo que está más contenta Montse, que solo hace dos meses que vive en la casa pero que ya se ha convertido en uno de sus puntales. “Me han vuelto a abrazar”, esta frase dicha hace unos días por una vecina de su planta le ha quedado grabada en el alma. Montse se ha encargado de las rosas de ganchillo que decoran la reja que separa el patio de la Casa Asil del patio de la escuela que hay pared con pared. “Es un homenaje a los que han estado siempre, a los que ya no están. Es la certeza de que algo ha dado fruto”, relata con emoción mientras observa la reja. La realidad de simbiosis entre residencia y escuela, pertenecientes a la misma fundación, es una historia preciosa.

Cargando
No hay anuncios

Desde siempre, ancianos y niños han interactuado a través de la reja. Hablan, se saludan, los ancianos se sientan y contemplan el espectáculo del recreo, los juegos, el gimnasio, el fútbol. Antes de la pandemia, los ancianos visitaban la escuela para explicar cómo jugaban cuando eran pequeños, cómo eran las Navidades en su casa o cómo se vivía en la dura posguerra. El barrio es el intangible que los une. Hay alumnos que tienen a sus abuelos y bisabuelos viviendo en la residencia. Un niño se acerca y pregunta si puede venir Nuria, su abuela. Seguro que después puede bajar.

Todo el mundo está vacunado, me explican Susanna Fraile, la directora, y Susanna Carrasco, educadora social. “Las Susannas”, así las conocen. Les gustaría que las residencias de ancianos salieran más en los medios con perspectiva optimista, sin estigmas. Me presentan a Miquel Palou, que era maestro de dibujo y que hoy pinta con los dedos sentado en la galería. También a Emiliana, 107 años, que tiene poca fuerza pero se encuentra bien. Y a Ángeles Ruiz, a quien su bisnieto Diego ha venido a saludar a través de la reja. Es curioso, un objeto pensado para separar y compartimentar. Y nada más lejos de la realidad, la de la Casa Asil podría ser declarada la primera reja del mundo que une y no separa.