Crítica teatral

'Anna Karènina': pasión amorosa a baja temperatura

Carme Portaceli extrae lo mejor de un reparto bien compenetrado, pero sitúa la narración en un espacio demasiado estéril

Anna Karenina

  • Autoría: Lev Tolstoi
  • Adaptación: Anna Ricart Codina
  • Dirección: Carme Portaceli
  • Intérpretes: Ariadna Gil, Jordi Collet, Andie Dushime, Borja Espinosa, Eduard Farelo, Miriam Moukhles, Bernat Quintana y Bea Segura

No, no se han equivocado de obra ni de teatro por mucho que pueda sorprenderles que la versión de esta Anna Karenina arranque con la primera y famosa frase de la célebre obra de Lev Tolstoi dicha en inglés por una actriz belga de origen ruandés (Andie Dushime). Ella es una especie de narradora que a lo largo de las tres horas de función puntuará algunos de los sentimientos o reflexiones de los personajes (convenientemente sobretitulados). ¿Por qué? Pues porque se trata de una curiosa y dicen que necesaria aportación a la dramaturgia vinculada a la gira internacional del espectáculo.

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La dramaturgia del espectáculo ha resumido muy acertadamente las mil páginas del original concentrándose en las tres relaciones matrimoniales sobre las que se levanta la novela del gran escritor ruso. Se obvian los perfiles de princesas y militares por acercarnos a los personajes y verificar que, a pesar de los cambios sociales en el tema del amor y del matrimonio, no hemos cambiado tanto. En la obra está, lógicamente, la mirada feminista que constata la esclavitud de la mujer y defiende su liberación.

La propuesta de la directora Carme Portaceli sitúa la narración en una especie de no espacio conceptual seguramente demasiado estéril y demasiado blanco para acoger las dolorosas emociones que viven los personajes, y menos aún el huracán sentimental que arrastra la vida de Anna Karenina. A nuestro juicio tampoco juega a favor de levantar la temperatura de la escena un diseño de luces muy presente (cuatro torres que acotan el espacio) y con un reiterado juego de intensidad fluctuante que puede despistar un poco.

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Otra cosa es el apartado interpretativo y la subida de temperatura del segundo acto. La directora extrae lo mejor de un reparto bien compenetrado. Eduard Farelo es el chispeante mujeriego Stiva; Bea Segura su mujer engañada bien enérgica en su despecho; Bernat Quintana hace creíble la inconsistencia emocional de Levin; Míriam Moukhles, a quien descubrimos en Todos pájaros, da luz y vida a la joven Kitty; Jordi Collet llena de cordura y razón al marido de Karenina. Diría que Borja Espinosa no acaba de encontrar al personaje de Vronski, y quizá por eso no brilla la química con la eficaz Karénina de Ariadna Gil, sensacional en el encuentro con su hijo.