Campanadas a muerte por Gaza en el TNC
La fantástica 'La muerte y la primavera', según La Veronal, agobia por la contundencia de la plasticidad y por la fuerza de la danza
- A partir de la novela de Mercè Rodoreda.
- Idea y dirección: Marcos Morau y La Veronal.
- Intérpretes: Maria Arnal, Fabio Calvisi, Ignacio Fizona Camargo, Valentin Goniot, Jon López, Nuria Navarra, Lorena Nogal y Marina Rodríguez
La angustia, el miedo y la muerte que habitan la novela de Mercè Rodoreda planeó sobre la platea del Teatro Nacional de Catalunya en la inauguración de la temporada. La angustia, el miedo y la muerte atávica en el pueblo de casas de color rosa imaginado por Rodoreda y la angustia, el miedo y la muerte de los miles de palestinos asesinados por el gobierno de Israel.
El genocidio de Gaza fue protagonista al principio y al final de la subyugadora y tétrica mirada de Marcos Morau sobre la obra más enigmática y oscura de la escritora barcelonesa, tan distinta a las demás en concepto, estructura y ambición, pero considerada por la crítica literaria como su obra maestra. "En esta novela, el talento creador de Mercè Rodoreda llega a su punto culminante", escribía Robert Saladrigas tras la publicación. Protagonista en el inicio con una declaración de compromiso del arte con la realidad y el dolor del pueblo palestino y al final con una breve canción a capella de Maria Arnal que puso de pie la platea en un larguísimo aplauso.
Y es que Gaza podría ser perfectamente el pueblo imaginario levantado sobre una roca y un caudaloso río enseñado por la muerte deseada. Los cadáveres envueltos como las víctimas de Gaza. La huida constante y el rebote de las campanas y los truenos y tuberías que impactan y mueven a los bailarines. El latido de la novela conecta con la realidad y, en realidad, es lo que queda de la novela y del dolor que Rodoreda volcaba. Las impresiones de un creador. Una serie de impresiones, de cuadros en movimiento de una belleza y rotundidad absoluta en el marco de una atmósfera de oscuridad y ruido pese al apunte final colorido con un posible renacimiento de esperanza. La propuesta brilla en el vuelo de las faldas de derviches, en las frases coreográficas de grupo que me evocaban el trabajo de la siempre añorada Pina Bausch y con solos como el de Lorena Nogal, hipnótica, fulgurante, rabiosa, espléndida. Todo ello en un soberbio espacio sonoro de ruido y furia (la del río de la novela), de grito agudo y bramido crispado, contrapuesto a la calidez de canciones de reminiscencias mediterráneas de Maria Arnal ya la gracia de una jota valenciana.
Es posible que haya evocaciones metafóricas del simbolismo que radica en la novela lo suficientemente personales para no resultar identificables, menos lo más evidente: el árbol/sepulcro que vislumbran todos. En suma, una función abierta de significados que agobia por la contundencia de la plasticidad y por la fuerza de la danza. Fantástico.