Màrcia Cisteró: «El "estupendismo" existe entre actores y no me interesa nada»
Actriz, Premio Margarida Xirgu
BarcelonaEl lunes por la noche, en el Teatre Romea, Màrcia Cisteró (Barcelona, 1972) recibirá el Premio Margarida Xirgu que desde 1973 se concede a las grandes actrices del país por la interpretación femenina más destacada de la temporada. Este año ella no ha tenido una, sino cinco, en los espectáculos Todos pájaros (Biblioteca de Cataluña), Las bacantes (La Gleva), En Macbeth song (Biblioteca de Cataluña), Opereta imaginaria (Centro de las Artes Libres) y Amnesia (TNC). Cisteró se ha convertido en una presencia discreta y constante en el teatro catalán, una actriz siempre precisa, siempre excelente. Por fin se ponen todos los focos sobre ellos.
El Premio Margarida Xirgu supone entrar en la liga de las actrices importantes. ¿Cómo lo vive?
— La lista de ganadoras da heredad. Es muy bonito y se pone la mar de bien, pero todavía creo que se han equivocado. Pienso que hay muchas actrices que admiro y quiero que también podrían tenerlo. ¡Pero yo encantada!
¿Siente el síndrome de la impostora?
— No, no, porque he sudado duro, y más esta temporada: cuatro producciones nuevas en un año. Durante dos meses haciendo ensayos por la mañana delOpereta y funciones al anochecer de Macbeth, que no sé cómo aguanté, con el desgaste físico que teníamos. En diez días la llevaremos a Polonia, a un festival de Gdansk.
Ha sido un año excepcional para una actriz que ya suele trabajar mucho.
— Sí, si algún año me lo tenían que dar quizás era éste. También me hace feliz que hayan valorado los papeles más pequeños pero importantes, porque no ha sido un año que haya tenido un protagonista, como he hecho en algunas ocasiones, no muchos. Hay gente de la profesión que siempre apoyamos a los protagonistas y que quizás no se nos ve lo suficiente. Tienes la sensación de que la gente no se fija, y resulta que sí.
Siempre que aparece en escena destaca, pero diría que no se lo ha creído mucho.
— No, nada. Entiendo que haya gente que lo crea un poco más, no porque sean unos pedantes e insoportables, sino porque la vida les ha llevado aquí. Yo cada vez tengo que ganar mi papel, tengo que ganar mi trabajo, no tengo nada asegurado. Como yo, la mayoría. Es un trabajo en el que ni la experiencia ni la veteranía son garantía de nada. Siempre tienes la vocecita que te dice: "¿Será éste, el año desierto?"
Esta discreción, que me imagino que viene de su talante, quizás juega a favor de que sea sorprendente en cada espectáculo y que nos volvamos a fijar en usted como actriz.
— Mira, nunca me lo había dicho nadie y te lo agradezco, porque me gusta que así sea. Creo que sí. Pienso que el actor debe ser capaz de transformarse al máximo. A veces, los grandes actores no pueden hacerlo porque ya los van a buscar para hacer lo que saben hacer. Doy gracias que no haya sido mi camino, porque así cada vez es un reto, cada vez tengo que arremangarme y me encanta. Por ejemplo, Amnesia, que es una comedia al uso, para mí fue un reto descomunal. Me enriquece esto: siempre ir un poquito más allá.
¿Cómo encontró la vocación? Porque no viene de familia de artistas. Empezó química y pasó al Institut del Teatre.
— Había hecho un par de obras de teatro amateur en Alforja, había danza, y en el escenario había algo que me gustaba. Tuve la suerte de que química no me fue bien. El primer año aprobé una. El segundo año ya pensé que no me veía toda la vida. Tuve la lucidez de intentar hacer teatro y fui muy feliz en el Instituto.
Sí que ha hecho familia en el teatro: con Oriol Broggi y La Perla lleva veinticinco años trabajando.
— Son muchas obras juntos. Entiendo que los directores tengan tendencia a trabajar con el mismo equipo porque tienes un lenguaje común, tienes complicidad, si crees en lo que él hace se ahorra mucho trabajo. Oriol crea un espacio donde te sientes valorado y sientes que puedes aportar lo que quieras. Y como creador —entre comillas— o artista —esto son palabras como muy grandes— no siempre ocurre y es un gusto.
¿Le importa llamarse artista?
— Son palabras en mayúscula y lo escribiría siempre en minúscula. "Soy actor" [dice con énfasis], sí, pero es tu trabajo. Para mí esta cosa de más que a veces se pone, no me interesa.
¿Pero existe?
— Claro, elestupendismo existe entre actores, está ahí y estará por muchos años, y no me interesa nada, porque no lo necesito para el trabajo. Soy quien soy y si te gusta bien y si no lo encontraremos. Pero entiendo que haya gente que haga la estupenda porque puede ser una máscara más.
Ahora los actores jóvenes también se fijan en sus seguidores en las redes, que es otra máscara.
— Hay gente que vive muy pendiente de esto y es una pena, porque te distrae del trabajo real. Si lo dices suenas como una carcamal, pero yo les diría: "Déjate estar de tonterías". Esto ocurrirá como ha pasado todo siempre y lo importante es que estés contento y satisfecho con lo que haces y con lo que eres. Para mí la red es una droga muy peligrosa, cuanto menos mejor.
Hablábamos de las familias. Con Albert Arribes ya han hecho un montón de montajes juntos.
— Tiene una manera de trabajar muy parecida a Oriol, cada uno con su estética, pero te sueltan a tu aire. Es un mundo muy particular, debes entenderlo y debes confiar en él y en tu intuición. En El jardín [de Lluïsa Cunilé] nos pedía que cada réplica tuviera dos o tres intenciones. A veces te peta la cabeza, pero es muy chulo.
Y añadiríamos, como directores habituales, Carlota Subirós y Àngel Llàcer.
— Carlota trabaja mucho desde el entrenamiento y los puntos de vista y da mucho peso a crear una compañía para que todo el mundo vaya en una misma línea y con un mismo lenguaje. Ángel es muy exigente y le gusta montarlo todo deprisa y después ir profundizando las escenas. Es maravilloso ponerte en manos de mundos tan distintos y saber adaptarte a lo que te piden.
¿Le molesta lo de no haber hecho más protagonistas?
— No. Estoy feliz haciendo secundarios. Nunca tengo la sensación de ser el escarrás. A veces es más difícil construir un secundario, que debes clavarlo en una escena, que un protagonista que tiene toda la función para dibujarse, para explicarse. Yo en Todos pájaros tenía dos escenas que definían al personaje, todos los matices posibles son en esos cinco minutos. Cada réplica es importante.
¿Se reivindicaría como cabeza de cartel?
— Lo he hecho y lo he salido. Puedo hacerlo. Pero no me va la vida. Hay gente que tiene esa ambición. Lo respeto, pero no es mi caso. A mí me gusta trabajar. No estoy en la tesitura de elegir y descartar proyectos. Hago lo que se me propone y cuando he tenido que descartar algo porque se me pisaba con otra lo paso fatal.
¿Cómo le han afectado las presiones que han ido denunciando a las actrices en los últimos años, como la estética o el edadismo?
— En el teatro la presión estética no es tan bestia como en el audiovisual, que tiende mucho más a la uniformidad. Son pocas las que son distintas y es una pena porque perdemos riqueza. Sí tengo ganas de poder mantener la agilidad, porque quiero hacer cosas físicas, quiero ser como Marissa Josa o Oriol Genís con 75 años. Otra cosa es la maternidad, es un tema que no es fácil.
¿Pensó que si desaparecía perdería el tren?
— Volví a ensayar tres semanas después de haber parido. Es algo kamikaze, pero los autónomos también lo hacen, porque no pueden permitírselo. Me enganchó a la época de Danza de agosto y no quería dejar el proyecto, me hacía mucha ilusión trabajar con aquellas actrices y con Ferran Utzet. No quería perder ese tren y decidí salir adelante. La logística familiar me lo permitió y sólo perdía cuatro horas de ensayo, el resto del día lo tenía para ella. Pero es un trabajo en el que cuesta conciliar, y no cuando son pequeños, siempre vas al revés de la pareja y la familia: cuando todo el mundo llega a casa, tú te vas a trabajar; cuando todo el mundo hace sobremesa, tienes que irte.
¿Cómo ha trabajado tan poco en el audiovisual? Ha sido Frederica Montseny en un telefime y ha hecho papeles pequeños en alguna película.
— Es un mundo muy chulo y exigente, porque ensayas poco y debes ser muy resolutivo. Pero no me quema el teléfono por eso. Hay algunas veces que no he podido hacerlo por cuestiones de agenda, porque no cuadraba con el teatro. Por seis días de rodaje no dejaré una función que me da seis meses de trabajo. Es muy goloso, pero el teatro me llena y me hace pagar las facturas más tiempo. Si puedo hacerlo, encantada, pero me da la sensación de que no les cuadro mucho, no sé por qué.
Ni un papel en ninguna serie de TV3.
— [Levanta los hombros, cara de circunstancias.] Tampoco tengo representante. No quiero estar pendiente de si me encuentra cosas. Si me salen, las hago en lo posible, pero no lo persigo. Hay gente que sí tiene ese objetivo, porque da mucho eco. Sales un día en un capítulo y te dicen: "Ah, ¿tú eres actriz?" Y resulta que llevas veintinueve años haciendo teatro.