El obsesivo onanismo funerario de Angélica Liddell
La creadora estrena mundialmente en Temporada Alta la trágica 'Seppuku. El funeral de Mishima'
Seppuku. El funeral de Mishima
- Texto, escenografía, vestuario y dirección: Angélica Liddell
- Intérpretes: Alberto Alonso Martínez, Angélica Liddell, Ichiro Sugae, Gumersindo Puche y Kazan Tachimoto
- Teatro de Salt
- 22 de noviembre de 2025
Greta quiere suicidarse es una de las primeras obras de una joven Angélica Liddell y la primera que ganó uno de los muchos premios que vendrían, el Ciudad de Alcorcón de teatro en 1988. Desde entonces, la muerte y el suicidio como último acto poético ha sido omnipresente en la intensa producción escénica del artista nacido en la artista. De hecho, sus dos últimos y aplaudidos espectáculos giraban en torno a su propio funeral –Vudú (3318) Blixen, en 2023– y el de Ingmar Bergman –Dämon. El funeral de Bergman, en 2024–. La creadora entrega un espectáculo, o más, por año, así que ahora estrena en Temporada Alta Sepukku. El funeral de Mishima o el placer de morir, que cerraría una falsa trilogía que percude, y de qué forma, sobre el suicidio como una de las bellas artes y de la muerte como ideal estético del artista.
Ella también pensó en el suicidio. Hace unos años, dice. Y lo fotografió. "¿Cuándo me moriré? –se pregunta–. En el escenario puedo suicidarme un millón de golpes". Reclama el fin de la vida; de la suya y la de todas las vidas. No puede faltar la admonición desde la superioridad del artista. Y una huidiza referencia a la juventud. Lo hace con la sinceridad y con la convicción del fanático. Con el despecho del condenado. Con el desprecio de la diva. Con el talento del genio. Su monólogo, en la parte final del espectáculo, es lo mejor de una propuesta algo esquemática, si se trataba de un homenaje al escritor japonés que se suicidó con el ritual de los samuráis tras un fallido intento de revuelta militar.
Sobre un tatami blanco rodeado de arena roja, el oficiante invoca una serie de finados, algunos de ellos suicidas, a través de su ropa real. Se convoca el erotismo, pero carece de sensualidad. La directora comparte protagonismo con un bailarín y un actor japoneses que emulan con gran pulcritud el teatro clásico japonés (Noh) con sus movimientos, danzas y cuento del ángel que ha perdido las alas. También están sus apuntes frikis, como un enorme culturista o un peludo enmascarado con flashes bastante artificiosos. O como la perfomance de la extracción de sangre de la actriz y de uno de los actores. Con él, el pinchazo no funciona, pero en lugar de asumir que es una convención, le pinchan el otro brazo. A alguien le da miedo, hay una señora que se marea y hay otras que nos hace reír. La diva quiso que la propuesta fuera de madrugada –¡a las 5.45 h!–, imaginamos que, sin embargo, para que la salida del sol diera el relevo a la muerte.