La fantástica irreverencia de Angélica Liddell
La creadora escénica despliega los reproches y lamentos de 'Dämon. El funeral de Bergman' en el Teatre Lliure, dentro del Festival Grec
- Creación e interpretación: Angélica Liddell
- Festival Grec. Teatre Lliure. 19 de julio de 2024
El miedo a la muerte y a la decadencia cuando se alcanza cierta edad y el arte como única forma de afrontarla inspiran la nueva creación de la diva figuerense Angélica Liddell, Dämon. El funeral de Bergman. También articulan una diatriba repleta de admoniciones dirigidas a una entregada platea que al terminar aplaude con ahínco el desprecio y la reprimenda de este impetuoso y majestuoso animal escénico y su irreverente ritual. Irreverente en forma y en fondo. En imágenes y en palabras.
El ritual de una sacerdotisa casi desnuda que se inicia con la ablución vaginal y la consiguiente aspersión sobre el público del agua sacramentada, que continúa con la presencia del papa Juan Pablo II, a quien también habrá que lavar los bajos, y que cerrará junto al féretro de madera de abeto de Ingmar Bergman con la diva vestida de negro proponiéndole matrimonio y rogando que la muerte no los separe.
El gran director sueco no soportaba la crítica. Ella la odia. De ahí que la primera de las tres escenas con las que compone la función esté dedicada a atacar a la crítica teatral francesa (uno de ellos la ha denunciado penalmente por injurias después del estreno en el Festival de Aviñón) que, por otra parte, dice, es la única crítica frente a la cual una artista puede inmolarse; según Liddell, "la crítica española no lo merece", aunque con el paso de los años serán las notas del crítico lo único que quede de su trabajo.
Terminada la revancha, Liddell llena el espacio de palabras con un exuberante monólogo de casi una hora y media. La furia del miedo, el rencor del lamento, la opresión de la angustia, la rabia de lo inevitable, el desprecio de los demás y el odio a los padres fluyen de su boca, punteado por ráfagas musicales. Hay tanta exageración y tanta reiteración que personalmente me hace sonreír. Todo ello en medio de un gran espacio escénico vestido con los colores preferidos de Bergman: el rojo del suelo, el blanco de los tules laterales y el negro de las sillas de ruedas con las que seguidamente se levantará la base performativa de la propuesta con brillantes composiciones plásticas.
Y llega el funeral de Bergman. Una reproducción de lo que el cineasta y director teatral había dejado encomendado y que una de las asistentes grabó en vídeo. Los actores de Dramaten de Estocolmo (la diva no escatima recursos) cantan los salmos a capella, pero un ruido maquinal tapa cualquier armonía. Lo mismo con la violonchelista que interpreta una prenda dulce pero que no se oye. Liddell puede ser muy cruel. Está claro que todo es teatro. Y al fin ella ruega por algo de alegría que encontrará, ya vestida de rojo y rodeada del numeroso elenco (una veintena de personas) al son de una canción de Pet Shop Boys: It's a sin.
[Las fotografías que acompañan a esta crítica son de una representación de Dämon. El funeral de Bergman en el Festival de Aviñón, porque Angélica Liddell no ha permitido que se fotografiara el estreno en Barcelona.]