Literatura

Camila Sosa Villada: "Ser travesti en América Latina es agotador: el peligro está en todas partes"

Escritora. Publica 'Soy una tonta por quererte'

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Retrat a Camila Sosa, autora de 'Las malas'

BarcelonaTres años después de triunfar con Las malas (Tusquets, 2019), novela autobiográfica sobre la vida de una joven prostituta travesti en la Argentina de hace veinte años, Camila Sosa Villada (Córdoba, 1982) publica la compilación de cuentos Soy una tonta por quererte (Tusquets), en que vuelve a poner en el centro de su literatura –escrita con una prosa dúctil, entre inclemente y tierna– una pandilla de personajes sufridores, maltratados, adictos e inconformistas. La autora ha querido dejar atrás el tono confesional del libro anterior, que recibió premios como el Sor Juana Inés de Cruz de la Feria del Libro de Guadalajara y el Finestres a la mejor novela en lengua castellana.

Cuando tenía 13 años escribió una historia de amor sobre su profesor de gimnasia. Lo hizo desde una voz en femenino. Y le enseñó el resultado a una compañera suya, que corrió a enseñar el relato. ¿Una travesti se tiene que acostumbrar a ser traicionada desde muy joven?

— Esa historia trajo cola. La compañera, que era mi mejor amiga, se la enseñó a sus padres, y ellos la fueron pasando a otros padres. Pidieron a dirección que me expulsaran de la escuela. Exigían que se me castigara. Era en 1995, y mi homosexualidad no era percibida como razonable. Cuando lo supo el profesor de gimnasia a quien iba dirigido el relato pasó a odiarme. No me habló más durante el resto de años de instituto: me ignoraba totalmente. Yo tenía miedo que todo aquello llegara a mis padres. Pero tuve que acabar saliendo del armario.

Por lo tanto, sus padres lo acabaron sabiendo.

— Sí. Aquella chica me ahorró el trabajo. Pero lo pagó caro, porque a partir de entonces me dediqué a maltratarla: le ponía frutas podridas en la mochila y las hacía de todo calibre... Acabó marchándose del instituto. Y ahora hace un par de años, cuando ya había publicado Las malas, me escribió diciéndome que estaba contenta de ver que me pasaban todas estas cosas buenas.

¿Le contestó?

— No. Los mitos hay que conservarlos.

Las malas combina la narración de una niñez y adolescencia llenas de sufrimiento con el relato de una temporada, a finales de los 90 y un poco más allá, en que la protagonista se prostituye en la ciudad argentina de Córdoba.

— Yo también me prostituí durante una temporada en aquel mismo parque del libro, pero menos tiempo que la narradora. Siempre digo que es un libro autobiográfico en la forma pero no en el contenido. Hay experiencias con clientes o con policías que vienen de mi vida, pero ninguna de las travestis existió, al menos tal como las presento en la novela. La Tía Encarna, una de las protagonistas, es totalmente inventada. Y también el niño que encuentra en el parque y se lleva a casa.

Es una novela llena de experiencias fuertes.

— La intención era usar cualquier cosa que me pudiera haber pasado para levantar la novela. Aunque hubiera querido ser fiel a la realidad, no sé si habría podido escribir todo lo que pasó. No tengo palabras para todo lo que viví.

Escribe con exigencia literaria y desde un recuerdo que se intuye obsesivo.

— Lo intento. Uno de mis referentes ha sido Marguerite Duras, en este sentido. Ella empezó a escribir sobre su relación de adolescente con un hombre mayor que ella desde muy pronto. La primera vez que lo hizo fue en Un dique contra el Pacífico [1950]. Volvería a hacerlo mucho más adelante, con El amante [1984], que fue un gran éxito, y todavía reincidió con El amante de la China del Norte [1990].

Los años que recuerda en Las malas eran años de consumo continuado de drogas.

— No podías quedarte en aquel parque sin tomar algo. Y no había que abusar de sustancias que te debilitaran. Había que estar siempre alerta y con fuerza. La cocaína me daba lo que necesitaba. La mezclaba con un poco de alcohol, que añadía el punto justo de anestesia. Las malas también es un homenaje a las drogas. Gracias a ellas pude aguantar todo aquello. Veía el mundo desde detrás de una niebla. Cuando me preguntan que si en el libro hay realismo mágico sonrío: lo que explico era mi realidad, sin ni un poco de magia.

La violencia está muy presente en el libro: ser travesti y prostituta implica palizas y agresiones constantes.

— Sí. Ser travesti en América Latina es agotador: el peligro está en todas partes. Tienes que poner en juego toda tu inteligencia para evitarlo. Te vendrá de la policía, de los clientes o incluso de las otras travestis, que también son muy peligrosas. ¡Había que eran proxenetas de otras travestis! Había que estar siempre al acecho. Pero aquella vida no se puede aguantar durante mucho tiempo: duermes de día, comes mal y te drogas.

¿Por eso dice que un año de una travesti equivale a siete de un ser humano cualquiera?

— Sí. Llevas una vida extrema. Y, encima, puedes acabar muerta en cualquier momento.

¿Había este espíritu tan fuerte de comunidad, cuando estaba en el parque con las otras travestis?

— No, esto forma parte del libro. Las amistades con otras travestis siempre han sido una a una. Ni siquiera en aquella época confluía con las otras. Siempre me he sentido bastante sola y es culpa mía. No me han rechazado ni he dejado de sentirme querida. Pero soy así.

¿Escribir la ha hecho más solitaria?

— Es la primera vez que no tengo que interactuar con nadie para trabajar. Me gusta porque la escritura te llega en cualquier lugar, sea en un hospital, en el aeropuerto o en casa. La escritura te cae encima y la tienes que obedecer.

En alguna entrevista ha explicado que hace terapia psicoanalítica desde hace años.

— Llegué al psicoanálisis hecha polvo. Fue hacia el año 2014. Me había separado hacía poco de una pareja y había sufrido mucho. Encima, aquellas semanas interpretaba El bello indiferente, de Cocteau, donde una mujer se volvía loca porque la pareja lo engañaba. Llevaba mal vivir en Buenos Aires. Yo soy de provincias y decidí hacer las maletas.

¿Regresó a Córdoba, la ciudad donde transcurre Las malas?

— Sí. Fue allí donde una alumna de las clases de interpretación que daba insistió para que fuera a terapia. Recuerdo que un hombre dijo que el psicoanalista me tomaría el pelo durante años. No fue así. La primera sesión ya me ayudó. Entre el 2015 y el 2017 las sesiones fueron muy dolorosas. Ha hecho falta mucho trabajo y suturar muchas heridas abiertas.

¿Cree que el psicoanálisis la ha ayudado a escribir?

— No sé si me ha servido o no, pero gracias a el psicoanálisis he tenido que pasar por una criba, que es la de poner en palabras una serie de vivencias y sentimientos que hasta entonces había guardado solo para mí.

En el libro explica cómo pierde la virginidad violada por dos policías y un tercer hombre vestido de civil que intuye que también era policía.

— Antes de la terapia no me había pasado por la cabeza explicar a nadie la violación.

¿Y los problemas con los padres? Sobre su padre, escribe: "Le ha pedido de totas las maneras a su hijo que no sea la futura travesti, la gran puta".

— He tenido problemas con mi padre y con mi madre, pero sobre todo conmigo misma. Cuando escribía Las malas pensaba en ellos. Cuando creía que entenderían lo que explicaba me parecía que iba por el buen camino.

¿Cuando publicó el libro el 2019, su relación con ellos ya era mejor?

— Durante toda la niñez, adolescencia y primera edad adulta –hasta los 27 años– no tuve voz para ellos. Fue cuando estrené mi primer espectáculo teatral, Carnes tolendas, el 2009, que la cosa empezó a arreglarse.

La obra acababa, tal como recuerda en uno de los cuentos de Soy una tonta por quererte, con un desnudo integral. Fue al ver su cuerpo cuando la empezaron a aceptar.

— El cuerpo lo es todo. ¿Qué más hay? Algunas ideas sobre el cielo y sobre el infierno, sobre la vida eterna y las reencarnaciones. Cuando era pequeño y la situación en casa se empezaba a pudrir, antes de que todo estallara yo cogía fiebre. Entonces los padres se calmaban un poco y me hacían caso.

Su padre le decía que "no viviera", que no fuera lo que usted "quería ser".

— Me temo que es una actitud típica de la mayoría de padres. Cuando se tienen hijos se quiere que lleguen a valerse por ellos mismos, que ganen dinero, que perpetúen el linaje. Los padres te transmiten un miedo similar al que vivieron ellos. Es como si los hijos les perteneciéramos, en vez de ser seres independientes.

Leyendo Las malas da la impresión de que siempre le estaban encima.

— Se quejaban de que era "muy rebelde". Y, a la vez, desde muy pequeña lavaba la ropa de mi padre o le preparaba la comida, trabajos que se consideraban femeninas. Era como una especie de segunda esposa.

Y cuando supieron que no era el hombre que ellos creían, ¿cómo reaccionaron?

— Solo traje un novio a casa. Recuerdo que dijo: "Te pareces mucho a tu madre". Y mi padre contestó: "Por fuera, sí, pero por dentro es como yo". Y tenía razón, porque el padre también fue muy rebelde. Era policía y lo echaron del cuerpo porque una vez pegó al comisario.

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