Barcelona y el absurdo del fútbol popular

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Aficionados y jugadores del CE Europa en el Nou Sardenya tras quedarse a un paso del ascenso

Debería hablar de Xavi. O de Laporta. De las miserias del Barça. Del rumbo fatídico que está cogiendo el club y que parece ineludible, porque el Barça está al borde del punto de no retorno. Pero lo hemos escrito muchas veces. Dejamos al gigante desnudo y ponemos el foco un poco más abajo, allí donde el fútbol es menos grandilocuente pero igual de trascendente.

El domingo por la mañana, Europa, Sant Andreu, Badalona Futur y Lleida se clasificaron para los play-offs de ascenso a la Primera Federación. Los de Gràcia, que golearon 6-0 al Espanyol B, estuvieron a punto de hacer historia subiendo directamente, pero la derrota del Lleida en Alicante permitió que el Hércules sea el afortunado. Si Europa hubiera subido, lo habría hecho encadenando dos ascensos consecutivos.

Ahora vienen por delante dos eliminatorias para los cuatro equipos catalanes: contra el filial del Betis, Zamora, Orihuela y Ieclà respectivamente. Si las superaran, jugarían en Primera Federación el próximo año, pero siempre que el ascenso sea viable. Me explico: el fútbol español sigue anclado en el siglo XX en muchos aspectos. Los equipos de Primera RFEF deben cumplir unos requisitos, entre ellos, y ahí está el problema, jugar en un campo con césped natural. Es una medida desfasada, que carece de sentido en medio de la lucha contra el cambio climático, la eficiencia y la buena gestión.

En una ciudad como Barcelona, ​​sin espacio, los campos de fútbol son escasos, un bien preciado que se rifan todos los clubs para acoger a las decenas de miles de niños y niñas que juegan a fútbol. Entidades como Europa y Sant Andreu utilizan sus instalaciones a pleno rendimiento. Decenas de equipos de la base se entrenan tanto en el Nou Sardenya como en el Narcís Sala. Exigir césped natural es enviar a estos clubs a un exilio que no tiene sentido para probar la aventura, quizá efímera, de la nueva categoría. Cambiar la superficie en ambos estadios es una quimera y el hecho de que escapulados y cuatribarrados tuvieran que jugar lejos de su casa sería perder su razón de ser. El calor que se vive en los dos estadios es el que ha enganchado a tanta gente al fútbol popular.

Me centro en Europa y el Sant Andreu porque el Lleida ya cumple con los requisitos –el Camp d'Esports es un estadio de Primera–, mientras que el Badalona Futur es un club nómada sin arraigo ni prácticamente seguidores. Si el fútbol catalán quiere recuperar la grandeza que tuvo hasta los años 90, la Federació Catalana debe presionar para que las reglas del fútbol cambien. El exilio de este año del Cornellà, jugando lejos de su estadio, ya demuestra el absurdo de todo. Que la Federación Catalana demuestre su utilidad y alguien aplique el sentido común.

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