El Camp Nou, un coliseo en decadencia
La remodelación del estadio se ha convertido en una prioridad a nivel estructural y de generación de ingresos
BarcelonaCaminar hoy por el Camp Nou es como entrar en una masía antigua que está pendiente de una reforma integral. Hay vigas apuntaladas, suelos que combinan diferentes baldosas, asientos rotos, equipaciones montadas de manera provisional, paneles que faltan y luces que no funcionan. El estadio, todavía sin público, está pendiente de que empiecen las obras de ampliación y mejora. Obras que se votaron en referéndum en 2014 y que tenían que iniciarse en 2017. Una serie de atrasos hicieron que se aplazara la fecha hasta 2020, pero con el inicio de la pandemia se volvió a parar todo. La nueva fecha es este 2021, siempre que el nuevo presidente se ponga manos a la obra. Inicialmente se tenían que pagar 600 millones por el Camp Nou –que pasaría de 99.000 a 105.000 localidades–, un nuevo Palau Blaugrana y la remodelación de los terrenos del exterior. El último presupuesto se eleva hasta los 815 millones, incluyendo el nuevo estadio Johan Cruyff, ya construido junto a la Ciutat Deportiva de Sant Joan Despí.
El Espai Barça, tal y como lo conocemos, nace durante el mandato de Sandro Rosell. Paradójicamente, el presidente había descartado la propuesta de su antecesor Joan Laporta por tener un coste desmesurado. El diseño del prestigioso arquitecto Norman Foster costaba más de 250 millones, pero Rosell creía que había suficiente haciendo una pequeña reforma en el interior del estadio. Fueron los técnicos del Camp Nou los que le convencieron que se tenía que hacer algo más que chapa y pintura.
El Camp Nou ya no tiene razón de ser, tal y como se planteó. Construido en 1957, fue una obra admirada porque se consideraba un estadio revolucionario. Se amplió en 1982 y se remodeló en 1994. Las necesidades han cambiado, y no hay suficiente abriendo las puertas cada quince días para jugar un partido de fútbol. Los grandes estadios de todo el mundo van más allá de lo que dura un partido. Están abiertos los 365 días del año. Tienen servicios adicionales como restauración, salas de cine, otras modalidades de ocio, tiendas y alquiler de espacios para hacer conferencias. La intención es que el forofo disfrute de una jornada completa de actividades con la excusa de ir a ver un partido de fútbol, sobre todo si se tiene que desplazar algunos kilómetros, como pasa en la mayoría de estadios de nueva construcción. Era, de alguna manera, la propuesta del expresidente Josep Lluís Núñez con el proyecto Barça 2000, que finalmente no salió adelante.
Obtener más recursos
Hasta ahora el Barça no había necesitado estos recursos porque el Camp Nou está en la ciudad y no en las afueras –el Santiago Bernabéu, del Real Madrid, sería otra excepción–. Ahora bien, ha surgido una nueva necesidad, la económica. Cuando se esbozó el Espai Barça, el club calculaba que podría ingresar unos 50 millones adicionales por temporada con esta equipación. La última proyección, hecha antes de la pandemia, elevaba la cifra hasta los 150. Dinero que se tiene que sumar a los más de 300 que ya se facturaban habitualmente, básicamente con la venta de entradas y visitas al museo, lo que se conoce como Barça Experience.
Entre los candidatos a la presidencia hay consenso para sacar adelante el Espai Barça sin más dilación. La junta saliente dejó un proyecto a punto de caramelo, pendiente solo de los últimos trámites administrativos y, lo más importante, de firmar el acuerdo de financiación. La propuesta de 2014 pasaba para abonarlo a partes iguales con fondos propios del club, un crédito bancario y el apellido comercial. Así que el precio se disparó y, teniendo en cuenta las dificultades para cumplir con las previsiones, se optó por una nueva fórmula: negociar con Goldman Sachs para que la financiera norteamericana abone el total de la obra y el Barça devuelva el dinero a razón de 50 millones por temporada durante 25 años. Los aspirantes a la presidencia ven con buenos ojos la propuesta, pero no se han comprometido a nada y esperarán a poder leer la letra pequeña –la más importante– antes de sacarlo adelante. Las partes que más urgen son el Camp Nou y el Palau Blaugrana, que se ampliará hasta los 14.000 asientos. El resto de actuaciones, de menos alcance, se harán posteriormente.
Las obras tienen que durar cuatro años, si se combinan los partidos en el estadio con la remodelación. O bien se pueden acortar plazos si se juega temporalmente en otro lugar, como por ejemplo Montjuic. Es la fórmula que ha usado el Real Madrid, que también reforma el Bernabéu y ha aprovechado la pandemia para ir a jugar al estadio del filial. De momento ya se han hecho algunos trabajos previos en el estadio, como la mejora de toda la instalación eléctrica, la habilitación de una anilla de seguridad por donde pasa todo el cableado del estadio y la ampliación de un túnel que conecta el terreno de juego con el exterior y por donde pasarán, entre otros, las grúas.
El camino ha sido largo. La propuesta de Nikken Sekkei y Pascual-Ausió ganaba el concurso en 2016, pero un tiempo después la firma catalana abandonaba el proyecto. Entremedias, modificaciones para que la obra pudiera cumplir, más o menos, con el presupuesto inicial. Y también conflictos con los vecinos hasta llegar a un acuerdo entre el club, las entidades y los políticos para que el Ayuntamiento aprobara la Modificación del Plano General Metropolitano (MPGM). Queda un último empujón. Seguramente, la más difícil. El Camp Nou no puede esperar más.