Es diciembre y el tió nos contempla, suenan discos antiguos de Manel y qué le vamos a hacer, los catalanes estamos tiernos. Es bajo ese peculiar prisma emocional que muchos nos hemos planteado nuestras filiaciones y nos hemos preguntado si no seríamos capaces de hacernos seguidores del Gerona.
Y es curioso, y es triste, la respuesta cae como un hacha, es un categórico no. Sabido es que los niños y los borrachos dicen la verdad, y nada se acerca más a la realidad futbolera que estas dos palabras, así que debemos asumir que la respuesta es sincera. Porque uno no se hace de equipos de fútbol; de hecho, la simple cuestión, la duda, el planteamiento son en sí mismos lamentables, inmorales.
Sí que podemos admirar el Girona, como hemos disfrutado de selecciones que iban deoranje, y alguna canarinha, y el heroico Leicester, y el Deportivo de A Coruña de hace tantos años y aquí y allá diferentes artefactos futbolísticos que durante un tiempo han sido factorías de espectáculo. Claro que podemos alegrarnos de que al Girona le vayan bien las cosas, al igual que vibramos con todo lo que hace Guardiola, donde quiera que esté.
Hay otra cosa que podemos hacer por este equipo inocente, de rojiblanco, donde todos se tocan y se mueven, que va al espacio y juega al pie, de esa sinfonía que gobierna un futbolista de Ulldecona y que tiene como arma secreta un humilde lateral izquierdo. Sí, en efecto: podemos insultar, cantar y dedicar terribles malsonancias a Rafa Benítez, entrenador del Celta. “Tienen buen entrenador, buenos futbolistas y un apoyo por detrás que lleva años siendo una evidencia –dijo el entrenador madrileño–. En cuanto al dinero y al límite salarial, tienen un apoyo”, remachó.
Ay, Rafa. Hay que ser mal compañero de profesión, peor amante del fútbol y grotesco sinvergüenza para referirse al dinero para explicar el proyecto del Girona. El Girona, que este verano perdió a su mejor central, Bueno, su piedra de toque, Oriol Romeu, su mejor driblador, Riquelme, y su killer, el Taty Castellanos. Hay que tener olímpica barra para hablar de dinero a la hora de explicar los logros de un equipo que en verano fichó el desconocido Dovbyk por 7,5 millones, y que recurrió a un ejército de cedidos y descartados para configurar el once.
Cada éxito del Girona se debe aplaudir por el paladar y el gusto del buen fútbol, pero no nos olvidemos, tampoco en Navidad, del taco contra Benítez, que en el año del centenario del Celta ha firmado la proeza de plantar la jornada 17 con dos tristes victorias: humo, humo, humo.