El Barça pierde la magia y sale escaldado de Sevilla

BarcelonaEl fútbol es un juego raro. En apenas una semana, el Barça ha pasado de celebrar el regreso de Lamine Yamal conquistando la primera posición en perderla con una derrota bien merecida en Sevilla. Una semana trágica en la que el equipo de Flick se ha dejado buena parte del crédito con dos derrotas que duelen. La de Sevilla más que la del PSG, por su rival y por el juego. Básicamente, el equipo de Flick mereció perder en un partido en el que ni las malas decisiones arbitrales sirven para explicar el desastre. El primer tiempo fue de los que duelen en los ojos. En el segundo, Lewandowski falló el penalti que pudo significar el empate. Poco después, Carmona y Adams hicieron el 4-1 dejando al Barça KO en un estadio en el que el Sevilla sólo había ganado un partido en seis meses.

Hansi Flick sabía que había que ganar. Para los equipos como Barça, una derrota provoca debates exagerados. En pocos días puedes pasar de ser la envidia de todos a ser el Titanic dirigiéndose hacia el desastre. El alemán lo sabe y tenía claro que para olvidar todas las dudas que provocó el PSG había que regresar con todo el oro de Sevilla al bolsillo. Y así ser líder durante todo el paro de selecciones, de forma balsámica. Por eso salió con todos los titulares disponibles, nada de rotaciones. La alineación era una declaración de intenciones, el Barça debía hacerse escuchar. Tocaba alejar fantasmas y demostrar que la derrota europea, contra el campeón y con bajas, no era suficientemente grave para tumbarse del pelo.

Pero el equipo salió adormilado. Era imposible reconocer al campeón de Liga en un equipo que llegaba tarde, tenía poca intensidad y perdía los balones. Parecía como un borrador dibujado por alguien con poca traza. El Sevilla, que después de años perdido parece que va recuperando una identidad futbolística con Almeyda en el banquillo, se zampó a un equipo que más que añorar a Lamine Yamal, añora jugar bien. Nada le salió bien a un equipo donde Kounde tenía una autopista a sus espaldas, De Jong tomaba decisiones incorrectas, Dani Olmo estaba desaparecido y Pedri, como el día del PSG, arrastraba los pies cansados. Los locales fueron merodeando el área catalana, como un lobo esperando el momento de llevarse una oveja del rebaño. Lo que no esperaban es que lo conseguirían gracias a un penalti de Araujo sobre Isaac Romero muy dudoso. Demasiado dudoso, ya que las piernas de ambos jugadores se cruzaron, sin más. Lo sorprendente de todo es que el penalti fuera silbado gritando a Alejandro Muñiz, en el VAR, por desesperación de Flick.

Nada le salió bien al Barça. Y el barcelonismo se preguntaba en qué año vivía, al ver cómo quien transformó el penalti fue el chileno Alexis Sánchez, el veterano chileno que muchos quizá daban por retirado después de años por Inglaterra e Italia. En lugar de una marcha triunfal, sonaba un réquiem, en Sevilla. Música tétrica para acompañar a once jugadores que arrastraban los pies como almas en pena, mientras Flick veía cómo su defensa adelantada era superada con demasiada facilidad por los locales, ya que los defensas fallaban y los centrocampistas no apretaban a quien enviaba el balón a las espaldas de la línea Maginot azulgrana. Cosas de la vida, el mejor jugador del Barça fue Szczesny, que hizo dos paros de mérito, pero ya no pudo evitar el segundo tanto del Sevilla en una jugada en la que Jules Kounde se dejó mangar la cartera. Con tres pases, el equipo de Almeyda cruzó medio terreno de juego e Isaac Romero marcó el 2-0. El Barça protestó una posible falta sobre el francés, pero el problema no fue ese. Si el penalti había sido injusto, el resultado no lo era. Parecía un viaje en el pasado, como si fuese el Sevilla que ganaba títulos europeos y el Barça fuera el de Quique Setién.

En el primer tiempo, sólo Marcus Rashford pareció intentarlo por la banda. Primero recibió un buen pase largo de Cubarsí para plantarse frente a frente con Vlachodimos, y falló. Pero en la última jugada de la primera parte dio vida al equipo al rematar de forma espectacular un centro de Pedri. Había vida. El equipo se hundía y Rashford había encontrado un bote salvavidas.

Flick, con cara de pocos amigos, envió al rincón de pensar a Gerard Martín ya un Araujo horrible al descanso. Con Eric de central y Balde en la banda, el Barça mejoró. Pero por desgracia, no era un dominio claro. Simplemente, había equilibrado un partido abierto con ocasiones en ambas porterías. El Sevilla cedió un poco, pero buscó al tercero con ataques puntuales que mortificaron a un Barça cansado y desanimado. En pocos días se había roto la magia de un equipo que recientemente se situaba en la primera posición y ahora está aturdido, como si no hubiera encajado bien el golpe del PSG. Era un día por olvidar. Y ni Lewadonwski, fiable como un campeón olímpico de tiro normalmente, empató cuando Balde forzó un penalti a quince minutos por el final. El polaco le chutó fuera, como si quisiera solidarizarse con el mal partido de sus compañeros. Pese a los buenos minutos de Roony Bardghji, de los pocos que se salva, tocó perderse. Y Carmona y Adams lo confirmaron haciendo otros dos goles a la contra en los últimos minutos. Un final doloroso en un partido triste.

Más allá de las bajas de Lamine Yamal y Raphinha, el Barça vio cómo se hacían grandes sus grietas, superado por juego y actitud por el rival. Flick tendrá que darle la vuelta a la situación porque no es una crisis, ni mucho menos. Pero podría acontecerlo con el tiempo, si actuaciones como las de Sevilla se repiten. Las alarmas se han encendido.