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Simone Biles en una imagen de esta semana en Tokyo.

No falla. En cuanto una mujer decide expresarse hay un puñado de señores calificándola de histérica, loca y poniéndole los puntos sobre las íes. El mensaje está ahí, alto y claro: cállate. En la renuncia de Simone Biles no se puede obviar que es una mujer la que se ha adueñado del relato poniendo el foco global en la salud mental. Y que muchos siguen confundiendo el tocino con la velocidad y disertando sobre el privilegio de la presión en el deporte, como Novak Djokovic. 

Como si Biles no supiera lo qué es la presión o cómo manejarla. Como si no hubiera seguido compitiendo, ganando y revolucionando su disciplina después de hacer público que había sufrido abusos sexuales igual que otras 140 deportistas. Y como si eso, en fin, no fuera importante. Siéntate, Simone, que Novak- y otros señores como él- te van a dar una lección en asuntos sobre la salud, la presión y cómo ser una campeona. El mismo Djokovic, por cierto, que organizó un torneo en el que se acabó contagiando (porque el coronavirus no era para tanto y las vacunas marramiau) es ahora un experto en sanidad y control de las emociones. 

No. No se puede obviar que es una mujer la que ha dicho basta. También le pasó a Naomi Osaka cuando hizo pública su ansiedad y salieron a corregirla como si fuera una chiquilla y a apuntar que esto es lo que hay como si ella no lo supiera. El cállate, siempre presente. No se puede desligar como si fuera en un universo paralelo que Biles denunciara a la Federación y al Comité Olímpico de su país por permitir los abusos de Larry Nassar y silenciar a sus víctimas. Que el entorno que debía protegerla la falló. Y no se puede pasar por alto que los que critican su decisión no se han tomado la molestia de escucharla, ni a ella ni por supuesto al resto que han descrito cómo les ha afectado en sus relaciones, en su manera de estar y de ser, en su vida entera. Porque el trauma las acompaña y los demonios las acechan. 

El hasta aquí de Simone Biles no tiene ningún efecto negativo. Se ha originado un debate mundial sobre la importancia de la salud mental y se habla abiertamente de depresión, de crisis de ansiedad, de la necesidad de buscar ayuda profesional para conseguir herramientas, del reverso tenebroso del deporte de élite que nos empeñamos en vender como un Xanadú sin peros ni pegas. Pero hay quien sigue erre que erre, sin escuchar nada que no sea su propia voz. Y de eso, también hay que hablar. Hablemos.

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