Llorando con Messi
Hay historias que acaban por la puerta grande, las hay que acaban por la puerta trasera y después está la historia Messi, que se ha ido del Barça por la puerta rápida. En cosa de 72 horas lo hemos visto bajarse del avión para firmar la renovación, nos hemos quedado de piedra con el comunicado en el que el club le agradecía los servicios prestados, hemos oído al presidente Laporta dando la culpa a Tebas y a la herencia y hemos acabado viendo a Messi desconsolado, secándose las lágrimas. Después, la prensa que se marche, que haremos las fotos con los trofeos en ese rincón mal iluminado de las plantas; los aficionados, que circulen y hasta la noche en el Gamper, donde, por cierto, Koeman pudo contar con Coutinho, que ya ha recibido el alta médica.
Que el final haya sido rápido no lo ha hecho menos doloroso. Al contrario. Y no tan solo porque el luto necesita su tiempo, sino porque tanta prisa cuando es Messi el que se marcha no es normal. Y porque tan penoso fue verlo sollozar como oírle decir ante un presidente que lo ovacionaba: “El Barça no lo sé, pero yo sí hice todo lo posible para seguir” y “Por mi parte, yo nunca he engañado a nadie”. Y aquí se quedó, dominando los límites del discurso igual que siempre ha dominado el espacio en el campo.
La salida de Messi del Barça ha sido tan extraña que se impone la búsqueda de explicaciones que vayan más allá del conocido cuadro general de quiebra económica provocada por la temeraria gestión de la directiva anterior y por la normativa de la Liga de Fútbol Profesional. Porque todo esto ya nos lo sabíamos de memoria. De hecho, Joan Laporta hizo un retorno victorioso a la presidencia a caballo del sobreentendido de que él sí sabía cómo tratar a los jugadores y hacer que Messi continuara en el Barça. Que si había alguien capaz de hacerlo era él. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Alguien de los despachos o del vestuario ha acabado convenciendo al presidente de que la marcha de Messi tenía externalidades positivas para el club y para el equipo? ¿Ha acabado Messi siendo una víctima en la batalla de Laporta con la Liga y por la Superliga? ¿Y todo este proceso deliberativo era compatible con alimentar entre los aficionados y en el propio Messi la ilusión de que su firma en un nuevo contrato era cosa de días?
Quien más quien menos había pensado alguna vez en que el día que Messi se fuera del Barça lo acompañaría un Camp Nou lleno a reventar y con una llorera compartida, sentida y agradecida. Una llorera de felicidad, pero no la de este domingo, en un ambiente frío, tensando y triste. Triste, porque se marcha Messi y por cómo se marcha Messi. Porque una cosa es que no haya ningún jugador por encima de la institución y otra que la institución sea incapaz de custodiar hasta el final una leyenda colectiva, que explica la historia de un niño enclenque que llevó al Barça a tocar el cielo con las manos y a ser la envidia del planeta Tierra durante casi veinte años. Y esto, hoy, también hace llorar.