Nadia Nadim: de huir de los talibanes a convertirse en una estrella del fútbol
La futbolista se enamoró del deporte en los campos de refugiados de Dinamarca
BarcelonaLa guerra en Afganistán ha destrozado muchas esperanzas. Miles de personas, a lo largo de los años, se han visto obligadas a irse de casa, a dejar a su familia y a sus amistades para salvar sus vidas. Muchas eligen Europa como destino, sin saber qué les ofrecerá el futuro, con el sueño de encontrar seguridad. El camino que les espera será pesado, costoso e incierto. Algunas no consiguen llegar a ninguna parte, otras se ven obligadas a volver a su país y otras sí que logran la manera de volver a empezar. Este último es el caso de Nadia Nadim, futbolista de la selección danesa y ex jugadora del PSG y del Manchester City.
"Al final de la década de los 90, cuando era una niña, los talibanes tomaron Kabul, la capital, y consiguieron el control del país. Mi padre, Rabani Kan, era general del Ejército Nacional Afgano y un hombre muy influyente. Por eso, nuestra familia –yo, mis cuatro hermanas y mi madre– vivíamos en un complejo de apartamentos cerrado cerca de donde trabajaba. Nadie podía entrar o salir sin pasar por una comprobación de seguridad. Era como una burbuja donde nos sentíamos protegidos", relata la futbolista en un artículo en The Players Tribune. El año 2000 su padre se fue de casa para reunirse con uno de los ministros del gobierno, pero no volvió nunca más.
"Durante mucho tiempo no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Tenía solo 12 años. Cuando tu vida está en peligro, nadie destina el tiempo a sentarse con niños y explicarles cosas. Pronto empecé a ver el pánico en las caras de la gente: mi madre, mis tías... La vida de mi padre estaba en peligro. Este temor, esta incertidumbre, se quedó conmigo durante mucho tiempo. Incluso años después, cuando supimos que había sido ejecutado, no creía que le hubiera pasado nada", relata Nadim recordando el momento en que su vida cambió para siempre jamás.
Después de la desaparición de su padre, su madre tomó la decisión de huir del país con Londres como destino. Primero vendió dos casas, el coche y las joyas y, con el dinero y totalmente en secreto, preparó a sus hijas para irse. "No salgas. No se lo expliques a nadie. Si la gente se entera, estamos en peligro", le pedía la madre a la pequeña Nadia. Con dos mochilas de deporte llenas de ropa, en plena noche subieron a un todoterreno hasta Karachi, en Pakistán, donde las esperaba un apartamento minúsculo donde esconderse. Ahí, la nada más absoluta. Sin internet, teléfonos ni contacto con el exterior, las noticias llegaban con cuentagotas. Después de un primer intento frustrado, al mes de llegar al país vecino pudieron continuar su viaje hacia Europa.
La incertidumbre era asfixiante
Con unos nuevos pasaportes y vestidas con ropa paquistaní ("Sobre el papel, en aquel momento éramos paquistaníes", recuerda) se encaminaron hacia el aeropuerto. "¿Sabes en las películas, como en Ocean's thirteen, cuando tienes un equipo y todos entran andando juntos, y ninguno de ellos dice nada, pero todo el mundo sabe qué está pasando? Es así. La gente del aeropuerto sabe lo que está pasando, pero nadie hace nada porque ha recibido mucho dinero para no hacerlo", relata Nadim, que salió en avión hasta Milán con su madre y su hermana.
En la ciudad italiana fueron directas hacia un apartamento oscuro y sucio, con ventanas a nivel de suelo. Pasaron dos días sin moverse. Al tercero, un coche viejo las llevó a un aparcamiento de camiones, donde las hicieron correr para entrar en un contenedor de carga. Pasaron los días y, inmersas en la oscuridad y comiendo y bebiendo lo indispensable por la falta de lavabo, llegaron a un descampado. El conductor abrió la puerta y las obligó a salir. Sin muchas explicaciones se fue y dejó a la familia Nadim sola, sin saber si habían llegado a su destino, vagando por la carretera.
No tardaron en darse cuenta que habían llegado a Randers, una ciudad de Dinamarca. "Estábamos impresionadas, pero al final a nadie le importó. «A la mierda, ¡estamos seguras!», pensamos. Encontramos una comisaría. Allá un oficial se sentó con mi madre para comprobar toda nuestra documentación", relata la futbolista. De ahí se fueron a Sandholm, la principal estación de recepción de solicitantes de asilo de Dinamarca: les esperaba un duro periplo por los campos de refugiados. Se pasaron dos meses en el primer destino y después fueron trasladadas cerca de Aalborg, lejos de las literas apiladas, con habitaciones propias y una cocina compartida. Un sueño después de todo lo que habían vivido en las últimas semanas.
"El campamento era seguro y abierto. Había familias, niños de nuestra edad. Pasábamos los días en una escuela lingüística de nueve a una y después nos reuníamos en un pequeño campo de hierba, jugábamos a escondernos y también a fútbol con dos porterías que estaban destrozadas", relata Nadim. Allá se enamoró del fútbol. Como única vía de escape por la realidad dura que le había tocado vivir, la pelota la hacía evadir del mundo. Mientras esperaban la carta que sellaría su futuro, Nadim aprendió a driblar, a desmarcarse y chutar. Siete meses después llegaría la decisión: "Podéis quedaros en Dinamarca". "Y así es como empezó mi nuevo capítulo. Así es como conseguí mi vida", dice.
Con la pelota como eje de su vida, Nadim fue creciendo. Como herramienta integradora, el fútbol la fue salvando de las dificultades para adaptarse y la condujo a un futuro brillante como estrella de grandes clubes como el París Saint-Germain y el Manchester City. Ahora Nadim luce los colores del Racing Louisville FC, en Estados Unidos, pero nunca olvidará el lugar de donde viene. "Algunas personas se preguntan por qué los refugiados llegan a su país. Aclaremos esto: nadie dejaría voluntariamente su casa, sus amigos, sus seres queridos, para ir a algún lugar donde pueden no ser aceptados. ¿Quién lo haría voluntariamente? ¡Nadie! Se ven obligados a hacerlo. ¡Algunos huyen literalmente de la guerra!"