Sergi Darder, ni mito ni traidor

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Darder, durante un derbi contra el Barça de esta temporada

BarcelonaSe me acumulan los temas. Hoy tenía empezados sendos artículos sobre Jaume Roures y Daniel Sánchez Llibre. Pero la confirmación del traspaso más anunciado deja a los empresarios en la nevera en espera de una semana tranquila. Así gano tiempo para repensar hasta dónde llega mi valentía.

Darder ha fichado por el Mallorca por ocho millones de euros (más dos variables) con una rebaja significativa de su ficha. Un fuerte golpe para el Espanyol y su afición, tanto desde el punto de vista deportivo como sentimental y simbólico. El máximo responsable de ese disgusto tiene un nombre y lo vive desde la distancia, física y metafórica: Chen Yansheng. Es él quien está consiguiendo lo que no han logrado poderes muy superiores al suyo que llevan años intentándolo: cargarse un club centenario. Hemos sobrevivido a todo. A veces dudo que sobrevivamos al empresario chino.

Pero hoy toca escribir sobre Sergi Darder. Ha elegido la opción más conservadora. Volver a casa y disfrutar de sus últimos años de carrera cerca de su familia. Y jugar, de momento, en Primera en un equipo que suele estar en Segunda en lugar de jugar en Segunda en un equipo que suele estar en Primera. Con esta decisión ha renunciado a ser una leyenda perica, no ha querido convertirse en un mito. Ha sido humano, demasiado humano. Todo mi respeto. Pero la admiración mágica que tenemos por los ídolos se desvanece. Él ha decidido que le juzguemos como terrenal y eso no siempre es agradable. Y hay datos objetivos: pese a su calidad, es de los pocos jugadores de nuestra historia que han sido titulares en dos de nuestros seis descensos. Pese a su calidad, a lo largo de estos años ha desaparecido de muchos partidos (esa mirada al horizonte a los diez minutos que nos anunciaba el no Darder, no party). A pesar de su calidad, ningún equipo con aspiraciones le ha querido fichar pese a ser una ganga.

Como cantaba Calamaro, todo lo que termina, termina mal. Y yo, como Rosalía, estoy despechao. Y que no venga ningún sabio de las obviedades diciéndome que soy un ingenuo para admirar futbolistas. Ya sé que todo es representación. Cómo lo es la vida. Un juego, el fútbol, que sólo tiene sentido si nos transporta a la inocencia de la infancia. Un sentimiento que nos hace querer a quien no lo merece, a sentirnos dolidos cuando nos abandona ya vivir con pasión que un balón entre o no en la portería. Pero también a viajar a Albacete un domingo de agosto para ver el debut de nuestro equipo en Segunda.

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