Oriol Pla: "Todo tiene un precio y el precio a veces es la soledad"
Actor
BarcelonaLa última vez que vimos a Oriol Pla Solina (Barcelona, 1993) recibía, con americana y pletórico, el Emmy Internacional a mejor actor por la serie Yo, adicto. Dos semanas después, aparece vestido de paisano en la Casa Orlandai de Sarrià, cercano y hablador. Aquí estaba la Escuela Orlandai, donde estudió primaria. Luego, entidades del barrio y artistas como su madre batallaron para que se convirtiera en un centro cívico; incluso estrenó su primer espectáculo de creación, Be God is. Tras la vorágine, Oriol Pla vuelve a estar en el teatro: actúa por Europa con Acantilado, de Baró de Evel (esta Navidad, en el Piccolo de Milán), por Cataluña con Garganta y el próximo año en Madrid y todo el Estado con el ya mítico Travy.
¿Cómo estás, después del premio?
— Bien, estoy bien. Reconecto cuando hago entrevistas porque llegué, al día siguiente estábamos en Castellar del Vallès haciendo un bolo, fue un fin de semana de jet lag y de descanso, me fui a Manacor a actuar y volví el lunes, quiero decir que un poco pim-pam-pum, como una pelota de pinball.
¿Cómo es una fiesta post-Emmy? No he conocido a nadie que me lo pueda contar de primera...
— Un desastre. A la una y media, hacia casa todo el mundo. ¿De verdad? ¿Nueva York no representa que no duerme? La fiesta fue en un rooftop de éstos del piso 42, y era alucinante. Todos los que nunca habíamos estado en Nueva York estábamos gritando todo el rato: a la izquierda estaba el río Hudson y veías toda la ciudad de noche, no había ningún metro cuadrado que no estuviera iluminado por una ventanilla, el Empire State allí, todo muy típico. Y yo: "Aquí dónde se baila?" "No, no, es que en Manhattan no se baila. Tienes que ir a Brooklyn" que es como irse a no sé dónde. Yo, superindignado. Mucho diver todo, pero es verdad que me esperaba algo más...
Después de Emmy, continúas la gira de Garganta. Supongo que es la forma de aterrizarlo.
— Sí, es volver a la terrenor de la que vienes. Porque si no tienes tierra tampoco puedes saltar e irte a volar un rato, ¿no? Mola volver y seguir trabajando en un espectáculo que has hecho con gente querida, y yendo de gira, haciendo lo más artesanal, y más pequeño, y más personal, y estar delante del público, es muy guay.
¿Crees que este premio cambia tu estatus, tu caché o la forma en que la profesión te mirará?
— Yo creo que sí, de alguna forma. O no, no sé. Estos galones, en el mundo del arte, que no son los 100 metros lisos y el primero es el primero y ya está, creo que sí sirven para tener mayor visibilidad. ¡Más caché molaría, la verdad! (Ríe) Te da un tipo de capital. Hay gente que dice: hostia, ¿ahora te cambiará la vida? No sé. Quizás no.
¿Quieres que te cambie la vida?
— No sé. (Piensa) Sería guay, ¿no? Pero me gustaría pilotar, en realidad. Justamente, hoy reflexionaba un poco de decir: va, ¿qué más? ¿Qué más hay aquí? ¿Qué hacer? ¿Dónde podemos ir? Me podría cambiar la vida de decir... uy, me he cansado, y me voy a hacer otra cosa totalmente distinta.
¿Tienes la puerta abierta para escapar en algún momento?
— Yo creo que la puerta siempre está ahí, la cuestión es si tú te ves con el derecho o con el valor de abrirla o no abrirla. Está bien revisarse de vez en cuando y está bien soltar, aunque sea doloroso. A veces nos podemos identificar mucho con quienes somos durante mucho tiempo, y más cuando tienes una validación externa, y también está bien en reformularlo o cambiar la forma que tienes de relacionarte con él.
Si tuviera que cambiarte la vida, ¿qué te gustaría hacer?
— Me gustaría ser más libre, liberarme de ciertas correlaciones que doy por hechas, cuando no tienen por qué ser así. Y tiene que ver seguramente con la validación externa, o con lo que se supone que debes hacer. Me gustaría liberarme un poquito de mí mismo. Conectarme mucho con lo que me apasiona y dejar que esto me guíe. Siempre muela descubrir partes nuevas de ti mismo.
Hay actores que dicen que después de un premio importante cuesta que lleguen buenas ofertas. ¿Te preocupa? ¿Tienes miedo al futuro o eres demasiado joven para ello?
— No. La vida también es un poco como quieras tomarte, puedes encontrar la virtud de la situación en la que estás. A mí no me da miedo. Me podría dar pena, porque me gustaría trabajar fuera, en inglés o francés, porque he puesto expectativa. Pero intento no hacerlo. Yo ya no esperaba que me llegara ningún regalo más de Yo, adicto, estábamos rodando con Javi [Giner] la siguiente peli, y ya sólo de estar nominado e ir a Nueva York era superexcitante y era superdivertido.
Pues mira que transmites sensación de libertad. Y sobre todo, de actor sin miedo, porque hay un coraje en cómo te entregas a Yo, adicto o Garganta...
— Miedo y coraje pueden coexistir. Yo creo que el coraje es también una respuesta constructiva al miedo. Intento ser muy libre, intento serlo al máximo, y estar al máximo aquí. Es supercomplicado porque tengo muchos futuribles y el futuro es el terreno del miedo. El pasado, el terreno de la culpa. Todo el terreno que yo ocupo realmente, el que está en mis manos, es el terreno del ahora. Yo tengo mucho miedo, he viajado mucho con el miedo y he intentado relacionarme con él. La cuestión es que quien esté al volante sea yo. El miedo puede estar aquí de copiloto diciendo "¡Ay, que nos lo jodaremos!" Y yo: "No, espera, que estoy conduciendo. Voy a responsabilizarme de eso". Tenía mucho miedo, pero decidí no bailar todo el día.
En el fondo, la caída en los infiernos de Yo, adicto conecta con Garganta: el consumo compulsivo, la sociedad del banquete que quiere tener todo, la insatisfacción vital.
— Se creen muchísimo. Garganta es un viaje más personal. La glotonería esencial de la que se habla es básicamente huir, buscar la intensidad, buscar la mirada externa y buscar que no acabe la fiesta. Vivir en esa excitación, porque reponer y estar en el silencio y en el vacío es una angustia, una tragedia de vivir, un terror existencialista, que yo lo tengo. Cuando paro y tal, me agarra un terror existencialista que es "qué fuerte, qué fuerte, el estar vivo" y, en cambio, cuando estoy montado en el caballo la vida es maravillosa. Venía algo de aquí, de un viaje más terapéutico mío y quería hacer esta temática a través del payaso, del bufón y de disciplinas que a mí siempre me habían interesado. Creo que Yo, adicto me hizo afinar más, porque me ayudó a conocerme más a mí mismo y mi glotonería. Pero no es una consecuencia del otro, son dos historias que se cruzaron y que tienen muchísimas relaciones.
Son temas muy contemporáneos, a la vez, éste siempre querer más y querer estar en otro sitio.
— Después de Yo, adicto me fui a Indonesia. Siempre había querido realizar un viaje largo, yo solo, un mes. De adolescente me proyectaba como una especie de aventurero a fondo perdido y al final me he ligado mucho a los proyectos ya muchos proyectos a la vez, y me sacrifico a mí por estar en todas partes a nivel creativo. Yo no era consciente de que llevaba año y medio, y en concreto cinco meses, muy al máximo, entregando cuerpo, alma, psique y todo, a un proyecto, a una persona, a... había una extenuación realmente. Me fui a Indonesia a conectar, y lo que necesitaba era desconectar y descansar. Me encontré solo en un lugar donde hay 17.000 islas y todo el rato donde estaba, da igual donde fuera, era una mierda y había algo increíble que estaba pasando en algún otro sitio. No podía ni disfrutar de dónde estaba, ni decidir a dónde ir, porque tenía que pasar por una pena o por un reposo. Allí lo vi muy claramente. Debido a que te amaras del proceso de autoanálisis, y Yo, adicto es una desfragmentación del yo para encontrar las carencias más íntimas, pues fue una hostia con la mano abierta durante un mes. Lo pasé fatal. ¡En Indonesia y yo fatal!
¡No me digas que encima estaba el monzón!
— No, todo era increíble, era yo quien estaba hecho una mierda. Pero poco a poco encontré la paz y acabé en un taller de máscaras tradicionales balinesas de un maestro que era hijo de un maestro que había realizado cuarenta máscaras para Peter Brook. En medio de todo aquello encontré el teatro, la máscara, lo que a mí me habla.
Cuando ganaste el premio tuve la sensación de que todo el mundo estaba muy feliz, hubo como una inyección de euforia en Cataluña.
— Sí, sí. Lo he notado mucho. Desconocidos que me dan la enhorabuena desde un sitio superluminoso, honesto, bonito y generoso. No sé quién me decía: "Todo el mundo quería que lo ganaras y todo el mundo está superfeliz, ¡lo has ganado tú y lo hemos ganado todos de golpe!" Creo que tiene que ver con intentar ser coherente y honesto.
Un detalle, que utilizaras el catalán en ese escenario. Fue reconfortante, en un momento en que la lengua necesita autoestima.
— Pero no es una reivindicación que viene de la cabeza, es una consecuencia del idioma del corazón. Me hacía iluo decir "Buenas noches Nueva York" y hablarle a mamá y papá, y me hacía iluo también hablarles en francés a los del Baró de Evel, que me ayudaron para que yo pudiera hacer el rodaje.
Supongo que el cariño tiene que ver con tu familia, ser hijo de Quimet Pla (vinculado a la fundación de Comediants) y Núria Solina (a Germans Poltrona), que son artistas queridos y respetados, a pesar de haber trabajado a menudo en precario y lejos de los espacios más institucionalizados. Tu hermana Diana me decía que se ha mitificado demasiado a la familia.
— Sí se ha mitificado, porque hay familias o sagas del mundo del teatro independiente mucho más constantes, mucho más presentes, mucho más influyentes que la nuestra. La nuestra tenía algo más tirado, mucha familia trap, mucho zueco y alpargata. Y ves a los Escarlata, los Marduix, los Poltrona, son una gente que ha generado una influencia y un cambio. Mis padres han formado parte de movimientos muy potentes y nosotros hemos vivido de esto. Pero está bien que se haga algo de eco de este tipo de familias, de la gente de los 70, de esta Catalunya contracultural, aunque a veces nos miremos extrañados.
Pero tú contribuyes al mito cuando dices que tú y tu padre forman parte del mismo gesto.
— Sí, es que no puedo evitarlo, así es. Todo lo que yo haya aprendido tiene que ver mucho con un tipo de educación. Me he sentido muy afortunado de tener ese patrimonio no material. Yo hago cosas en el cine que mi padre me dice que no sabe hacer. Y pienso que es guapo: tú me has llevado hasta aquí y yo he ido hacia allá. Es bonito dar y pasar la antorcha, e ir pasando la pelota.
Hace tanto tiempo que te vemos en el teatro y en el cine que tenemos una sensación de familiaridad. Dice la leyenda que saliste a escena pegado al pecho de tu madre.
— Sí, en el Teatro de Tiana. Estaba actuando con Vesper, que era un payaso que había formado parte de los Hermanos Poltrona, como Claret Papiol, que también nos dejó hace poco, y creo que él iba vestido de vicario y mi madre de monja. Estaba dándome el pecho cuando le tocaba salir y ya puedo imaginarla, eso le encanta: salió con la criatura. Es una anécdota que, románticamente, es superguay de contar.
Actuaste toda tu infancia?
— Con conocimiento de causa, a partir de los 6 años en 4 maderas y un papel. Y a partir de ahí en espectáculos de calle como El general Bum Bum en los pasacalles. Vas viendo a papá y mamá, vas con la furgoneta, duermes en el camerino, vas copiando y de repente, con diez u once años, necesitan un niño por una TV movie. Y entonces El corazón de la ciudad, todo un año. Aquello fue aprender la técnica. Me lo paso muy bien viendo elold school trabajar, te guste o no te guste lo que hacen, y tomar el hábito de rodar y rodar. ¡Allí fue cuando repetí curso porque no iba a cole! Yo estaba rodando, qué pereza ir a matas... (ríe)
Como actor infantil podrías haber terminado haciendo un Macaulay Culkin.
— No, porque tampoco era un hit tan fuerte como el que hizo Macaulay. Tenía 14 o 15 años, pero yo tenía claro que quería estar un año, a lo sumo dos, pero no quería quedarme allí. El riesgo habría sido ver al niño crecer y quedarte en ese espacio.
Continuamos con la leyenda. Con tu amigo del instituto y cocreador de los espectáculos, Pau Matas, los veranos tocaba la guitarra en terrazas de la Costa Brava y pasaba el sombrero.
— Sí, nos encontrábamos en la plaza Catalunya con 5 euros en el bolsillo cada uno, la tienda de campaña, el fogoncillo, una guitarra, la mochila y ¡venga! Primera parada, Blanes. ¡Vamos! Esta cosa de calle, muy divertida, que no sabes lo que va a pasar pero sabes más o menos lo que quieres que suceda. Con un hocico que no te puedes imaginar. Fue una escuela de aprender a cantar y proyectar. Era superexcitante, superemocionante, pasábamos el sombrero, ¡17 euros!, y billete de bus para ir no sé dónde. Aprendí que la juglaría existe o podría existir, es un intercambio que la gente puede valorar. Era muy interesante porque cuando no sabes dónde dormirás la mirada se te abre mucho más, ves el espacio de una forma diferente y tienes que conectar con alguien. Cuando lo hacías, de repente te llevaban dos birras. Claro, teníamos 17 o 18 años, nos lo pasamos superbien y lo hicimos cuatro o cinco veranos.
Siempre dices que el teatro de calle está casa. Tu sello tiene que ver con tu cuerpo, tienes un movimiento muy particular. ¿De dónde sale?
— Viene de mi padre y delslapstick, la conmedia del arte, el payaso, la acrobacia, la poética del movimiento. Comediantes eran antitexto y por tanto contaban con el cuerpo, que es un lenguaje universal. Y después viene del amor hacia grandes maestros como Chaplin, Harold Lloyd, Buster Keaton, Marcel Marceau, Grock, George Carl, Charlie Rivel y toda esa peña que es magia. Yo de base soy mimo, después payaso y después actor. Mi naturaleza es la mímica.
Has sabido tener una carrera muy singular: proyectos de teatro propios (Be God is, Travy, Garganta) o muy especiales (Yo nunca, Ragazzo, Odiseos, Acantilado de Barón de Evel) y en paralelo vas a una isla que tus padres no habían pisado que es el audiovisual mainstream (Truman, Merlín, Dime quién soy) y proyectos de cine de autor (Agustí Villaronga, Elena Martin, Mar Coll, Jaime Rosales). Este próximo fin de semana se estrena la película Emergency exit de un cineasta de culto pero outsider, Luis Miñarro. ¿Eso cómo se consigue?
— No sé, pero tengo que decirte que yo deseaba estar en el lugar donde estoy hace tiempo y hará unos dos años me di cuenta. Estoy con una compañía de circo francesa contemporánea, tengo mi show, estoy haciendo cine de cosas guayes y no he perdido lo mío pero también estoy allí. Dentro de mis miedos, he confiado muy íntimamente en mí mismo, desde una habitación muy silenciosa y en el desván: esto es mi casa. He confiado mucho en esto, he tenido la suerte de mi familia, de ver el poder de la artesanía y la autenticidad en el arte y todavía lucho por serlo más y más y más. Me lo tomo todo como oportunidades para aprender cosas. Cuando estaba perdido en la adolescencia, no sabía a dónde iba pero sabía que estaba cerca de la danza, de la acrobacia, de la guitarra... Cuando estaba estudiando para los exámenes y de golpe cogía la guitarra y me salía algo, dejaba de estudiar y me ponía a tocar la guitarra, porque sabía que la guitarra. Y repití dos veces, ¡ei! Pero tenía muy claro cuál era mi dirección y me tiré hacia estas cosas como quien se echa al vacío. Y he terminado teniendo un recorrido superbonito, la verdad, ahora te escuchaba y es verdad.
Es alucinante que puedas hacer rodajes y mantener ese ritmo teatral, sinceramente
— Es fuerte. También he sacrificado mucho de mi vida y de mi persona. Y ahora quiero cambiar de vida, en el sentido de articularlo distinto. Esto me ha llevado hasta aquí, ha sido una decisión también. Pero yo me he jodido mucha caña de no parar, porque quiero estar lo máximo posible con todo el mundo, y entonces no hay espacio para mí. Esto me lo dijo un amigo: "Uri, nos has inspirado mucho y nos has dado oportunidades muy chulas, pero hay muchos de nosotros que no queremos sacrificar lo que tú sacrificas". Es verdad que se te va la olla. Sí, se puede, pero todo tiene un precio, y el precio a veces es la soledad o… no sé. Miro atrás y veo que aposté mucho por ser actor. Y mucha gente me ha acompañado y lo ha hecho posible porque ha confiado en mí.
¿Qué es para ti el éxito?
— Creo que no tiene que ver con el exterior, tiene que ver con cómo tú te relacionas con el exterior. Para mí habría sido un fracaso haber estado en Nueva York y haber ganado, pero haberlo pasado mal o con muchos nervios, no haber oído que me lo merecía y no disfrutarlo. El éxito será tener la habilidad de vivir en paz lo que te toca vivir. Es dormir tranquilo y levantarse de buen humor, todo lo que te lleve a eso.
¿Qué tienes ganas de hacer ahora? ¿Por dónde paras?
— Tengo cosas hasta 2027. Tengo el campo base en Barcelona. Ahora estoy revisando un poco, también. Tengo 32 años, siento que he pasado una crisis de los 30, que en mi caso sí existe y ha sido larguita, algo más larga de lo que me hubiera gustado, y todo ha acabado de catalizar hace un par de meses. He encontrado un poco más de equilibrio y me apetece darme el espacio de decir: "Venga, ¿ahora qué aventura puede ser excitante?"
¿Y qué te respondes?
— El otro día estuve con uno que había dado la vuelta al mundo y pensaba: "La vuelta al mundo, que guay". Construir una casa. ¡Con el teatro puedes hacer tantas cosas! Me gustaría sorprenderme. Hay algo que irse también de los lugares conocidos: ¿cómo sería ir a Nueva York y empezar de cero? He estado muchos años sacrificando mucho y trabajando mucho, mucho, mucho y machacándome mucho cuando las cosas no me salían y sufriendo innecesariamente mucho tiempo, no sintiendo que era suficiente, apostando mucho, arriesgando mucho. Y ahora me apetece permitirme celebrar, bailar, reunirme con la gente, reír, y hacer una entrevista de hora y media, porque si no, no tiene sentido. Si no haces espacio, es imposible que entren cosas nuevas.