¿Por qué queremos vestirnos como Napoleón?
En los últimos desfiles, las casas de moda han dejado un mensaje claro: la chaqueta napoleónica ha vuelto y lo ha hecho con una fuerza que cuesta ignorar. No es una anécdota ni un capricho puntual, sino una auténtica ola. Firmas como Ann Demeulemeester, Alexander McQueen, Isabel Marant, Kenzo, Conme des Garçons, Louis Vuitton, Balmain, Wales Bonner, Dior Homme (en el debut de Jonathan Anderson), Valentino, Armani, Dilara Findikoglu, Burberry, Loro Piana o de San Laurent literal, la iconografía militar de las tropas de Napoleón Bonaparte. A esto se le suma la presencia masiva de estas piezas en plataformas de segunda mano y en el mercado vintage, donde se han convertido en objetos de deseo. Pero ¿a qué se debe ese reavivamiento tan generalizado e insólitamente pretérito?
A pesar de que esta pieza recibe el nombre de chaqueta napoleónica, cabe decir que su origen data de épocas anteriores. Concretamente, lo encontramos en el siglo XVII con el dólman, perteneciente a la indumentaria de los húsares de origen húngaro. Corta y ajustada para facilitar la movilidad, con el cierre en Brandenburgo: múltiples hileras de nudos decorativos y lazadas, que combinan la función de cierre con la decorativa. Los húsares, originarios de la llanura húngara entre los siglos XV y XVI, se convirtieron en una de las fuerzas de caballería ligera más prestigiosas de Europa. Su velocidad, destreza a caballo y eficacia en labores de reconocimiento les convirtieron en un modelo imitado por todos los ejércitos europeos, y su indumentaria, especialmente el dólman, en un símbolo de elegancia y heroísmo militar. Posteriormente, Napoleón le incorporó porque proyectaba eficiencia, disciplina y un exotismo militar muy atractivo: una silueta convertida en un emblema de su proyecto imperial. Esta estética militar, tan bien diseñada en su combinación de inspiraciones, colores y formas, resultó totalmente efectiva para causar impacto visual, disciplina, cohesión y orgullo de cuerpo.
Desde los años 80 hasta la actualidad, muchas estrellas de la música pop han adoptado la chaqueta napoleónica, precisamente cuando la tendencia del momento ha sido teatral, irónica y maximalista, como una forma de jugar estética y simbólicamente con el poder. Entre ellos podemos encontrar las chaquetas militares de Michael Jackson como símbolo de majestad pop o la icónica chaqueta amarilla que Freddie Mercury lució en la gira Magic Tour de 1986. The Beatles, en la cubierta del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, la llevaron parodiando la pomposidad de una banda militar ficticia, y se añadieron también Jimi Hendrix, Adam Ant, Beyoncé y Harry Styles, entre otros muchos. Los uniformes militares tienen una gran fuerza simbólica porque codifican poder y, en el caso de estos artistas, más que reivindicar autoridad, la subvertían y teatralizaban, ubicándose, a la vez, dentro y fuera del poder.
Esta moda actual puede ser la prueba visual de que vivimos una crisis política, con el auge de un militarismo de extrema derecha y un autoritarismo que, día a día, gana terreno a la democracia. Y, al igual que realizaron movimientos como el punk o el glam, es esencial descontextualizar piezas altamente simbólicas como la indumentaria de guerra hasta vaciarlas de contenido para manifestar el desacuerdo. Pero, al mismo tiempo, esta chaqueta puede ser también el síntoma de que la historia se repite sin haber aprendido de los errores. La esencia autoritaria y megalómana, la ambición personal, la concentración de poder, la manipulación y la exaltación militar que caracterizaron a Napoleón son las mismas que definen a líderes actuales como Donald Trump o Vladímir Putin. Y, mientras, nosotros, pasivos y sin comprender la gravedad de los tiempos que nos rodean, nos limitamos a exhibir una chaqueta que celebra lo mismo que estamos permitiendo que avance, sin conciencia ni oposición.