Del circuito de Le Mans en el campo de batalla: giro estratégico de la familia Porsche

Nueve décadas después de que el cofundador de la marca hiciera armamento para Hitler, los herederos anuncian inversiones en la industria militar europea

LondresCuando Ferdinand Porsche presentó el primer 911 en el Salón de Frankfurt de 1963, nadie habría imaginado que, décadas después, el apellido que ha hecho vibrar a algunos de los más famosos circuitos del mundo aparecería asociado a drones, satélites y ciberseguridad. La inconfundible silueta del 911, con sus faros redondos y su cola caída, se ha convertido en un icono del siglo XX: símbolo de libertad en la autopista, de victorias en Le Mans y del orgullo industrial alemán, quizá ahora algo de capa caída.

Pero la historia de Porsche va mucho más allá del perfume de gasolina y de goma quemada sobre los grandes asfaltos de competición. Tiene un capítulo oscuro: la escondida y difuminada colaboración de su fundador, el mencionado y alocado Ferdinand Porsche, con la Alemania nazi y la industria militar del Tercer Reich.

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Tras rechazar un contrato para la construcción en cadena de un vehículo para la Rusia de Stalin en 1933, como recoge David de Jong en su libro Nazi Billionaires (2022), a finales de junio de 1934 Ferdinand firmó uno con la reticente y escéptica Asociación del Sector Automovilístico Alemán para desarrollar en diez meses el llamado Volkswagen, literalmente "coche del pueblo", que debía costar sólo 1.000 reichsmarks [unos 8.200 dólares actuales]. Por último, Porsche necesitaría 1,75 millones de reichsmarks [unos 14 millones de dólares], dos años, tres versiones del diseño y mucha complicidad política con Hitler para completar un prototipo adecuado.

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Luego, el fabricante de coches –que se aprovechó de la persecución de los judíos en la Alemania nazi para mal pagar las acciones al cofundador y socio capitalista de la empresa, el expiloto de carreras por Mercedes Adolf Rosenberger, y que después de la guerra nunca lo compensó– acabaría diseñando tanques –el acabado diseñando tanques –' participó brevemente en el proyecto del misil V-2.

Es éste un legado incómodo que, durante décadas, la familia ha intentado mantener en un muy discreto segundo plano, centrándose en la automoción y evitando cualquier relación con la industria militar. Pero ahora, ese tabú empieza a desvanecerse. El holding Porsche SE, que controla el 31,9% de participaciones de Volkswagen, pero el 53,3 de los derechos de voto, y que ejerce también el control de Porsche AG, la empresa de automoción que fabrica propiamente los míticos coches, quiere invertir hasta 2.000 millones de euros en la renovada y floreciente industria de defensa europea.

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Y lo hará con un fondo de capital para cuyo establecimiento busca socios en toda Europa. Hans Dieter Pötsch, presidente del consejo ejecutivo de Porsche SE y presidente del consejo de supervisión de Volkswagen desde 2015, decía la semana pasada, en un comunicado, que la compañía tiene la misión de "defender nuestros valores, la democracia y la libertad [en un mundo] donde la seguridad ya no está garantizada". Sin embargo, como ha acreditado De Jong, la familia Porsche no siempre estuvo al lado más democrático de la historia.

La otra carrera europea

La decisión del grupo se enmarca en unos momentos de efervescencia militar en el continente. A raíz de la guerra de Ucrania, las tensiones en Asia, los ciberataques crecientes, las dudas sobre su compromiso atlantista que genera la presidencia de Donald Trump y sus aranceles, que amenazan a la industria alemana del automóvil, tanto Bruselas como el Berlín del nuevo canciller Friedrich Merz se han convencido de que es necesario reforzar las capacidades defensivas.

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Así, Alemania ha aprobado hace un mes y pico un plan de 500.000 millones de euros en inversiones, con el gasto militar exento de las habituales restricciones fiscales. En este escenario, Porsche SE apuesta por sectores como la vigilancia por satélite, los sistemas de sensores, la ciberseguridad o la logística. El grupo, de hecho, ya había invertido en tecnologías llamadas de doble uso —civil y militar—, con sus aportaciones a la empresa emergente alemana Isar Aerospace o al fabricante de drones Quantum Systems. Y quiere ir más allá con la preparación del Día de la Defensa para poner en contacto a empresas emergentes del sector con grandes fortunas familiares tanto de Alemania como de Europa.

Más allá de la estrategia económica, el movimiento tiene una carga muy simbólica y reputacional. Porsche es mucho más que un fabricante de coches deportivos: es un elemento de la cultura popular. De Steve McQueen conduciendo un 917K a Le Mans (1971) hasta la presencia constante en los videojuegos y en las colecciones de miniaturas, la firma ha sabido convertir cada modelo en un objeto de deseo y en una especie de leyenda mecánica. Ahora, habrá que ver si ese aura de glamour que ha pasado de puntillas sobre el pasado nazi puede convivir con una nueva identidad vinculada a la seguridad ya la industria armamentística.

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Los mercados parecen bien dispuestos a asumir el reto: las acciones de la industria de defensa viven un momento dorado, con subidas espectaculares como las de Rheinmetall (+161% en lo que va de año) o BAE Systems (+52%). El sector de la automoción, en cambio, sufre la transición al eléctrico y la caída de la demanda en mercados clave como China. Las acciones de Porsche AG han perdido el 30% en un año, mientras Volkswagen arrastra beneficios más débiles de lo previsto.

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Quizá por eso la familia Porsche ha decidido que ha llegado el momento de diversificar la inversión. Y lo hace con un movimiento cargado de memoria: nueve décadas después de que su fundador trabajara para la maquinaria bélica nazi, sus descendientes vuelven a poner un pie en la industria de defensa. Pero esta vez lo presentan como una apuesta por la paz, la seguridad y la resistencia europea. Si tendrá el mismo éxito que en las pistas de Le Mans o en las carreteras alpinas sólo el tiempo —y los mercados— lo dirán.