La sucesión de hechos trascendentes que supuestamente debían comportar un cambio de era es agotadora y frustrante. La crisis financiera debía actuar como catalizador para cambiar el paradigma económico. La covid nos hizo ver el valor de la vida en sociedad y debía alejarnos del individualismo y del materialismo. Las continuas alertas sobre el cambio climático debían guiarnos hacia una relación sostenible con la Tierra. Y el cambio tecnológico debía cambiarlo todo. Sin embargo, parece que los cambios son más bien escasos, excepto en un ámbito. En la intersección de la economía y la geopolítica sí ha habido un giro de guión que nos sitúa en una nueva era. Las tensiones comerciales de los últimos meses son su cara más visible.
La distribución geográfica de la capacidad productiva ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. En 2000, la Unión Europea era el primer mercado económico (medido en términos de PIB en paridad de poder adquisitivo), seguido de cerca de EEUU. Entonces China e India estaban lejos. Hoy, sólo 25 años después, China supera con creces (por más de un 30%) la producción europea y estadounidense. India no tardará mucho en alcanzar este objetivo si mantiene la tendencia actual.
En economía el tamaño importa, pero no todo es cuestión de tamaño. China, además de hacer crecer su capacidad productiva, también la ha transformado hasta situarla en la frontera tecnológica. India va detrás. Estas economías ya no sólo estampan los logos de las grandes marcas occidentales en el pecho de los polos y fabrican cepillos de dientes y colonia, por poner algunos ejemplos de productos que requieren una capacidad tecnológica limitada. China también lidera la producción de los auriculares y gafas de realidad virtual más avanzadas. Los coches más modernos, el símbolo al que aspiraba la antigua clase media occidental, ya no se producen ni en Europa ni en EE.UU. Los chinos, como muchos europeos y estadounidenses, también sienten que desde sus casas pueden ser conducidos al futuro.
El cambio que ha experimentado la bolsa china refleja esta transformación de su capacidad productiva. Las empresas relacionadas con sectores propios de una economía madura y avanzada, como el tecnológico, las telecomunicaciones, la salud o el consumo, representaban el 19% del valor del índice de referencia chino CSI300 en 2008. Hoy en día se acercan al 45%. El índice de complejidad económica desarrollado por Harvard Growth Lab nos ofrece una visión más precisa del cambio que se está produciendo. Este índice mide la diversidad de productos que cada economía exporta y las capacidades tecnológicas necesarias para poder producirlos. En 2000, China se situaba en la posición 30 del ranking y EEUU se encontraba en el puesto número 6. En 2023 –último dato disponible– China había escalado hasta el puesto 16, justo detrás de EEUU, que habían retrocedido hasta la posición 15. China compite.
El ascenso de China ha ido acompañado del refuerzo de los vínculos entre las diferentes economías: la globalización. El ejemplo que se utiliza normalmente para ilustrarlo es la evolución del comercio global. En 2000 representaba el 50% del PIB mundial y en 2008 había aumentado hasta el 61%. Desde entonces, el peso del comercio se ha mantenido cercano al 60%, creciendo a un ritmo similar al del PIB global. No ha retrocedido.
Lo que ha sucedido en los últimos años, a medida que la competencia y las fricciones se intensificaban, es una reorientación de los flujos comerciales a través de países neutrales o políticamente cercanos a cada potencia económica. Por ejemplo, una parte importante de las exportaciones de China a EE.UU., en lugar de hacerse directamente, ahora se lleva a cabo a través de Vietnam o de México. Pero los vínculos entre ambas economías siguen siendo intensos, y lo son también en otros ámbitos. La inversión directa de las empresas americanas en China no ha parado de crecer, siendo los chinos uno de los principales tenedores de activos financieros americanos.
Así, el aumento de la competencia a escala global hace que las fricciones entre los diferentes bloques sean recurrentes. Y la sensación de que quien lidere este nuevo ciclo económico ligado a las nuevas tecnologías obtendrá una ventaja que puede durar décadas es probable que las intensifique. Pero los vínculos que unen las diferentes potencias son intensos y difícilmente podrán deshacerse. La tensión entre ambas fuerzas probablemente irá a más. La globofricción está asegurada.