Morir cosechando fruta
En la muerte en Alcarràs de un temporero cosechando fruta está, en primer lugar, la tragedia personal de alguien que, a los 61 años, se vio empujado a realizar un trabajo durísimo y no obtuvo el permiso para marcharse a casa cuando declaró que se encontraba mal. Sólo se le permitió descansar a la sombra de un árbol. Gheorghe Vranciu murió allí, solo. En el área de Alcarràs se habían superado los 40 grados de temperatura. Legalmente no es obligatorio detener los trabajos en el campo en situaciones de calor extremo. Sólo está recomendado. Por tanto, no hay responsabilidad legal para el empleador. Otra cosa es el peso moral que a partir de ahora va a cargar. En todo caso, el hijo de Vranciu denuncia que la empresa "tardó más de dos horas en llamar a la ambulancia". Más allá de la legalidad, la precariedad laboral también tiene que ver con ese trato aparentemente poco cuidadoso, o incluso negligente.
La muerte de Vranciu por un golpe de calor no es la primera de este verano. Pero debería ser la última. Ha habido otras dos en pocos meses: una en Fraga –un trabajador murió abandonado en una explotación de fruta del Baix Cinca– y una en Barcelona –en este caso, de una trabajadora del servicio de limpieza municipal–. El cambio climático está trayendo cada vez más picos de calor, que además son más extremos y más alargados en el tiempo. Sin duda, tal y como han reclamado los sindicatos, toca adaptar la normativa y las condiciones de trabajo a esta nueva y dura realidad climática. No es suficiente con lamentos, muestras de pésame y lágrimas de cocodrilo.
También debemos ser todos conscientes de quién realiza estos trabajos tan duros: mucho mayoritariamente los hacen inmigrantes. La población autóctona no está dispuesta, seguramente ni que se pagaran mejor. Por tanto, debe quedar claro que la sociedad catalana necesita esta fuerza de trabajo –los discursos antiinmigración suelen prescindir de las evidencias de la realidad económica– y, al mismo tiempo, debe quedar claro que debemos exigirnos colectivamente que nadie tenga que jugarse la vida. Más allá de la remuneración, deben regularse los descansos, el abastecimiento de agua fresca, las protecciones solares, etc.
En este caso, se trataba de una contratación a través de una empresa de trabajo temporal (ETT), la firma Empleo Express, según la cual el trabajador había recibido la formación e información "necesarias" en materia de prevención de riesgos laborales, en coordinación con la empresa usuaria. La justicia deberá dirimir ahora el detalle de las circunstancias en las que se produjo todo lo rodeado por el deceso. Y ver qué responsabilidades se infieren.
Los campesinos han salido a defender su honorabilidad. Es verdad que no puede generalizarse. Tal y como dice Unió de Pagesos, la mayoría de agricultores "hacen las cosas bien". Conviene, por tanto, que todo el mundo las haga bien, si es necesario endureciendo los protocolos o haciendo más concreta la ley para afrontar los calores; también intensificando las inspecciones sobre el terreno. ¿Está la administración preparada y dispuesta a hacerlo? ¿O deberemos lamentar más tragedias? Claro que todo tiene derivadas económicas, tanto para los poderes públicos como para los campesinos particulares. Pero la vida de las personas, y en este caso de los trabajadores, pasa por delante.