"Aprendí las conjugaciones de los verbos yendo en bici por Oxford"

Henry Ettinghausen, lingüista, catalanista, hispanista y profesor emérito de la Universidad de Southampton

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Henry Ettinghausen, en el barrio de Maida Vale, en Londres, el pasado mes de julio.

El azar es un exceso de sentido, y una ruleta imprevisible con la que es mejor aliarse y no detenerla antes de tiempo. El azar ha gobernado la vida de Henry Ettinghausen, nacido en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, en un hospital del oeste de Londres. El azar nos ha reunido porque mencioné a su mujer, Mercè, en un artículo sobre la huella catalana en Cambridge y aunque él no lo leyó, alguien se lo comentó, y Henry deshizo el camino entre el texto y el autor hasta encontrarme, para agradecerme la referencia.

Mercè ya no está a su lado –murió en el 2020 tras 58 años de matrimonio; se casaron en Oxford el 29 de julio de 1962–, pero sí que queda su testimonio en dos libros que merecen mención: Sombras bajo un cielo radiante (2009, CCG Ediciones) y Media vida en Inglaterra (2020, Curbet Edicions) forman la historia de un doble exilio o, mejor dicho, la de un exilio y una aventura: el de la niña que tuvo que marcharse de Barcelona por los bombardeos de Franco de 1938 y el de la mujer atrevida que en 1956 decide –por una casualidad anterior– irse a Cambridge a estudiar inglés.

Me encuentro con Henry Ettinghausen en un pub de Maida Vale, uno de los barrios más acomodados de la ciudad, un día del verano robado de la capital británica: nubes, lluvia, el cielo que se desgaja y que se vuelve a tapar, un clásico. Debemos cambiar a un local de delante porque nos quieren matar de hambre y sed haciéndonos esperar. Pero nos podríamos haber encontrado en la Pera, en el Baix Empordà, en Cal Fuster, la casa que Henry y Mercè adquirieron a finales de los años 60, muy poco después de que llegara el agua corriente a la villa y empezara a cambiarla todo: "Fuimos los primeros extranjeros en comprar una casa en la Pera".

Mercè, claro, no era extranjera. Y Henry tampoco. Es un catalán de espíritu más europeo que inglés, y que navega como puede con los conflictos de identidad que provoca el extrañamiento. "Hasta este año que no he podido volver a votar en Reino Unido, me sentía un poco portugués. No he pedido la nacionalidad española porque estoy esperando a pedir la catalana". No es lo mismo, pero al menos le han agradecido los servicios prestados en el país, su cultura y su historia –tiene un montón de publicaciones, y un currículum que da envidia– con la Cruz de Sant Jordi, que recibió en 2003 de manos del presidente Pujol. Con su amigo Antoni Strubell, Henry, por ejemplo, formó parte de la Comisión de la Dignidad por el retorno de los papeles de Salamanca.

El 22 de abril del 2001, veintidós días después de jubilarse en Southampton, Mercè y él hacían la mudanza hacia Pera, "una decisión tomada muchos años antes". Todo ello, un viaje que empezó también por azar. Porque en verano de 1959 una amiga de ella la invitó a hacer punting –navegar por un río en una barca larga de fondo plano (punto en inglés) que se mueve empujando un palo largo contra el fondo– con un par de amigos y uno de ellos acabó presentándole a Henry. Mercè, profesora de catalán, castellano, francés e inglés, le enseñó la lengua, que habla de forma impecable con un acento tocado por la tramontana. "Aprendí las conjugaciones de los verbos catalanes yendo en bici por Oxford". Un método infalible, si nos fijamos en los resultados.

Hay muchos más azares en la vida de Henry: el abuelo, prisionero en Alemania durante la Primera Guerra Mundial; el hijo, Dídac, médico por suerte… Pero lo fundamental, lo que todo lo ata, es Mercè y la suya Media vida en Inglaterra.

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