¿Cuánto contamino mirando una serie de Netflix?

La huella de carbono digital parece invisible, pero también tiene impacto. Tomar conciencia de ello es el primer paso para minimizarla

Cristina Torra
y Cristina Torra

BarcelonaEl lunes por la mañana Anna teletrabaja. A las 8 h, pone en marcha el ordenador, repasa los correos y manda cuatro o cinco. A las 10 h tiene una videoconferencia que dura una hora. A las 11 h, por trabajo, visualiza un vídeo en YouTube, y a las 12 h vuelve a reunirse vía Zoom. Se calienta la comida en el fuego (no le gusta usar el microondas) y sigue trabajando de 15 h a 17 h contestando algunos correos. Cuando acaba de trabajar, va a buscar a los niños a la escuela a pie (hace tiempo que no tiene coche por responsabilidad medioambiental) y lo aprovecha para comprar en las tiendas del barrio fruta y verdura de proximidad y jabones y cremas a granel. Su pareja trabaja presencialmente, pero va a la oficina en bicicleta. Al atardecer, después de cenar, uno de los dos sale a lanzar el reciclaje y, después, miran un capítulo de una serie en Netflix. Consideran que son una familia responsable con el medio ambiente e intentan no hacer más daño al planeta. Con estas acciones quieren reducir el consumo energético, pero lo que no sabía la familia de Anna es que entre trabajo y ocio ha dejado una huella de carbono digital de la que no eran conscientes.

La huella de carbono digital es una manera de medir el impacto ambiental que generan las emisiones derivadas del uso de las tecnologías de la información y la comunicación, tanto de dispositivos (ordenadores, smartphones, televisiones conectadas a Internet, etc.) como de internet. “Es importante recordar un aspecto que a veces ignoramos: las tecnologías digitales utilizan electricidad y, a pesar de que su uso se puede considerar limpio, no lo es su producción”, explica Borja Martínez, investigador del grupo Wireless Networks (WINE), del Internet Interdisciplinary Institute (IN3) de la UOC. “Aunque vamos por buen camino, puesto que España batió su récord de producción con fuentes de energía renovable en 2020, superando el 45%, según Red Eléctrica Española, las centrales térmicas todavía tienen un gran peso en la generación de electricidad. Queman combustibles fósiles y emiten grandes cantidades de CO₂, y por eso, por desgracia, eléctrico hoy en día no significa limpio”, añade.

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El vídeo, lo más contaminante

El vídeo es lo que supone la mayor parte del tráfico de datos a internet. Hay estudios que sitúan el porcentaje alrededor del 66%, es decir, dos terceras partes del tráfico global. “La transmisión de imágenes requiere una gran cantidad de datos. Además, en el sistema digital hay tres fuentes principales de consumo: el dispositivo de visualización, el almacenamiento y las comunicaciones. El volumen de datos que requiere el vídeo penaliza el almacenamiento y la transmisión, por muy eficiente que sea el dispositivo”, detalla Martínez. Por eso es razonable atribuir al vídeo una buena parte del consumo energético. Otros estudios apuntan que el consumo de YouTube de un año es de diez millones de toneladas de CO₂, un volumen parecido al de la ciudad escocesa de Glasgow.

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De todos modos, para el investigador de la UOC, “no se puede buscar un único culpable, puesto que el volumen de datos que utilizamos es inmenso”. Primero fue el comercio digital y ahora el boom de las plataformas de streaming, pero “la digitalización se irá extendiendo a todos los sectores de la sociedad, desde la educación hasta la administración pública”, considera. Además, cree que “dar un valor concreto de lo que consume un mail o una película es un error, puesto que la realidad es que en conjunto consumimos mucho”, explica Martínez. Lo detalla así: “Si tengo mi smartphone encendido, indudablemente consume energía. Pero en el teléfono tengo abierto simultáneamente el Whatsapp, el Gmail, mi aplicación preferida y la apli que me cuenta los pasos que hago al día. Pero, si me llega un email nuevo, ¿qué parte de consumo puedo atribuir al mail y qué a todo el resto? Si no recibiera el correo, no podemos tener en cuenta que tengo el móvil apagado”, argumenta. Y añade: “Globalmente, internet (con los satélites, los routers wifi, las torres de telefonía 4G, etc.) siempre está encendido y consume energía. Por lo tanto, si yo individualmente decido renunciar a un correo electrónico no quiere decir que apague internet”.

¿Cómo reducimos la huella desde casa?

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Tenemos claro, y los datos lo avalan, que cada vez utilizamos más las pantallas, tanto para teletrabajar como para el ocio, pero no somos tan conscientes de que usándolas estamos contaminando como cuando conducimos un coche o generamos basura. “Es necesario que la toma de conciencia que poco a poco hemos ido incorporando al ámbito más físico de nuestra huella ambiental se traslade también a un consumo más responsable de las plataformas”, defiende la profesora y colaboradora de los estudios de ciencias de la información y de la comunicación de la UOC Elena Neira.

“No hacen falta actos heroicos”, considera Martínez, “hacen falta acciones a gran escala”. Y pone un ejemplo: “Utilizar ordenadores más eficientes tendría una enorme repercusión globalmente, puesto que hay millones de dispositivos conectados”. Su contaminación también depende del número de horas que están encendidos. Es decir, un móvil consume menos que un televisor de grandes dimensiones, pero el teléfono puede estar encendido las 24 horas del día y, en cambio, el televisor no. “Como nos enseñaron nuestros padres con las luces de casa, apagar los dispositivos cuando no se usan tendría que ser una práctica habitual”, pide el investigador. Él y su colega Xavier Vilajosana también recomiendan no activar la cámara en una videollamada, puesto que puede reducir la huella digital un 61%, o escuchar música sin reproducir los vídeos.

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Para acabar, para disminuir la contaminación digital, también hay que racionalizar el consumo de contenidos en línea. De momento, sin embargo, parece que vamos en sentido contrario: un estudio cifra en un 26% el incremento del vídeo a demanda en España durante el 2020, coincidiendo con la pandemia y el confinamiento, y las proyecciones se mantienen al alza en los próximos años. “La oferta cada vez es más abundante y la ficción está consolidando su reinado”, asegura Neira, que también opina que este tipo de contenido se ha convertido “en el momento de evasión después del trabajo que antes ocupaba la televisión”.

El papel de los centros de datos

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Más allá de lo que podemos hacer como individuos globalmente, está el papel importantísimo que juegan los centros de datos; estos edificios donde se alojan los sistemas de computación, incluyendo procesadores, discos duros, routers de comunicaciones, etc. Una empresa puede tener una pequeña escalera, pero los que sostienen los grandes gigantes de los datos son centros de dimensiones descomunales llamados hyperscale data centers. Hay pocos en cada continente. Amazon ha anunciado recientemente la creación de una infraestructura en Aragón y se sumará a las que ya existen en Frankfurt, Londres, París, Irlanda, Estocolmo y Milán. “Estos centros tienen un consumo de energía elevada y se estima que pueden necesitar la misma electricidad que un país de tamaño medio como España”, detalla Martínez apuntando a un estudio sobre este tema. “La medida de estos hyperscale data centers es solo un reflejo del volumen del consumo y de la economía global”, explica.

De todos modos, también dice que las empresas que dominan el mercado mundial de la nube (Google, Amazon y Microsoft) “están muy comprometidas con la reducción de su impacto y hacen fuertes inversiones en energías renovables.” Martínez también explica que los centros modernos “son mucho más sostenibles que las de generaciones anteriores por el uso de procesadores más eficientes y también por la mejora en los sistemas de refrigeración. Hay datos que apuntan que la capacidad de cómputo de la nube se habría multiplicado por cinco entre el 2010 y el 2018, pero el consumo energético asociado solo lo habría hecho un 6%”.