La pandemia ha sacado de los márgenes las teorías conspirativas y las ha colocado en el centro del debate. Conozcamos cómo funcionan y cuáles son las más populares
El año y medio que llevamos desde la llegada del coronavirus ha adobado el terreno de las teorías conspirativas. Las explicaciones alrededor del origen, propagación, gravedad y curación del covid-19 han traído un tipo de edad de oro para los conspiranoicos, que han conseguido abandonar el papel marginal al que estaban acostumbrados para pasar a estar en el centro del debate en alguno de los peores momentos de la crisis. El paradigma ha cambiado y si hasta hace nada era impensable tomarse en consideración según qué teorías absolutamente irracionales, hoy en día cualquiera de nuestros vecinos podría ser alguien que asegura que con cada vacuna nos inyectan un microchip.
Pero las teorías de la conspiración existen desde siempre. Lo que pasa es que han mutado en cuanto a su forma, difusión y seguimiento. En la red hay un torrente incontrolable de información que da acceso a explicaciones alternativas, ahora más modernas pero que mantienen intacto el espíritu primario del complot tradicional: todo pasa por alguna razón y nos están escondiendo la verdad.
Sociedades secretas
La idea más recurrente en la mayoría de las teorías conspirativas es que los poderosos deciden nuestro devenir a través de grupos secretos, una especie de hermandades. El argumento no aparece de la nada, puesto que sociedades secretas, al estilo de los masones, ha habido siempre, por no hablar de los grupos como el Club Bilderberg. El problema, en cuanto a la veracidad de algunas teorías, es que las explicaciones que dan van más allá de lo que es razonable. En este sentido, una de las teorías más populares y rocambolescas es la de los Reptilians, que asegura que un tipo de hombres lagartija con apariencia humana controlan los hilos de la economía y política internacional. Es un despropósito sin ninguna prueba, pero con una búsqueda simple en internet nos encontramos centenares de entradas que aseguran la existencia de estos extraterrestres con apariencia humana dirigiendo el mundo.
En cuanto a la dominación planetaria, no hay ninguna teoría con tantos seguidores como la que cree en el inmenso poder de los Illuminati. Según esta teoría, este grupo formado en el siglo XVIII nació para promover una especie de nuevo orden mundial y entre ellos había gente poderosa. Pero sus seguidores aseguran que actualmente, en pleno 2021, el grupo continúa existiendo y militan personajes tan dispares como el papa Francisco, Barack Obama, Jay Z o la reina de Inglaterra y que entre todos dirigen el mundo en reuniones secretas. Una teoría que ya cuesta más de creer.
En los últimos años hay dos figuras que aparecen repetidas en las conspiraciones alrededor de malvados que quieren dominar la economía y política mundial. Por un lado, Bill Gates –visto con recelo por su filantropía y su programa de donaciones– y, por el otro, George Soros –el multimillonario norteamericano de ideología liberal que se ha hecho famoso por pedir un mundo más justo–. Con los dos personajes, los seguidores de la teoría de la conspiración repiten la misma cuestión: "No nos vale lo que dicen, queremos saber la verdad".
"A mí no me engañan"
Si miramos al cielo por la noche podremos observar los muchos satélites artificiales que orbitan la tierra, enviando información meteorológica e imágenes del planeta diariamente. Pues, según algunos conspiranoicos, los satélites son parte de una gran mentira: aunque la enseñen esférica, la tierra es plana. Seguramente es la teoría alternativa más popular y longeva de todos los tiempos, sustentada en el hecho que durante muchos siglos fue una versión bastante habitual. El movimiento terraplanista defiende que esto es un montaje de los poderes fácticos, con colaboración de la comunidad científica, para negar la existencia de Dios. En pleno 2021 todavía se encuentra muchísima información y filiación en este colectivo, que en el Estado cuenta incluso con un youtuber , Oliver Ibáñez, con más de medio millón de seguidores. El terraplanismo es un ejemplo ideal para entender el funcionamiento de las teorías conspirativas: se buscan versiones alternativas a hechos que son complejos de explicar. Se vende la idea de que el poder quiere que nos creamos unos hechos, pero seguro que hay otras explicaciones que no les interesa que sepamos.
Otra teoría muy popular es que el Apolo XI no llegó nunca a la Luna: las imágenes que emitieron los Estados Unidos fueron un fraude de la NASA y se grabaron en un plató de cine con asesoramiento de Stanley Kubrick. ¿Argumentos? En primer lugar: la bandera que se ve en las imágenes no tendría que ondear, porque en la Luna no hace viento. En segundo lugar: no se ven estrellas y también aseguran que las sombras de los astronautas no son paralelas. Todas estas acusaciones se han refutado científicamente, pero da igual, los negacionistas van apareciendo regularmente con algunos miembros destacados como el ex portero madridista Iker Casillas, que hace poco tuiteó que no creía que el hombre hubiera llegado a pisar la Luna.
Este tipo de conspiración se centra en refutar una versión oficial. Algunas buscan el desprestigio, como la teoría que el sida fue una creación de la industria farmacéutica con la ayuda de la CIA, y hay otras que directamente provocan una sonora carcajada, como que la nieve caída en Madrid durante la gran nevada del Filomena era plástico.
Este muerto está muy vivo
Hay conspiraciones desagradables que afectan nuestras vidas, como la de QAnon, promovida por la extrema derecha norteamericana. Todavía hoy defienden que hay un grupo secreto controlado por el partido demócrata, actores de Hollywood y funcionarios de alto rango que promueve una red internacional de tráfico sexual de criaturas y cometen actos pedófilos. Estas teorías fueron alentadas por Donald Trump y en la salvaje ocupación del Capitolio, a principios de 2021, se encontraron seguidores de este movimiento.
También hay otras teorías con idéntica falta de rigor e igual de sesgadas, pero como mínimo no hacen daño a nadie. Es el caso de las teorías sobre la muerte y la vida de algunos personajes públicos, especialmente artistas. Algunos ejemplos: Elvis Presley habría simulado su muerte para irse a vivir tranquilamente a las islas de Hawai. Paul McCartney murió antes de publicar Abbey Road, por eso es el único que aparece descalzo y con un pitillo en la portada del disco. Avril Lavigne hace años que murió y es una doble la que sube al escenario. Las teorías de los dobles tienen bastante seguidores, si no que le pregunten a Pepa Flores, que también tuvo que asegurar que no había dos Marisoles para estar en más de un lugar a la misma hora.
El papel de los famosos
La hegemonía de las redes sociales como vehículo de transmisión y de relación entre las celebridades y sus seguidores también ha desembocado en un nuevo fenómeno: los líderes de opinión conspiranoicos son hoy gente muy popular y con una gran capacidad de influencia. Es el caso de la estrella de la NBA Kyrie Irving, terraplanista y antivacunas (actualmente está apartado de su equipo por no seguir el protocolo sanitario que marca la liga), o la actriz Letitia Wright (Black panther), que ha topado con la negativa de Disney que no deja trabajar en los rodajes a quien no está vacunado. Wright ya había compartido algún enlace antivacunas en su cuenta de Twitter, opiniones rechazadas por sus seguidores y que contestó de este modo: "Si no te conformas con las opiniones predominantes, sino que haces preguntas y piensas por ti mismo... te cancelan".
En el estado español es famoso el caso de Miguel Bosé, que ha defendido la teoría de la plandemia, también coincidiendo con el cantante Enrique Bunbury, que en una entrevista en la revista GQ se mostró contrario a la figura de Bill Gates y a la vacuna del covid.
"Los conspiranoicos se declaran en rebeldía contra la versión oficial"
Periodista y crítico de cine, Noel Ceballos acaba de publicar El pensamiento conspiranoico (Arpa), un ensayo en el que desgrana cómo funcionan algunas de las teorías conspirativas más populares del mundo y sus seguidores.
Explicas en tu libro que lo primero que necesita toda conspiración es una narrativa alternativa a la oficial.
Totalmente. Estas narrativas se acostumbran a crear siempre del mismo modo, con una mezcla de datos reales y rumores que normalmente son mentira. El resultado es una visión de los hechos diferente de la aceptada, más fascinante y simplista que la real. Un ejemplo son las acusaciones hacia Bill Gates respecto a la pandemia: buscan a un malvado y así simplifican unas causas muy complejas y que todavía están por determinar, como es todo lo que ha rodeado el coronavirus.
¿La base es creer que se nos esconde la verdad?
Los conspiranoicos se declaran en rebeldía contra la versión oficial porque tienen una desconfianza absoluta en el mundo en el que vivimos, demasiado complejo y caótico. A veces es más tranquilizador pensar que detrás de cada hecho hay un plan en lugar de asumir que estamos en manos del azar.
Entonces hace falta el combustible que la haga salir a la luz.
La pandemia lo ha sido. La historia ha pasado por un gran número de hechos traumáticos que provocan un choque y que exigen una explicación inmediata; la diferencia es que ahora se extienden rapidísimo. Con las redes sociales el fake news llega a mucha gente de manera instantánea.
¿Cuál es el perfil de gente que cree en las conspiraciones?
Son personas que están en un momento en el que sospechan de todo. Tienen una especie de sentimiento de comunidad muy fuerte: no se creen más listos que los demás, pero están profundamente orgullosos de haber cambiado de lado, de ver más allá de la superficie.
¿Hay alguien que saca beneficio de estas teorías?
Sí, pasa cuando son teorías instrumentalizadas por políticos. En los Estados Unidos se ha visto muy claramente con el Partido Republicano haciendo guiños a QAnon. Los hacían porque no querían perder un sector grande de votantes, por muy radicales que fueran. El mismo Trump alimentó sus teorías desde su cuenta de Twitter. Cuando estas teorías, que salen de manera más o menos espontánea, son aprovechadas por ciertos movimientos políticos es cuando se vuelven más peligrosas.
Cuando pensamos en conspiraciones hay algunas inofensivas, como que Elvis está vivo, pero hay otras que parecen esconder muchos intereses.
No todas las conspiraciones tienen que ver con un plan para dominar el planeta. Hay algunas más de poca monta y que acaban siendo inofensivas y divertidas. El problema es cuando chocan con la realidad, como es el caso de la vacuna del covid; entonces una teoría de la conspiración pasa a la esfera real. El Holocausto vino, en parte, por una teoría de la conspiración antisemita que se fue arrastrando durante siglos y que acabó formando parte del pensamiento formal de los nazis.
¿Cómo tenemos que tratar con la gente que cree en esto? Estamos en un momento en el que cualquiera puede apuntarse a una teoría de estas.
Los conspiranoicos se han multiplicado y pueden ser nuestros amigos, familiares o vecinos. Es un tema delicado que no tiene una respuesta única, pero creo que es importante combatir su dogmatismo. Diría que la mejor manera de tratar es consiguiendo que se hagan preguntas, siempre sin intentar imponer tu versión de los hechos. Es difícil de conseguir, porque cuando hablas con un conspiranoico tienes que pensar que estamos en un momento en que incluso los datos son opinables, en cambio las creencias siguen siendo sagradas. Estas teorías son sus sentimientos sobre la realidad, y esto es muy difícil de cambiar.