"Hay que caminar como un camello, que 'rumia' al tiempo que camina"
Descubrimos uno de los textos más bonitos de Henry David Thoreau, donde habla sobre el arte de hacer camino como una forma de abrir el alma
Barcelona"Quiero decir unas palabras a favor de la naturaleza, de la libertad absoluta y del estado salvaje". Así es como comienza uno de los textos más inspiradores del filósofo y naturalista Henry David Thoreau (1817-1862). Bajo el título de Caminar, el autor estadounidense, conocido sobre todo por su libro Walden o la vida en los bosques, expone su filosofía de caminar como la manera más intensa de desvelar los sentidos y el alma humana.
Antes de continuar, hay que entender cómo, tal y como explica Rebecca Solnit en el ensayo Wanderlust. Una historia del andar, no es hasta el siglo XVIII que la aristocracia puede permitirse el lujo de pasear por placer. Hasta entonces, todo el mundo caminaba, pero para trabajar, cazar o huir.
Siglos más tarde, Thoreau reivindica que andar nos permite reencontrar la comunión ancestral, cada vez más perdida, con la naturaleza. Una filosofía que quizás hoy ya es muy conocida, pero hay que tener en cuenta que su texto fue publicado en 1862 y que entonces se difundía en forma de conferencia. Era toda una revolución que, ya entonces, a él le obsesionara la desconexión que existía entre el hombre y la naturaleza.
En la edición catalana de Angle Editorial, publicada en 2017, la traductora y autora de la introducción, Marina Espasa, explica que, para Thoreau, caminar supone una doble invitación: a utilizar las piernas y a reflexionar. También a desconectar del mundo: “Estoy convencido de que no puedo estar sano ni de buen humor si no paso un mínimo de cuatro horas diarias –y normalmente son más– errando por los bosques, las colinas y los campos, del todo libre de las obligaciones mundanas”, escribe Thoreau en el ensayo.
Naturaleza salvaje
“Para él, andar, dar paseos o salir a estirar las piernas no era un ejercicio cualquiera, ni la actividad saludable que los médicos del siglo XXI recomiendan a los enfermos de sedentarismo. Caminar, en el sentido profundo que le da el escritor norteamericano, es dirigirnos a los bosques salvajes que la mano del hombre todavía no ha podido domesticar y buscar allí lo que hemos perdido como especie a base de hacer cultos y civilizados: el instinto, el pensamiento elevado, el heroísmo y la libertad”, escribe Espasa.
En otras palabras, andar, para Thoreau, es una actividad reflexiva y espiritual que nos libera la mente y nos ayuda a descubrirnos a nosotros mismos. Y lo más importante: nos invita a conectarnos de nuevo con la naturaleza, a abandonar los negocios, preocupaciones y ataduras para ponernos en camino.
El autor incluso va un poco más allá y nos anima a "no tener una casa concreta, pero sentirse como en casa en todas partes". En este sentido, habla sobre el sauntering, que Thoreau describe como “las personas desempleadas que erraban por el país, en la edad media, y pedían limosna con el pretexto de querer ir hacia la sainte terre”. Sin embargo, algunos nunca llegaban y se convertían en vagabundos sin tierra, pero que se sentían en casa en todas partes. “Quien no sale de casa quizá sea el más vagabundo de todos. Pero el saunterer, en el buen sentido, es tan vagabundo como un río que serpentea para buscar con diligencia el trayecto más corto hasta el mar”, escribe el ensayista.
Caminar en soledad
El suyo es un canto de amor por el estado salvaje, a pesar de un parque o jardín civilizado. Lo expresa a lo largo del ensayo: “Hay que andar como un camello, porque es el animal que rumia al tiempo que camina, y deben evitarse siempre las zonas más pobladas y densas, huir de los caminos trazados y de los pueblos y ciudades grandes, que no son otra cosa que una aglomeración de personas obsesionadas en hacerse ricas, triunfar o acumular propiedades”.
En pleno siglo XIX, hablar de los peligros de la domesticación del paisaje es ser muy avanzado, expresa Espada en la introducción, donde aprovecha para repasar a otros autores que coinciden con Thoreau. Es el caso de William Hazlitt (1778-1830), con el ensayo Ir de viaje, donde defiende salir a caminar en soledad para poder abrir la mente y expandirse. Para él, el acto físico de caminar nos conecta con el cuerpo y nos demuestra lo limitados que son nuestros pensamientos.
En la misma línea, el ensayo Excursiones a pie de Robert Louis Stevenson (1850-1894), que se publica junto con el de Hazlitt, se centra en el placer de andar en solitario: “Esforzarse, andar muchas horas, extenuarse y entonces llegar a algún sitio, encontrar calentamiento del fuego, de un plato caliente y una buena pipa”, escribe Espasa. Stevenson asegura que el verdadero paseante es aquél que se mantiene siempre alerta y abierto a los regalos que el camino le pueda ofrecer.
Quizás uno de los secretos del caminar es que nos implica vivir la vida a un ritmo ya una escala humana. Caminar tiene un límite físico, el de la resistencia de nuestro cuerpo, pero nos permite expandir el alma hasta límites insospechados.