Cuerpo y mente

"A menudo no son las grandes catástrofes las que nos hacen caer, sino los pequeños desgastes diarios"

Hablamos con la divulgadora y experta en salud emocional Elsa Punset sobre su nuevo libro 'Alas para volar'

10/11/2025

BarcelonaUn día de verano, Elsa se encontró delante de su casa un pequeño gorrión que acababa de caer del nido. A pesar de su fragilidad, ese pájaro mostraba una fuerza y ​​un instinto natural para sobrevivir que la conmovió. Ella, que también se encontraba en un momento de transición y recuperación, decidió cuidarlo hasta que pudiera valerse por sí mismo.

Durante todo ese proceso, se empezó a preguntar cómo es que los humanos hemos perdido la capacidad de amar y cuidar el planeta. "La desconexión y el aislamiento en el que vivimos nos ha ido enajenando del mundo, y esto se refleja en los grandes problemas de salud mental y emocional que sufrimos", explica Elsa Punset, divulgadora y experta en crecimiento personal que acaba de publicar el libro Alas para volar (Destino, 2025).

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"Nacemos con una gran capacidad para la alegría y la curiosidad, pero la vida es difícil y pronto llegan las decepciones, las pérdidas, las heridas y la dificultad para entender lo que nos pasa", explica Punset, quien en el libro intenta exponer las cicatrices que nos deja la infancia, la soledad, los amores averiados, el miedo a otros sin ser correspondido.

"En los primeros años de vida, aprendemos cómo amar, cómo discutir, cómo sobrevivir. Esto se graba a sangre y fuego en nuestro cerebro", continúa la autora. Ser adulto, por el contrario, consiste en comprender lo que heredamos y escoger qué queremos conservar y qué transformar. "Todos los grandes psicoterapeutas como Freud, Jung o Fromm describen el mismo recorrido en tres etapas: de niños adoramos a nuestros padres, de adolescentes les juzgamos, de adultos los comprendemos y perdonamos", apunta Punset, quien asegura que uno no es adulto hasta que no ha hecho este trabajo.

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Empezar de nuevo

De hecho considera que nuestra vida consiste en dos actos: la primera parte son todos los años que pasamos intentando cumplir con las expectativas de los padres, de la sociedad o de la imagen que tenemos de nosotros mismos. Una primera parte que acostumbra a ser, según Punset, "un error gigante e inevitable". La segunda parte, después de haber hecho un buen tropiezo, es cuando verdaderamente descubrimos quiénes somos y qué queremos. "Es cuando ya no buscas aprobación, sino verdad. Y no es un momento cronológico concreto, sino psicológico", prosigue. Es decir, puedes tener veinticinco años y llegar, o tener ochenta y cinco y todavía no haber llegado. Para saber si estás en esta fase, según Punset, debemos hacernos preguntas como: "¿Qué deseo de verdad? ¿Dónde necesito crecer? ¿A qué miedo debo enfrentarme? ¿Qué precio pagaré si no me atrevo a volar?"

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El caso es que cada uno de nosotros lleva dentro la necesidad de saber quién es, pese a las dificultades y limitaciones. Pero, para llegar a esta etapa de crecimiento, se ha podido dar respuesta a otras necesidades más básicas, como las relacionadas con el cuerpo y el ego. "El psicólogo Abraham Maslow observó que las personas que están en este proceso suelen aceptar la realidad tal y como es, viven más en el presente y necesitan momentos de soledad y silencio", explica Punset.

Son personas que no buscan tanto la aprobación externa ni el control, y son capaces de amar sin depender. Además, "tienen un sentido del humor amable, una mirada compasiva y un deseo profundo de contribuir al mundo", añade. Sin embargo, eso no quiere decir que esta persona llegue a ser perfecta ni deje de tener contradicciones: "Como dice el psicólogo Daniel Gilbert, los humanos somos un trabajo en progreso que, de forma errónea, creemos que está terminada", apunta.

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Salir del ruido

El problema que tenemos a la hora de llegar a ese punto de maduración personal es, según la autora, que vivimos en la "sociedad de la distracción". Nos movemos por un entorno tan ruidoso que nos cuesta escuchar y reconocer claramente cómo nos sentimos. Por eso, recomienda intentar estar alerta a todas las banderas rojas que pueden avisarnos de que algo no va bien: el cansancio persistente, la pérdida de la ilusión, la irritabilidad, la falta de curiosidad o creatividad, las palabras que nos dicen, pero que no escuchamos o no queremos aceptar, o indicios de que pasamos por alto de personas.

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"Necesitamos silencio interior para poder oír estas señales: un paseo, una tarde sin móvil, un rato de soledad. Cuando hacemos este espacio, la brújula se reajusta sola. No es que la vida no nos hable, es que estamos demasiado distraídos para escucharla", remarca Punset. El cuerpo siempre nos habla, la mente nunca miente. "Si un caso, la mente nos enreda y nos justifica cualquier cosa, pero el cuerpo habla claro: ese nudo en el estómago, el insomnio o la incomodidad son señales que nos guían", remarca.

Muy a menudo no son las grandes catástrofes las que nos derriban, sino los pequeños desgastes diarios, continúa Punset. "No es necesariamente la falta de amor, ni de salud ni de trabajo lo que más nos asfixia, sino la falta de posibilidad, la sensación de que nuestra vida se ha ido empequeñeciendo con los años", matiza.

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En estos casos, la autora cree que lo que más necesitamos es recuperar la capacidad de imaginar. "La imaginación es una forma de esperanza: nos permite visualizar una vida diferente, más amplia y viva. Nos invita a ponernos a trabajar para cambiar cosas concretas", prosigue. Un simple gesto como preguntarse cómo sería tu día perfecto ya es abrir una rendija por la que dejar entrar la luz.

Finalmente, Punset recuerda, tal y como experimentó mientras cuidaba el gorrión, que cosas como la alegría, la ternura y la conexión con la naturaleza y los demás nos ayudan a poder reanudar el vuelo. "Tener alas para volar significa aprender a empezar de nuevo, una y otra vez, sin perder la esperanza y la alegría que teníamos de niños", concluye.