Pepa Plana: "Yo era francesa, como la mitad de mi familia"
La payasa recuerda los veranos que iba a lo que le parecía "la otra punta de mundo" para visitar a la familia paterna, Francia
BarcelonaEl verano es el momento del año en el que todo se detiene bastante para la payasa Pepa Plana. Raramente está de gira o ensayando un espectáculo, aunque participa en algún festival o formación, como la que realizará este agosto en Galicia. "Nunca tengo dos veranos iguales, pero tampoco dos inviernos". Dice que tiene la suerte de viajar trabajando, que para ella es la mejor forma de hacerlo. Va a donde esté, trabaja, conoce la verdad de las personas que la invitan, la llevan a sus lugares preferidos y comparten su entorno. "Tengo el privilegio de conocer los lugares acompañada de la gente que vive allí. Además, no te sientes tan hormiga destructora como si vas por tu cuenta. Hay un intercambio, aporto mi trabajo".
Entre todos estos veranos diferentes, a la hora de elegir uno se queda con los que se marchaba a Francia con la familia. Hasta los diez años estaban unos quince o veinte días visitando a la familia del padre: "Siendo una niña, pensaba que íbamos a la otra punta del mundo, estaba lejos". El viaje estaba en un Seat 124 desde Valls hasta Canet de Rosselló, junto a Perpiñán.
De esos años le ha quedado el miedo a atravesar fronteras, "miedos primarios", dice. Su padre es un hombre sereno que se agobiaba cuando llegaban a la frontera: "Era un momento de estrés, quizá por los pasaportes, la hostilidad o el cambio de monedas. Para mí, las fronteras son todavía un lugar hostil, conecto con una memoria primaria", explica.
Allí estaban con el abuelo paterno, los tíos de Francia, las tías de Francia, las primas de Francia… "Todo era de Francia y hablaban francés, aunque el abuelo lo hablaba todo mal. Hablaba francés y no lo entendías, pero cuando hablaba catalán, tampoco", recuerda sonriendo. Pepa no se cuestionaba por qué vivían allí, lo asumía con normalidad y automáticamente quería ser francesa. "Yo era francesa como la mitad de mi familia", dice. Tenía tantas ganas de comunicarse con las primas, Céline y Nathalie, que aprendió francés muy rápido. Aún ahora sigue manteniendo el vínculo con la familia y, sobre todo, sigue teniendo un vínculo especial con el país, es un lugar que le siente suyo.
Nadie le explicaba por qué el abuelo era francés. No fue hasta la adolescencia que empezó a preguntar. Entonces supo que era un exiliado de guerra y que el abuelo no iba a volver. La abuela, a la que nunca conoció (le habría encantado), había sido miliciana, ambos eran anarquistas. El abuelo prefería ser extranjero a una república que volver con una monarquía. "Se hartó de sufrir, pero era noble, coherente y sabio. Me supo mal no haberlo disfrutado más", reconoce.