Urbanismo

El barrio humilde de Girona con vivienda protegida, espacios verdes e iglesia a rebosar que espera el nuevo Hospital Trueta

Can Gibert del Pla, con 79 culturas diferentes, va a contracorriente: llena las misas y las actividades de calle

Uno de los murales del Festival Monar'T que se celebra cada año desde 2019 en el barrio de Can Gibert del Pla, decorando los edificios del barrio.
29/05/2025
6 min

Can Gibert del Pla (Girona)Can Gibert del Pla es un barrio humilde de Girona con vecinos de 79 culturas diferentes que evoluciona positivamente a contracorriente: tiene bastante vivienda protegida, espacios verdes, equipamientos públicos, una asociación de vecinos dinámica y una iglesia que se llena a rebosar gracias a la fe granítica de la comunidad latinoamericana. Ahora, además, tendrá cerca y compartido con Salt el Campus de Salud, que integra el nuevo Hospital Josep Trueta y las facultades de medicina y enfermería. Los vecinos de este barrio, encajado entre el río Güell y el paseo de Olot, creen que este nuevo espacio de salud, docencia e investigación dotará a la zona de una nueva centralidad, aunque no quieren que la contrapartida urbanística del equipamiento se coma el parque Jordi Vilamitjana, un gran pulmón verde que les conecta con Salt.

De la barraca al pisito

Cristóbal Tarifa, presidente de la infatigable Asociación de Vecinos de Can Gibert del Pla, llegó de Granada con 9 años y ha ido prosperando desde que su familia tuvo que malvivir en una de las chabolas del castillo de Montjuïc, ahora uno de los barrios más acomodados de Girona. Montjuïc llegó a acoger a más de 2.000 chabolistas en las miserables viviendas de autoconstrucción apeadas en los muros del castillo. "Teníamos que cargar el agua desde abajo, vivíamos en una pobreza total. Éramos inmigrantes venidos de Granada, Murcia o Extremadura, de pueblos como Usagre o La Granja", recuerda Tarifa. Cuando los expulsaron de Montjuïc para empezar una urbanización acomodada, pasaron por los llamados Albergues Provisionales (con techos de uralita), hasta que en 1969 se pudieron comprar un piso en Can Gibert del Pla. Es una historia similar a la de muchos de los primeros habitantes del barrio, que también provenían de las barracas de Torre Gironella o fueron llegando desde las provincias españolas más depauperadas.

Miembros de la Asociación de Vecinos de Can Gibert del Pla, con Cristóbal Tarifa, sentado en lo alto de la escalera.

"He prosperado, he tenido oportunidades de marcharme, pero no lo haré. Aquí estamos bien, hay un espíritu de comunidad y no tenemos grandes conflictos", admite el presidente de la asociación vecinal desde hace 4 años y miembro de la junta desde hace 20. El motor de la asociación, quizá la más activa, quizás la más activa de los jóvenes. Aparte de los actos tradicionales, en cada estación del año montan una fiesta. Este fin de semana han celebrado los 50 años de la asociación vecinal con actuaciones musicales y una exposición de fotos de Carlos Palacio (que ilustran parte de este reportaje), coorganizada con la Comunalidad del Güell. En la lista de agravios de la asociación al ayuntamiento, sin embargo, se encuentra el mantenimiento de los patios interiores de uso público, una mejor poda del arbolado, la gestión de la basura (extensible en buena parte de la ciudad) y la preservación del parque Jordi Vilamitjana.

Las direcciones sabidas de la droga

También reclaman una actuación decidida contra el tráfico de drogas. Tarifa, como otros muchos vecinos, menciona los números concretos de las calles Güell y Puigneulós donde se trafica desde hace demasiado tiempo. "Todos los conocemos, pero parece que no hay nada que hacer", lamenta Tarifa.

Los 8.500 habitantes del barrio disfrutan, además, de numerosas zonas verdes y avenidas arboladas, de muchos equipamientos públicos: centros escolares, CAP, piscina, pabellón, campo de fútbol y la iglesia de Santa Eugenia de Ter, que, a diferencia de otros centros de culto, no ha perdido el profundo. Quien mantiene en pie la fe es la comunidad latinoamericana (hondureños y dominicanos, sobre todo), la más numerosa del barrio ya la que la asociación de vecinos atribuye un excesivo cierre. "Hacen su clan y sus fiestas. A menudo colaboramos con ellos, pero les pedimos reciprocidad. Creemos que poco a poco se irán abriendo, sobre todo los jóvenes", argumenta Tarifa.

La misa del domingo de la comunidad latinoamericana en la iglesia de Santa Eugenia de Ter, del barrio de Can Gibert del Pla de Girona.

Misas en catalán y castellano

El domingo a las 10 de la mañana, los cánticos de la iglesia de Santa Eugenia de Ter se sienten desde la calle. El templo está lleno hasta los topes. la otra está más vacía y son ancianos". El cura explica que la comunidad latinoamericana "tiene espíritu comunitario, pero entre ellos. Les cuesta integrarse y hacer el esfuerzo de entender y hablar el catalán". Sin embargo, cree que lo acabarán haciendo. "El futuro es de los hijos, que no tienen la separación de la lengua que se van a tener nosotros".

Josep Maria Camprubí en el despacho parroquial de la iglesia de Santa Eugenia de Ter, en el barrio de Can Gibert del Pla.

Sobre la posibilidad de hacer misas bilingües, Camprubí explica: "Por Pascua o Navidad hacemos una sola celebración. Tratamos de respetar sus costumbres y lo van entendiendo, pero la verdad es que les cuesta. Quienes no lo entienden se van al Sagrat Cor de Girona, donde lo hacen todo en castellano". El párroco cree que se debe trabajar con paciencia y humildad. "No debemos soñar con las glorias del pasado, cuando la Iglesia era hegemónica, sino trabajar en el presente desde abajo". Tienen tres locales que ofrecen soporte extraescolar. "Tenemos 17 educadores y por las tardes acogemos a unos 120 chavales. Hacemos lo que no pueden hacer sus padres: les damos merienda, les ayudamos con los deberes y realizan actividades deportivas. El ADN de los salesianos es la juventud", explica el párroco. La iglesia de Santa Eugenia de Ter, con 4 curas, también tiene buena relación con los evangélicos, a los que ceden un espacio para dejar a los niños mientras van a su misa, pero poca con los musulmanes, que constituyen la tercera comunidad religiosa.

Catalanes de pura cepa escondidos

Concepció Triola, vecina del barrio desde hace 52 años, advierte que los catalanes de pura cepa han quedado algo "escondidos" con las oleadas migratorias que ha ido recibiendo el barrio. "Es un barrio muy bonito, con una asociación de vecinos que no para, y yo solo espero que el nuevo Trueta sirva para poner mayor vigilancia y control". Triola se espera frente a la iglesia porque la coral del barrio participa en la sesión catalana de la misa. Hoy es un día especial y quizás los de la misa en catalán se acerquen al número de fieles latinoamericanos que ahora vacían la primera sesión. El cura que ha oficiado la primera misa les da la mano uno por uno a la salida mientras reciben la hoja dominical y una estampita de la Virgen. Muchos de ellos le muestran una complicidad que debe ser la base para esa integración futura.

Una vecina cuida un huerto urbano del Paseo San Sebastián, en el barrio de Can Gibert del Pla.

Josep Carrillo, miembro de la coral de Quart, también ha regresado hoy a su antiguo barrio. Vino a vivir con 17 años cuando su padre, que era funcionario, compró uno de los pisos promovidos por el Patronato de la Santa Cruz de la Selva, una fundación de origen religioso que desde los años 60 promueve vivienda social en la zona. Explica que las facilidades de pago de estos pisos, que son el origen del barrio, permitieron a muchas familias trabajadoras tener la primera vivienda en propiedad.

Cándida Rosa Martínez y Jessi Madariaga, en primera línea, del grupo del Rosario de la comunidad latinoamericana de Can Gibert del Pla.

La religión les une

Cándida Rosa Martínez, hondureña y portavoz de un grupo que se llama del Rosario, reconoce a la salida de la iglesia que "la religión es lo que nos une". Asegura que su grupo está abierto a todo el mundo, pero también admite que les cuesta relacionarse con otras comunidades del barrio. Lleva años viviendo en Can Gibert del Pla, pero no habla catalán. Está contenta con los curas "entregados" y el trabajo y actividades que realizan con los jóvenes. "La Iglesia ayuda mucho. Todo el que tiene una necesidad, lo pide y se le encuentran cosas. También a nuestro grupo del Rosario nos ayudamos: desde un colchón hasta un piso para dormir o un posible trabajo". Jessi Madariaga, también miembro del grupo del Rosario, explica: "Vivo más la misa en castellano". Reconoce que no siente la necesidad de hablar el catalán porque no es el idioma de la calle, pero advierte que hay "señoras catalanas" tanto en las misas de los latinoamericanos como en el grupo del Rosario.

Jóvenes en el skatepark del parque Jordi Vilamitjana, que resultaría afectado por el proyecto del nuevo hospital Trueta.

Polémica por un parque

Los vecinos ven con buenos ojos el proyecto del nuevo Hospital Trueta, pero quieren evitar a toda costa que sea a expensas del parque Jordi Vilamitjana, una extensión de más de 25.000 metros cuadrados de zona verde con muchos árboles que hacen sombra, un skatepark, un espacio de juegos infantiles y un pipicán. "Queremos la Ciudad de la Salud, pero no que nos tomen el parque para construir pisos. No nos parece justo que expropien el parque para darlo como contrapartida a los propietarios de los terrenos a los que va el hospital y que puedan hacer pisos en nuestro pulmón verde", asegura Cristóbal Tarifa. No les convence tampoco la zona verde que el ayuntamiento les ofrece a cambio. "Es una zona inundable y los árboles tardarían 20 o 30 años en hacer sombra", concluye.

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