Terremoto en Marruecos

Ali Lmrabet: "El terremoto ha demostrado que Marruecos es un barco sin capitán"

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El periodista marroquí afincado en Barcelona Ali Lmrabet.

BarcelonaAli Lmrabet (Tetuán, 1959) es un periodista marroquí exiliado en Barcelona con una larga trayectoria crítica con el régimen de Mohamed VI. Le clausuraron tres revistas y le prohibieron ejercer en el país, pero no ha dejado de hacerse escuchar, en las redes sociales y colaborando con medios internacionales.

¿Cree que la gestión del terremoto le puede pasar factura a Mohamed VI?

— Hace mucho tiempo que algunos denunciamos que el estado marroquí está más capacitado para controlar a la gente que para ayudarla. Si se reúnen cinco personas en la calle para protestar, rápidamente llegan 500 policías, y ahora ya hemos visto cómo han sido incapaces de responder rápidamente a una situación de emergencia. El problema es que vivimos en una monarquía absoluta, en la que todo depende del rey. Y cuando él no está todo se atasca. Desde hace cuatro años, el gobierno no pinta nada, pese a los cambios constitucionales que se realizaron en el 2011. Por eso cuando se produjo el terremoto, ningún ministro ni ninguna autoridad salió a hablar. Todo quedó detenido a la espera de que el rey, que estaba en París, volviera. El terremoto ha demostrado al mundo que Marruecos es un barco sin capitán.

¿Por qué?

— El rey quiere mantener todos sus privilegios, pero la responsabilidad de la acción de gobierno la ha delegado en otras personas, a las que tampoco deja hablar. Es una monarquía absoluta en la que nadie puede mover un dedo sin el permiso del rey. Un día u otro esto acabará, pero no sabemos cuándo será. Será cuando se llegue al límite de la capacidad de resiliencia de la gente de Marruecos. Hace muchos años que sentimos que estallará una revuelta para acabar con la monarquía, pero nadie tiene la bola de cristal para saber cuándo y cómo será. Hay un gran resentimiento y odio enterrados. Estoy seguro de que el régimen no podrá hacer como en la época de Hasan II: masacrar indiscriminadamente a hombres y mujeres y criaturas y silenciarlo con la complicidad de Occidente, como ocurrió en los años 70 y 80. ¡Todavía no se ha podido enterrar a los muertos por el terremoto! Los cuerpos se agolpan y se están pudriendo al sol, cuando en la tradición musulmana deberían haberse enterrado en menos de 24 horas. La gente reclama excavadoras, no policías y militares.

¿Cómo explica que en una situación de emergencia como esta se haya rechazado la ayuda de países como Francia y Argelia?

— Hay dos problemas: la posición francesa sobre el Sáhara Occidental y el escándalo de Pegasus. Sobre el primero, cabe recordar que Francia ha protegido desde siempre la posición marroquí. El segundo factor es el escándalo del espionaje en el móvil personal del presidente Macron, que fue infectado con Pegasus. En una televisión israelí el escritor Tahar Ben Jelloun explicó que las relaciones entre Francia y Marruecos eran malas porque Macron faltó al respeto al rey en una conversación telefónica. Según me han dicho fuentes muy solventes, durante la conversación Macron acusó a los servicios secretos marroquíes de haberlo espiado con Pegasus y habría dicho a Mohamed VI que él era el único jefe de estado extranjero al que le había dado el número de teléfono personal. El monarca le dio la palabra de honor de que no fue espiado y la respuesta del presidente francés fue que él solo confiaba en los informes de los servicios secretos franceses. Desde entonces, desde el Estado se envía un mensaje muy soberanista y grandilocuente contra Francia... pero después el rey pasa más tiempo en París que en Marruecos.

Hace tiempo que se comenta que con el rey enfermo y ausente, pronto asumirá el trono su hijo mayor, Moulay Hassan. ¿Cree que ahora se podría acelerar la transición?

— Seguramente. Sabemos que el rey sufre una enfermedad autoinmune. El mes pasado canceló el discurso anual del 20 de agosto, una importante fiesta nacional, algo que su padre no hizo en todo el reinado pese a que también sufría una enfermedad pulmonar. En estos días, además, el rey no ha hablado. Y en las pocas ocasiones que se dejó ver, siempre eran coreografías planificadas de tres minutos. El rey está enfermo y tiene una enfermedad que le impide realizar su trabajo. Además tiene un estilo de vida que no está de acuerdo con su cargo: se pasa más tiempo fuera del país que dentro. Y eso pasa factura, como cuando lo vimos en una situación comprometida, por no decir otra cosa, una noche en las calles de París. Vive una vida de lujo e irresponsable.

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