El Afganistán que los talibanes no quieren que veas

La ONU envía 40 millones de dólares en efectivo cada mes a Afganistán dentro de un avión

Casi la mitad de la población afgana no tiene suficiente comida y seis millones están a un paso de la hambruna

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Distribución de comer en el Afganistán por parte del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas.

KabulEste artículo forma parte de la serie 'Viaje al Afganistán que los talibanes no quieren que veas' que publica el ARA este abril y que firma nuestra enviada especial Mònica Bernabé.

Un talibán vigila la entrada del centro comercial Gulbahar con la cara cubierta con un pasamontañas y un fusil de asalto en las manos. Es paradójico. Los talibanes atacaron ese centro comercial de Kabul en el pasado. Ahora, en cambio, son ellos quienes lo custodian. El Gulbahar es tal vez el centro comercial más popular de la capital afgana. Allí iban los jóvenes y las familias a comprar, comer o simplemente a pasar el rato. Ahora hay poco movimiento de gente. Los restaurantes están cerrados porque es Ramadán y los escaparates de las tiendas da miedo verlos.

Khesh Raw ha colocado una bolsa de plástico en la cabeza de los maniquíes de su tienda. “Los talibanes me dijeron que los maniquíes eran anti islámicos y que debía cortarles la cabeza. Como solución, puse las bolsas de plástico”, explica el chico, que vende trajes de chaqueta para hombre. Desde que los talibanes están en el poder, se ha quedado sin clientela. Ahora nadie lleva traje de chaqueta. Todos los hombres visten el tradicional blusón ancho y el pantalón bombacho musulmán. “Si vendo alguno, es para una boda o para alguien que viaja al extranjero”, afirma el comerciante, que no sabe qué va a hacer con tanto stock. No es el único.

Sabaun Rahmani ha tapado la cara de los maniquíes de su tienda con cuartillas. “Es que parecía que los hubiera secuestrado el Estado Islámico si les ponía una bolsa en la cabeza”, justifica el hombre. Él vende ropa de niño y niña, que sigue siendo la misma de siempre. Los pequeños no han cambiado su forma de vestir con los talibanes. Aun así tiene todos los artículos rebajados entre un 50 y un 70%. “Es que la gente no compra. No tiene dinero”, argumenta el comerciante. Lo que pasa en el Gulbahar es sintomático de lo que está ocurriendo en el conjunto de Afganistán.

Maniquíes con una bolsa de plástico en la cabeza en el centro comercial Gulbahar, en Kabul.

“700.000 empleos se han perdido en el país”, detalla el portavoz del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas, Philippe Kropf. Por ejemplo, todos los soldados del ejército afgano y todos los policías se quedaron en la calle con la llegada de los talibanes, los trabajadores de los muchos medios de comunicación que han cerrado, el personal de las embajadas que fueron evacuadas de forma precipitada, las profesoras que ya no tienen alumnas a quienes enseñar porque las chicas ya no pueden estudiar ni en el instituto ni en la universidad… Es una bola de nieve.

Sanciones internacionales

Las sanciones internacionales contra los talibanes aún dificultan más el panorama económico. Hacer transferencias bancarias desde o hacia Afganistán es casi imposible. También existe una especie de corralito en las entidades financieras: solo se puede sacar 200 dólares a la semana. Hasta las propias Naciones Unidas tienen problemas para recibir dinero. La ONU envía unos 40 millones de dólares en efectivo cada mes a Afganistán dentro de un avión. El dinero es para pagar los muchos proyectos que llevan a cabo en el país.

De hecho, el Programa Mundial de Alimentos asistió el año pasado a más de la mitad de la población afgana: 23 millones de habitantes. En la actualidad, las necesidades son iguales o mayores. La sequía que afecta al país está causando estragos. “Casi veinte millones de personas están en una situación de inseguridad alimentaria. Eso significa que no saben dónde conseguirán su próxima comida. Y seis millones más están a un paso de la hambruna”, alerta el portavoz del PMA.

Lo peor es que esta agencia no tiene suficientes fondos para Afganistán. Otras crisis, como Ucrania o el terremoto en Turquía, son más atractivas para los donantes. “Necesitamos urgentemente 800 millones de dólares en los próximos seis meses”, destaca Kropf. “El Programa Mundial de Alimentos no canaliza los fondos a través de los talibanes. En los casos en los que se ha detectado alguna interferencia, se ha suspendido la distribución [de la ayuda] hasta que nos aseguramos que los beneficiarios pueden recibirla de forma directa”, insiste.

Buscando trabajo

Cada día a las seis de la mañana centenares de hombres se plantan en medio de la calle en Kabul para esperar que alguien les ofrezca trabajo aunque sea para una sola jornada. Son albañiles, pintores, carpinteros… Antes se concentraban en una plaza en el norte de la ciudad. Ahora te los puedes encontrar en cualquier esquina. También ahora es posible ver a mujeres vendiendo ropa o verdura en la calle empujando un carro de madera. Son pocas, pero llaman la atención porque antes ese trabajo solo lo hacían los hombres.  

El marido de Jina trabajaba antes de albañil. Ahora el sector de la construcción ha quedado paralizado, lamenta la mujer. “Vende verdura en la calle, pero con eso no nos llega”, asegura. Tienen ocho hijos de entre 17 y 3 años. “Comemos patatas o arroz”, detalla una de las hijas, de 16 años. No recuerda cuándo fue la última vez que tuvieron carne o leche en la mesa. 

Jina, en su casa en Kabul con siete de sus ocho hijos.

El subdirector de la Cámara de Comercio de Afganistán, el reputado empresario afgano Jan Khan Alkozai, asegura que las exportaciones han aumentado desde que los talibanes están en el poder. “Sobre todo en el sector de la minería. Exportamos carbón y piedra de talco. Antes no salía a cuenta porque había que pagar una comisión a los talibanes, otra a líderes locales y otra al gobierno. Ahora solo pagamos a los talibanes”, declara. Lo que ha disminuido drásticamente es la ayuda extranjera, lamenta. “La solución es que la comunidad internacional reconozca el gobierno de los talibanes”, propone. ¿Pero quién está dispuesto a legitimar un gobierno de fanáticos? 

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