Una catalana atrapada en Londres por la suma irracional de Brexit y covid

La inmunización recibida en el extranjero no es reconocida por el Reino Unido en caso de contacto estrecho de positivo en el país

LondresEl Brexit no es solo una decisión política que provoca caos en las gasolineras, falta de carniceros o de camioneros o todo tipo de problemas de desabastecimiento en los supermercados. El Brexit es un estado mental que enturbia el entendimiento y desata lo absurdo. Y hay más, no solo discrimina entre nacionales y no nacionales aunque haga décadas que vivan en el Reino Unido, sino que la discriminación llega a límites irracionales e injustificables.

Como por ejemplo que mientras Londres reconoce y administra la vacuna de Pfizer/BioNTech, si la inyección se ha recibido fuera en el extranjero, en un país de la Unión Europea, como es el caso, prácticamente no sirve de nada. Al menos a efectos burocráticos si se ha tenido contacto estrecho con un positivo. Otra cosa son los beneficios sanitarios, inmejorables, especialmente en las islas británicas, un país donde su primer ministro, Boris Johnson, ya hace meses que decidió que la pandemia se había acabado, donde el uso de la mascarilla es anecdótico pero donde en las últimas 24 horas se han registrado más de 45.000 nuevos contagios y en los últimos siete días ha habido 823 muertos. Muy lejos de tener el covid bajo control.

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No hay que dar nombres. Solo tener la seguridad de que este cronista ha comprobado de arriba a abajo todo el lío con la persona implicada, y que al interesarse ante el Servicio Nacional de Salud (NHS), sección covid-19, por su situación, con una diferencia de una hora me han dicho una cosa y la contraria.

La protagonista de la historia –una persona muy conocida en el mundo cultural catalán– llegó hace unos días a Londres. Ha sido vacunada hace más de dos semanas y de dos meses, llenó el formulario que exigen los británicos antes de emprender el vuelo y poder cruzar la frontera y se hizo la PCR –de resultado negativo– que hay que contratar previamente al desplazamiento, y que el recién llegado se tiene que hacer en los dos primeros días de la estancia en el país.

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Todo perfecto hasta el jueves, cuando empezó el festival del absurdo. A través de los datos que dejó en el formulario de los pasajeros, recibió el aviso de que había sido contacto estrecho de un positivo, con toda seguridad otro de los ocupantes del avión en el que llegó. Y con el mensaje, la advertencia de que se tenía que aislar hasta el 19 de octubre. Tenía el retorno previsto para el 17.

Desde el 16 de agosto, los residentes en el Reino Unido que sean contacto estrecho de un positivo pero que hayan recibido la pauta completa de vacunación no se tienen que aislar, como recogen las especificaciones del gobierno. Pero the devil is in the detail, como dicen en inglés, y la letra pequeña inutiliza la vacuna si se ha recibido fuera del Reino Unido. El texto dice lo siguiente cuando se habla de las exenciones al autoaislamiento, posibles siempre que se esté "completamente vacunado 14 días después de la dosis final de una vacuna aprobada por la MHRA [el regulador británico] que se ha administrado en el Reino Unido". Este es el punto clave. La aguja con la banderita de la Union Jack.

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Ante tanta irracionalidad –discriminación por el país donde se ha inyectado la dosis–, la mujer afectada contactó con el servicio de información covid. El jueves la respuesta fue la misma del mensaje: se tenía que autoaislar y, por lo tanto, perder el vuelo. El viernes, después de una llamada con los servicios consulares sin ningún éxito, contactó con este cronista, que tenía en la cabeza la regla, en vigor desde el 16 de agosto: la no necesidad de autoaislarse si estabas vacunado aunque hubieras sido contacto de un positivo.

Para asegurarme llamé al 119. En la primera comunicación, la respuesta fue que sí, que podía volar, que no hacía falta autoaislarse. Para más seguridad, repetí la llamada. Y la segunda vez la respuesta fue, después de previa consulta con un supervisor, que no, que lamentablemente la regla indicaba que solo se reconocía la vacuna si se había administrado en el Reino Unido y, por lo tanto, se tenía que encerrar.

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Acabé la conversación dando las gracias por la información a la amable persona que había al otro lado del teléfono no sin comentar que suponía que todo ello era a causa del Brexit. El mismo Brexit que provoca un lento e inexorable declive del Reino Unido, si bien los únicos que no se han dado cuenta todavía son no tanto los británicos como los ingleses. "Have a nice day", acabó la interlocutora. Que tenga un buen día. Mi amiga, la persona atrapada en medio de la irracionalidad burocrática, seguirá en Londres hasta el 19 de octubre. Su agenda y la de otra gente se ha cambiado. Gracias a Boris Johnson, que justo debe de estar volando de vuelta de sus vacaciones en Marbella, y que entre mayo y junio quería, él sí, saltarse la regla del autoaislamiento cuando todavía era de obligado cumplimiento también para los vacunados con la Union Jack.